En el atrio del ex convento de Santo Domingo hay una placa de bronce a la que nadie hace caso, a pesar de que marca un hito de enorme relevancia para nuestra ciudad: la declaración del Centro Histórico de Oaxaca como Patrimonio Cultural de la Humanidad por parte de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, UNESCO (por sus siglas en inglés). A poco más de tres décadas del notable acontecimiento, es como si ya lo hubiéramos olvidado o ya no nos importara.
Hay que recordar que la UNESCO se creó en noviembre de 1945 con el propósito de contribuir a la paz y la seguridad en el mundo por medio de esa gran fuerza de cohesión que es la cultura en todas sus expresiones. Acababa de terminar la segunda guerra mundial y era natural que a los países les preocupara el gran riesgo que habían corrido sus tesoros históricos en medio de tanta destrucción.
La primera intervención de grandes proporciones que llevó a cabo la organización fue el rescate, protección y traslado, en 1960, del templo de Abu Simbel y otra veintena de monumentos y complejos arquitectónicos egipcios, puestos en riesgo por la construcción de la presa de Asuán, en el cauce del río Nilo. Además de los conflictos bélicos, aquí se ponía de manifiesto otra de las grandes amenazas a los bienes culturales: el desarrollo y el progreso.
Una década más tarde, la 17ª Conferencia General de la UNESCO, celebrada en su sede de París del 17 de octubre al 21 de noviembre de 1972, estableció la Convención sobre la protección del patrimonio mundial, cultural y natural, que desde entonces ha sido el órgano promotor y rector del esfuerzo mundial por proteger esos lugares de la Tierra que por tener “un valor universal excepcional desde el punto de vista de la historia, del arte o de la ciencia”, pertenecen al patrimonio común de la humanidad.
En diciembre de 1987, durante la 11ª sesión del comité correspondiente, la candidatura conjunta del Centro Histórico de Oaxaca de Juárez y la Zona Arqueológica de Monte Albán fueron admitidos en la lista del Patrimonio Cutural de la Humanidad, con el número de identificación 415 y bajo los criterios i a iv, es decir: que representan una obra maestra del genio creativo de la humanidad; que muestran un importante intercambio de valores en torno al desarrollo de la arquitectura, las artes monumentales y el diseño urbano; que constituyen un testimonio único de una tradición cultural o una civilización, ya sea viva o extinta, y que son un ejemplo excepcional de un tipo de construcción o conjunto arquitectónico que ilustra una etapa significativa de la historia de la humanidad.
No es poca cosa. Pero lo que quiero enfatizar aquí es el concepto tan simple y tan profundo a la vez de “patrimonio de la humanidad”. Lo que quiere decir es que, aunque la ciudad de Oaxaca nos pertenezca a los oaxaqueños, en realidad no nos pertenece porque pertenece a todos los seres humanos, de todas partes, de todas las generaciones y para siempre. Esto tiene una implicación muy importante: no podemos hacer con la ciudad lo que se nos pegue la gana. No es nuestra.
Así como no admitimos que alguien llegue a nuestra casa y ponga patas arriba la sala, se robe algún cuadro o raye las paredes de la recámara, del mismo modo tenemos que comportarnos con la ciudad. Como no nos pertenece, con qué cara la vandalizamos, la pintarrajeamos, la destruimos, la amartirizamos. Que haya sido declarada patrimonio de la humanidad es ciertamente una gran distinción y está bien que nos enorgullezcamos, pero es sobre todo una gran responsabilidad, la responsabilidad de cuidar algo que no nos pertenece más que del mismo modo que les pertenece a todos.
En este sentido, la Convención de la UNESCO es un instrumento valioso de política internacional que exige el establecimiento de una política correspondiente en la materia a nivel nacional, en tanto que México es Estado miembro, y una política a nivel estatal. Pero tal vez lo que tiene más importancia es la pinza que podemos cerrar a nivel local por preservar nuestro patrimonio. La propia UNESCO lo dice: “Gracias a la inestimable ayuda de las comunidades locales, la Convención es una herramienta eficaz que permite afrontar los desafíos contemporáneos relacionados con el cambio climático, la urbanización descontrolada, el turismo de masas, el desarrollo socioeconómico sostenible y las catástrofes naturales.”
Detengámonos cada vez que caminamos junto a la placa de bronce que está en Santo Domingo, para que no nos olvidemos: Oaxaca es una ciudad universal.
@martinvasquezv