Decir que el desastre educativo es culpa del sindicato, de la SEP, de los maestros y de los padres de familia sin considerar el origen del problema y sus causas sociales, económicas, políticas y culturales, como lo hace el documental De panzazo, es simplificar un tema fundamental. Afirmar que la cualidad más deseable de un secretario de Educación Pública es que tenga “cojones”, como lo hace la señora Denisse Dresser, es peor que una vulgaridad: una estupidez propia de la arrogancia.
EL SNTE fue una pieza del corporativismo en que se asentó el régimen priista y en el panismo se convirtió en un poder fáctico autónomo. Elba Esther Gordillo recibió el sindicato de manos del presidente Carlos Salinas y consolidó su liderazgo conviviendo con la disidencia sindical y perfeccionando la política de pan o palo sobre la estructura de control magisterial creada por sus antecesores. Vendió protección y votos en los estados, y en la campaña de 2006 tuvo un cliente mayor: Felipe Calderón, que no habría logrado la ventaja de 0.58% sobre López Obrador sin los activistas del SNTE y los gobernadores priistas persuadidos por la “maestra”. El poder político de este personaje se funda en el chantaje al poder federal y los estatales fundado en un ejército de operadores diseminados por todo el país y un presupuesto enorme, cuya magnitud pocos conocen. La CNTE es una especie de SNTE más violento y primitivo.
EN LA SEP, los educadores como el precursor Justo Sierra, José Vasconcelos y Jaime Torres Bodet e incluso Jesús Reyes Heroles, fueron sustituidos por hombres de mano muy dura –con muchos “cojones”, diría Dresser– como Manuel Bartlett, financistas como Ernesto Zedillo y seres anodinos como Reyes Tamez y Josefina Vázquez Mota, mientras la mole burocrática se expandía y se cedían más espacios directivos a Gordillo para comprar estabilidad. Las direcciones de las escuelas y los órganos de inspección, supervisión y evaluación del trabajo se convirtieron en “posiciones” sindicales.
LOS MAESTROS tienen otra historia. En los años 20 y 30 del siglo pasado fueron el pueblo letrado que educaba al pueblo iletrado a pesar de las vejaciones y mutilaciones sufridas en la Cristiada, primero, y en la época de la educación socialista, después. Fanáticos azuzados por los curas linchaban a los maestros rurales porque además de enseñar a los niños a leer, escribir y hacer operaciones aritméticas básicas, enseñaban a los padres a aprovechar los recursos de su entorno natural y les hablaban de sus derechos, no con móviles subversivos, sino inspirados en la Constitución. Esos maestros se convirtieron en un peligro para los poderes fácticos de su tiempo y los gobiernos los desmovilizaron y corrompieron a sus liderazgos, directamente o a través de su organización gremial, desde las normales y en el ejercicio profesional.
Los normalistas y los maestros fueron corruptibles debido a la miseria. El poder político, económico y militar sofocó la mística de los maestros de los primeros lustros del régimen posrevolucionario. En el Distrito Federal, el Movimiento Revolucionario del Magisterio encabezado por Othón Salazar a finales de los años cincuenta, exigió aumento salarial y mejores condiciones de trabajo, pero nunca a costa de la educación de los niños. Mas como eran disidentes reales, fueron vistos como un peligro para el sistema y se les aplicó la fórmula infalible de represión y corrupción. La degradación del magisterio se debe principalmente a las pulsiones autoritarias del régimen priista y la debilidad del panismo.
LA FAMILIA es la primera institución educadora, pero se encuentra en descomposición a raíz del freno a la movilidad social en los años ochenta del siglo pasado, que a su vez obedeció al agotamiento del modelo económico y al desgaste de la elite política. La televisión privada mexicana reprodujo y dio un carácter nacional a la ideología de la derechización lograda por Karol Wojtyla, Margaret Thatcher y Ronald Reagan: así cobró fuerza el culto al lucro como la máxima aspiración humana.
Con este trasfondo cultural, el desempleo, las olas recurrentes de inflación y la falta de expectativas corroyeron la institución familiar y quizá masificaron las adicciones, primero al alcohol y luego a las drogas. El maltrato y el abuso a mujeres y niños y las largas jornadas de trabajo de aquéllas –en el servicio doméstico, en las maquiladoras, en la prostitución– arrojaron a los niños y adolescentes a las calles, al comercio ambulante de todo: chácharas, mercancías robadas, de contrabando y piratas, drogas, armas, personas, lo que sea.
Por eso sólo se podrán eliminar los vicios en el sistema educativo si al mismo tiempo se rescata a la familia y la comunidad. Este rescate requiere la oferta de suficientes empleos dignos y una distribución menos abusiva del ingreso, lo que a su vez depende de la aplicación de una política económica de crecimiento con la rectoría efectiva del Estado y su manejo eficiente y honesto de las ramas estratégicas.
A lo anterior habría que agregar una política mediática que quizá ningún gobierno se atreva a intentar: una televisión de Estado de alta calidad, la concesión de más cadenas televisivas que hagan contrapeso a la ideología consumista que promueve el duopolio televisivo, pues con los volúmenes y tasas de desempleo y subempleo que existen en México, la compulsión por consumir empuja a los jóvenes a ganar dinero, prestigio y autoestima por cualquier vía, y la más directa y rentable es la delincuencia.