Dicen que la estadística es el arte de mentir con números, sin embargo, para efectos de este comentario, tengo que recurrir a los cálculos estadísticos y, por lo tanto, a los números. Veamos. Supongamos que en alguna oficina pública se encuentran 10 funcionarios, así como los asesores, el personal de confianza, etcétera. Éstos han hecho alrededor de 759 informes al año… ¿de qué? Quién sabe. A lo mejor hasta ellos mismos lo ignoran.
Se supone que, en 253 días del año, realizaron 3 informes diarios, y si seguimos, vamos a encontrar que, si en 8 horas hicieron 3 informes, por lo menos escribieron 9 renglones en una hora. Así pues, cada momento prepararon un informe de las diversas oficinas que se desempeñan en ese lugar.
Aparte está el informe anual que presentará el responsable de esa oficina pública. Ritual que reunirá a los prohombres que más tarde festejarán dicho informe.
El montón de informes hechos durante el año no es lo importante, sino lo invertido en los prolegómenos, o sea, en el tratado que se pone al principio de un escrito para establecer los fundamentos generales del mismo, y luego, los ensayos, las verificaciones, etcétera. Hay que sumarle a todo esto el tiempo en que una legión de empleados trabajó a todas horas para presentar el informe de don chipocles.
Ahora imaginen lo que en dinero cuestan esos informes que en su mayoría nada dicen. Casi siempre esos informes van llenos de datos disfrazados que resultan tan volátiles como las horas usadas para leer frente a los invitados el mencionado informe.
Y luego, está otro fenómeno que cada día es más frecuente en las oficinas públicas. El enviado de tal funcionario es, por regla general, un asesor que lo representa en determinado evento. Pero no se trata del enviado del funcionario, sino de los enviados, porque los asesores, regularmente, para sentirse chipocludos, también envían a sus enviados. Desde luego que todos los enviados usan sin pudor alguno, la posición de enviados para hacer brillar su propia imagen y su palabra.
Una persona que se encuentra adentro de esas oficinas, me platicó que los informes de sus actividades hacen referencia a las vueltas que dieron, pues casi todos los que dizque trabajan allí, se dedican a enviar a otros con la siguiente potente frase: “vete a darles unas vueltas a esos fulanos”. Entonces, de acuerdo a esas precisas indicaciones del funcionario, llegan a donde tienen que ir e informar lo que no saben. Solo saben que llegaron allí para que el nombre del jefe no sea olvidado por la ciudadanía.
Lo chistoso es que quien llega por órdenes de uno más arriba, ni lo conocen y luego, este don representante, no sabe qué informará a los allí reunidos porque desconoce las actividades del jefe que está más arriba de quien lo mandó.
Resulta pues, que el representante informa a los allí reunidos de lo que cree que se debe de informar.
Así pues, que todo esto es un misterio, porque nadie jamás sabe cómo le hizo el enviado para informar. Y después, claro, éste informa que ya informó.
Por lo pronto, a todo el auditorio le informo que hasta aquí llegó mi informe de este día, y que no volveré a hacer otro informe hasta otro nuevo informe.
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