De 35 países del continente americano, sólo acudieron 23 a la Cumbre de las Américas del 5 al 10 de junio, en Los Angeles, California.
En 1994, cuando comenzó la trianual reunión continental, por iniciativa del entonces presidente de Estados Unidos de América, Bill Clinton, llegaron a Miami, Florida, 34 países. Esto es: en 28 años la participación latinoamericana va de más a menos.
En esta ocasión el presidente Joe Biden invitó a casi todos aunque su gobierno decidió excluir a tres: Cuba, Venezuela y Nicaragua. Tres países emblemáticos de la región, por muchas razones.
Y esto fue precisamente lo que detonó la crisis de ésta que podría haber sido la última de las Cumbres de las Américas:
El rechazo del gobierno estadounidense –como anfitrión- a gobiernos que considera “dictatoriales, antidemocráticos y violadores de los derechos humanos” trajo como consecuencia el enojo de distintos presidentes latinoamericanos por la exclusión de estas naciones para asistir a una reunión en la que se supone el diálogo entre los países del continente; sobre todo porque en total ocupan mayor territorialidad los latinoamericanos.
Y sí. Es seguro que acerca de Cuba, Venezuela y Nicaragua se tenga que dialogar, de ellos y con ellos: Con sus presidentes. Entenderse y hacer entrar en razón, lo que se deriva del diálogo y de la consolidación de una hermandad continental.
Los tres países no invitados están en crisis interna, con gobiernos que se presumen de izquierda; una izquierda mal entendida ahí, toda vez que la izquierda real es justicia, igualdad, libertades y derechos, con todo cumplido para todos. No es el caso.
Son gobiernos que han violado las reglas de la democracia más elemental, que en casos han atentado en contra de sus propios ciudadanos, particularmente los que se oponen a sus gobiernos y por lo mismo han construido cercos de control que violan los derechos y las libertades indispensables: la libertad de expresión, sobre todo.
Pero no, no y no. EUA negó la presencia de estos países en una actitud arbitraria y no propia de un anfitrión que mucho ha tenido que ver en las crisis de gobierno y el establecimiento de dictaduras en América Latina: Chile, Nicaragua, Argentina…
Hoy Estados Unidos se lava las manos en nombre de una democracia a la que le cerró las puertas en distintas naciones latinoamericanas a lo largo de la historia. Lo que causó muertes y llanto.
Pero tampoco es propio de cualquier nación latinoamericana mostrar su rechazo a esta actitud estadounidense sacando raja política del hecho. Mostrarse como adalid de un latinoamericanismo bolivariano es absurdo y fuera de tiempo y lugar. Dar cuerda a una contraposición entre naciones es similar a lo que Estados Unidos ha hecho y que tanto y tantos le han reprochado.
El presidente López Obrador, de México, dijo a su regreso de Cuba el 9 de mayo, que no iría a la Cumbre de las Américas “No puede haber Cumbre de las Américas si no participan todos los países del continente americano”. Y agregó: “O puede haber pero es seguir con la vieja política de intervencionismo, de falta de respeto a sus pueblos… No acepto hegemonías”. No las acepta pero tampoco menciona su injerencia más reciente en temas de política interna en Perú o Colombia.
Al final no fue. Envió como su representante al canciller Marcelo Ebrard, quien repitió en Los Angeles el discurso presidencial: en contra de la exclusión de los países. Aunque en realidad fuera de esto no llevaba nada propositivo al encuentro en donde habrían de debatirse asuntos extremadamente importantes para la región.
Para Estados Unidos el tema migratorio es fundamental. De muchos países latinoamericanos salen caravanas de gente que quiere ingresar y vivir en el país del norte. Y es en este sentido en el que giraron las conclusiones y la firma del documento final propiciado por EUA.
“Es un asunto de todos y que todos juntos habremos de resolver, no es un asunto de uno solo” dijo Biden. Y se formuló un documento-compromiso de apoyo, de recepción de un número determinado de migrantes por año.
… Se establecen vías legales para entrar en los países, ayudas a las comunidades más afectadas por la migración, ‘una gestión humana de las fronteras’, respuestas de emergencia coordinadas…
Los países asistentes –incluido México- firmaron el acuerdo y se comprometieron a expandir las oportunidades de migrar legalmente y reforzar la cooperación regional para solucionar el problema.
Pero es agua de borrajas. Se han firmado infinidad de documentos que al final son poco avance. Lo importante ahí era dialogar para encontrar puntos de colaboración real, tangible, oportuna, cierta; con políticas de migración que beneficien a los países en crisis económica, aunque también están los gobiernos que obligan a la migración de sus ciudadanos por el miedo a las políticas de Estado.
Así que con esta Cumbre de las Américas de junio en Los Angeles, California, nadie ganó. Nadie perdió. Todo como antes. Aunque cada vez más desangelado el encuentro, es probable que este haya sido el último de ellos.
¿Qué sigue? Esa es otra historia que contará los intereses hegemónicos de países y gobiernos por liderar una unión latinoamericana casi utópica hoy mismo.