Cuba: vista del anochecer desde el trópico: Carlos Ramírez

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La decisión de Cuba de terminar hace semanas con el modelo comunista de Fidel Castro decretado el 16 de abril de 1962 atravesó el ambiente político internacional sin pena ni gloria. De haber sido la esperanza social en 1959, paulatinamente el modelo ideológico-social de La Habana se consumió en sus propias contradicciones: la dialéctica autoritarismo-democracia.

La muerte de Fidel, el ascenso de Raúl Castro, su retiro del poder y las reformas constitucionales llegaron a Cuba no como una modernización de un proyecto de Estado y del hombre nuevo, sino como evolución negativa de una élite en proceso de deslegitimación ideológica. Como en China, Cuba quiere ahora explorar el modelo oxímoron de comunismo-capitalista.

El régimen castrista-comunista cubano atravesó por conflictos históricos; el 68 checoslovaco, el acercamiento de Richard Nixon-Henry Kissinger a China y a la Unión Soviética, las revoluciones socialistas iberoamericanas, el túnel negro de Reagan, el desmoronamiento de la URSS de Gorbachov. La Habana pudo sobrevivir treinta y un años con el apoyo chino, el dinero iraní y el petróleo venezolano. Vio ascender y caer gobiernos socialistas, revolucionarios y progresistas.

Pero las leyes dialécticas de las relaciones ideológicas son implacables. Cuba estuvo preparada para la revolución guerrillera romántica, pero se fue hundiendo por el liderazgo unipersonal de Fidel. Y ocurrió desde el principio: en julio de 1959, a seis meses de la victoria, mientras Fidel homenajeaba al general Lázaro Cárdenas del Río, presidente de México 1934-1940, por su apoyo, en Palacio una brigada especial al mando nada menos que del sumiso Camilo Cienfuegos arrestaba al comandante Huber Matos por haber acusado a Fidel de encabezar un proyecto marxista.

Fidel explotó su figura mediática y fue la razón esperada por otras figuras latinoamericanas radicales. Cárdenas, por ejemplo, siempre fue socialista romántico, promovió en México la lucha de clases como factor dinamizador controlando el sistema productivo, usó a Cuba para construir una izquierda socialista de contrapeso y no para llegar al poder, le dio al nacionalismo revolucionario del PRI una idea concreta para cohesionarse y luego pasó a retiro dejando a la izquierda al garete.

El problema real de Cuba no fue el socialismo-comunismo en sí mismo, sino el liderazgo caudillista unipersonal de Fidel: creó el conocido socialismo, a partir de que el calor caribeño popularizó la palabra socio como referencia amable a los amigos. Quiso aplicar su marxismo. Tuvo inteligencia, astucia y liderazgo, pero se equivocó en su aplicación. Definió la doctrina autoritaria en función de la resistencia al vecino imperial a 90 millas de La Habana, pero, mal marxista, no supo leer las contradicciones humanas ni sociales. Al final, no vaciló en sacrificar aliados internos y fusilar disidentes.

El voluntarismo de Fidel dejó muchos heridos en el camino, muchos de ellos aliados. La cultura radical de los sesenta que le dio cobertura y fuerza interna le duró muy poco: de 1957 a 1971, de la seriedad de la lucha guerrillera en las montañas de la Sierra Maestra al encarcelamiento por delitos intelectuales del poeta provocador Heberto Padilla. Toda la comunidad intelectual progresista que le dio razón cultural a Cuba se perdió por un poeta que tenía enorme talento creativo, pero escasa influencia política. El Gulag cubano enardeció a intelectuales de a talla de Jean-Paul Sartre, Mario Vargas Llosa y otros que firmaron dos desplegados condenando al gobierno de La Habana por la represión.

De 1971 a 1989, Cuba sobrevivió por la tenacidad personal de Fidel y por su capacidad de moverse con astucia táctica en un mundo polarizado. El final histórico de la URSS lo echó en manos de los chinos, los iraníes y los venezolanos. El mundo cambió después de 1989 y Cuba se quedó en el mismo sitio. El apoyo político y social de México a favor de Castro se terminó en diciembre de 1988 cuando Fidel decidió ir a Ciudad de México a validar la toma de posesión como presidente de la república de Carlos Salinas de Gortari, quien había sido acusado por su contendiente Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano de haber realizado un fraude descomunal. Pragmático, Fidel tuvo que decidir entre el apoyo de Lázaro Cárdenas en 1959-1962 o la alianza con Salinas; prefirió a Salinas y la izquierda socialista mexicana decidió olvidarse de Fidel.

Las reformas recientes son un paso intermedio a la liquidación final del régimen castrista: ya no es comunista, el socialismo sigue siendo irrevocable, la economía de mercado adquiere rango constitucional. El horizonte es el de un capitalismo de Estado como paso intermedio al capitalismo mixto. La empresa privada ya no es un delito, sino una necesidad. Y nació como parte de la dinámica propia de las relaciones sociales de producción: el Estado no atendía necesidades y el ciudadano optó por la vía comercial privada.

Con China capitalista, Corea del Norte rumbo a Washington, Irán agobiado y Venezuela quebrada, Cuba hizo una fuga hacia adelante. La clave de la sobrevivencia de Cuba estará en las relaciones empresariales con Washington, las inversiones europeas y chinas y la microeconomía privada. Sin embargo, no tardarán las contradicciones entre un régimen político autoritario y una sociedad productiva que exige libertades tradicionales. Para entonces Raúl Castro y su gerontocracia estarán fuera del juego (poema castigado de Heberto Padilla).

En términos económicos y geopolíticos, Cuba ya no importa como frontera geoestratégica regional. Los socialismos iberoamericanos se están derrumbando por si mismos: Argentina, Chile, Brasil, Bolivia, Ecuador y ahora Nicaragua. Los cambios en el régimen castrista apenas llamaron la atención mundial. La muerte física de Raúl Castro será el clavo final al féretro castrista cubano. Y el regreso de Cuba a la realidad será más doloroso, inevitable y probablemente positivo.

Guillermo Cabrera Infante mostró entusiasmado en 1964 una “vista del amanecer (mundial) desde el trópico (socialista)”; ahora toca ver desde el mundo una vista del anochecer cubano, a la espera de un nuevo amanecer.