Crítica, en modo La Cucaracha; las mentadas también hieren || Carlos Ramírez

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Aquí nos habíamos referido al caso de la crítica periodística que había sido anulada con el desdén presidencial y que había registrado el escalamiento al denuesto y a veces al insulto. La victoria política de Morena en la configuración de las supermayorías en el Congreso federal llevó a la crítica de militancia opositora a tonos más de coraje que de análisis.

 

Y ahí se encuentra alguna explicación al tono alguna columna que trata de identificar el comportamiento presidencial como “farsante, ignorante o tramposo”, pero en ningún momento se hace el esfuerzo por analizar conductas políticas del poder detrás de los estilos inflexibles del presidente de la República: en ambos, crítica y poder, el adjetivo sustituye la razón.

 

El asunto ha llevado a despropósitos de racionalidad histórica por parte de quienes deberán tener la serenidad de su conocimiento de la historia para interpretar sucesos. Un caso es el del historiador Enrique Krauze, director de la revista Letras Libres y autor de biografías políticas del sistema priista, por un tweet en la red X que calificaba con una burla que suplantaba el razonamiento histórico a la presidenta electa Claudia Sheinbaum Pardo como “Claudia Carlota de México”, tergiversando la historia porque Carlota era la esposa y el emperador importado por la derecha conservadora que después fundó el PAN era Maximiliano de Habsburgo. El juego de palabras fue otra trampa vulgar.

 

Otro caso es el del abogado de alcurnia histórica Emilio Rabasa Gamboa –del establishment jurídico del viejo PRI–: en su texto en El Universal cita a Maquiavelo, aunque pudo haber no he ido tan lejos y regresar al texto clásico de su bisabuelo Emilio Rabasa en La Constitución y la dictadura, uno de los ensayos históricos que justifica en la lógica mexicana las razones (página 111, Porrúa) del endurecimiento político de Benito Juárez y Porfirio Díaz, otro de los héroes rescatados por Héctor Aguilar Camín, para insinuar que López Obrador era aún más duro que el viejo caudillo oaxaqueño.

Días antes de las elecciones presidenciales del pasado 2 de junio, apareció en medios una larga lista de varias centenas de intelectuales culturales, periodistas y hombres del saber científico no solo para apoyar a la candidata opositora Xóchitl Gálvez Ruiz, sino para pedir el voto ciudadano en las boletas nada menos que a favor del PRI, el PAN o el PRD.

 

En ese texto, los intelectuales que debieran tener miras globales para explicarse la realidad y de muchas maneras explicársela a la sociedad asumieron ya la condición de miembros de los grupos políticos en pugna, es decir, de una parte en conflicto. Un primer acto de honestidad intelectual debió haber sido que a partir de ese desplegado de redilas –por el acarreo en masa de intelectuales ajenos a la participación terrenal de la política– muchos de los abajo firmantes –sobre todo intelectuales y periodistas— incorporaran al pie de sus textos una breve leyenda que dijera: “militante político a favor de una candidatura de partido”, pues solo así se pudiera aclarar el tono de sus posicionamientos agresivos que ya no son entendidos como producto de la razón sino como ácido cáustico del resentimiento minoritario de un partido.

 

Y hay comportamientos engatusadores. Ha sido evidente el cuidado de varios intelectuales y analistas que han sido despedidos de sus medios para intentar explicar las razones de los reacomodos mediáticos y, en términos políticos, no darles armas a sus enemigos. Jorge G. Castañeda y Héctor Aguilar Camín, por ejemplo, fueron despedidos del programa “La hora de opinar” de Leo Zuckerman en Televisa, pero trataron de explicar su baja mediática culpando al poder político, pero sin referirse a la empresa televisora y a su dueño Emilio Azcárraga Jean, y siguieron tundiendo al presidente López Obrador sin saber o sin presentar una prueba de que Palacio Nacional hubiera ordenado a la empresa de San Ángel el despido de los opinólogos.

 

Bien dicen todos los análisis de las guerras políticas que en estas conflagraciones de disputas por el poder la primera baja es la verdad. El periodismo militante ha sustituido al periodismo de análisis, solo que escondiendo las verdaderas intenciones: apoyar al grupo en el poder o a las diferentes agrupaciones opositoras, pero tergiversando los métodos analíticos que se desprenden de los hechos y que se presentan para fortalecer argumentaciones críticas que rayan en el insulto o en el resentimiento.

Este periodismo aplica el modelo de María Félix en la película “La Cucaracha” (Ismael Rodríguez, 1959), jefa de una brigada de mujeres en la Revolución Mexicana que habían perdido a sus hombres y que combate con fiereza; en un momento dado, le gritan que ya no hay municiones para seguir peleando y ella les contesta: “pues miéntenles la madre que también duele”.

 

 

 

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Política para dummies: la política pervierte a la política.

 

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