Su conflicto es anterior a la guerra fría. No se fraguó hace sesenta años con la guerra de Corea (1950-1953), sino hace ochenta, con la invasión japonesa de China. La historia y memoria de estos últimos ochenta años marcan profundamente la narrativa en Corea del Norte y la actual situación en la península, que tiene tres dimensiones: una intercoreana, otra con Estados Unidos en el centro, y otra entre Corea del Norte y Japón.
El 19 de septiembre de 1931, Japón, que ocupaba Corea desde 1910, invadió el noreste de China (Manchuria), donde creó el Estado títere del Manchuguo. La resistencia comunista armada contra el invasor japonés en Manchuria arrancó un año después, en 1932, y no fue china, sino coreana. En Manchuria los coreanos constituían el 90% de los miembros del Partido Comunista Chino. Su líder fue Kim Il Sung, luego fundador de Corea del Norte. Desde 1932 él y sus compañeros, toda una generación de guerrilleros norcoreanos, se enfrentaron no solo a los japoneses sino a toda la legión de colaboracionistas coreanos que estos llevaban consigo.
Poder hereditario
En Asia Oriental, no solo en Corea del Norte, el poder es hereditario. Los herederos, hijos, nietos y sucesores de aquella mezcla de guerra civil coreana y lucha colonial antijaponesa iniciada en 1932, están hoy en el poder en Pyongyang, Seúl y Tokio. En Manchuria el luego dictador de Corea del Sur entre 1961 y 1979, Park Chung hee, o altos jefes militares como Kim Sok won, lucharon junto con los japoneses contra los guerrilleros de Kim Il Sung. Todo el alto mando surcoreano de la guerra de 1950 estaba compuesto por colaboracionistas de los japoneses. Una investigación oficial surcoreana estableció en 2004 que más del 90% de la elite local anterior a la democracia establecida a finales de los ochenta, estaba formada por familias o individuos con antecedentes colaboracionistas. Hasta 2004, con la llegada al poder de Roh Moo Hyun, Corea del Sur no tuvo un líder no vinculado a esa tradición. Con el actual presidente, Lee Myung Bak del derechista Grand National Party, se ha regresado a ella.
En Japón el 70% de los diputados heredaron su escaño de sus padres o pertenecen a conocidas familias políticas con raíces directas en la ocupación de Corea y de China. Las genealogías de políticos de primera fila como Taro Aso, Shinzo Abe y muchos otros, pueden pasar desapercibidas en muchas partes, pero no en Corea del Norte, donde la narrativa nacional, machaconamente transmitida por el régimen desde el jardín de infancia, arranca con la lucha antijaponesa en Manchuria, continua con el recuerdo de la guerra de 1950-1953 contra unos americanos, aliados de los japoneses, que utilizaban bases militares en Japón, y con colaboracionistas de Corea del Sur ayudando al agresor en ambos casos.
Esa segunda y tercera generación política de Pyongyang, Seúl y Tokio no ha acabado la guerra iniciada por sus padres y abuelos en los años treinta, porque Corea del Norte y Japón no han normalizado sus relaciones, y porque el conflicto de 1950-1953 no concluyó con tratado de paz con Estados Unidos y Corea del Sur sino con un “armisticio”, poco más que un alto el fuego provisional.
Continuidades
Los doce miembros de la Comisión Nacional de Defensa que gobierna Corea del Norte, son curtidos ex combatientes de la guerra de Corea, una guerra contra el mayor imperio militar de la historia que fue derrotado (porque no venció) en aquel conflicto. Los norcoreanos suelen decir que ellos infringieron a los estadounidenses la primera debacle militar de su historia. En sus museos se cita, con orgullo y jactancia, la declaración del Comandante de las fuerzas americanas en Corea, General William Clark, al termino de la guerra; “tuve la poco envidiable distinción de ser el primer jefe militar de la historia de Estados Unidos que firmó un armisticio sin victoria”. Para los halcones de Estados Unidos, Corea siempre fue una especie de asunto inconcluso, como Cuba, y tras el fin de la guerra fría, manifiestamente. En Pyongyang, la experiencia de guerra contra un enemigo superior y mejor armado marca la biografía y la narrativa que esa elite transmite al país.
Para la mentalidad del Norte, Corea del Sur es una Corea de segunda, algo parecido a una república heredera de un estado títere del colonialismo japonés y el imperialismo americano. Mientras ellos siempre fueron independientes de China y de la URSS, cuyas tropas se retiraron en los cincuenta del Norte, los surcoreanos aun mantienen 30.000 soldados americanos estacionados en su territorio y otros 100.000 en la región con amplia capacidad nuclear. Y detrás de ese despliegue sigue estando Japón prestando su territorio y sus bases al cerco.
En Corea del Norte se considera que el ejército surcoreano, infinitamente más sofisticado y potente que el del Norte, está controlado por el Pentágono. El ex Presidente de EE.UU. Jimmy Carter, que conoce bien Corea del Norte y ha tratado repetidamente con sus dirigentes, menciona esa circunstancia para explicar por qué los norcoreanos insisten tanto en mantener conversaciones directas con Estados Unidos, a lo que Washington se niega, entre otras razones porque Roma no negocia con un régimen al que no pudo vencer militarmente hace medio siglo y que continua hoy pidiendo un acuerdo de paz como condición para cualquier cosa.
China y su deuda con Kim Il Sung
La guerra de Corea comenzó oficialmente el 24 y 25 de junio de 1950. Ni Moscú ni Washington la deseaban. La URSS estaba agotada por su holocausto nacional de 30 millones en la Segunda Guerra Mundial. Stalin temía la bomba atómica que Estados Unidos había utilizado hacía tan poco contra Japón. Por el contrario, los enemigos del Norte y del Sur querían zurrarse. Los combates fronterizos eran crónicos desde mayo de 1949. La secuencia de la guerra es conocida: primero el Norte arrolló al Sur y a los americanos hasta arrinconarlos en el extremo sur-este de la península, luego el desembarco americano en Inchon dio un giro total a la situación y los arrinconados fueron los del Norte, y en octubre de 1950 China intervino con sus voluntarios que salvaron al Norte, regresándose al final a la posición inicial.
China intervino en la guerra porque se sintió amenazada, pero también porque Mao se consideraba moralmente obligado, a causa del enorme tributo que los coreanos de Kim Il Sung habían pagado a la Revolución China, con su importante participación en la resistencia contra los japoneses en Manchuria y en la guerra civil china. Oficialmente 183.108 voluntarios chinos, entre ellos el hijo mayor de Mao, Mao Anying, murieron en la guerra de Corea. La cifra la ha divulgado China este octubre, al conmemorar su 60 aniversario con un acto en el que Xi Jinping, el previsible delfín de Hu Jintao, mencionó, “una guerra grande y justa para salvaguardar la paz y resistir la agresión”, pero los historiadores suelen manejar cifras mucho más abultadas. En Pyongyang, el variable recuerdo de la ayuda china, por ejemplo en los museos y en el cementerio de Hoechang, donde hay miles de voluntarios chinos enterrados, marca como un termómetro la temperatura de las relaciones entre el régimen y Pekín.
Extrema violencia, guerra total
La guerra de Corea fue terrible. La destrucción de las ciudades del norte por la aviación americana, superó a la destrucción conocida en Europa y Asia en la Segun
da Guerra Mundial. La masacre de prisioneros y civiles fue enorme. Cálculos americanos y surcoreanos establecieron entre 20.000 y 30.000 las víctimas de las masacres norteñas durante su ofensiva en el sur. Por su parte, la cifra de masacrados en el sur por los surcoreanos desde el inicio de la guerra, en junio de 1950, se sitúa en torno a los 100.000, que se añaden a los otros 100.000 del periodo de represiones anterior a la guerra, incluyendo los entre treinta mil y cuarenta mil muertos durante la represión de una revuelta campesina en la isla de Cheju. Los coreanos del sur mataban rutinariamente a los prisioneros de guerra y torturaban sistemáticamente a los que no mataban. Los americanos hacían la vista gorda y también fusilaban civiles. Los coreanos del norte eran más selectivos en su violencia hacia los presos, diferencia que también se dio en la guerra civil china, entre comunistas y nacionalistas, como está bien documentado. “Por incómodo que sea reconocerlo, las atrocidades de los comunistas fueron alrededor de una sexta parte del total y tendieron a ser más selectivas”, dice el historiador Bruce Cumings en su último libro sobre la guerra.
Fue una guerra total. Todas las ciudades norcoreanas fueron reducidas a cenizas por los bombardeos estratégicos americanos que arrojaron una enorme cantidad de bombas por kilómetro cuadrado y llevaron a cabo experimentos de campo con armas biológicas. La destrucción fue superior a la conocida por Alemania y Japón en la Segunda Guerra Mundial. Pyongyang quedó destruida en un 75%, Hamhung y Wonsan en un 80%, Chingjin un 65%, Sinanju en un 100%, Sariwon en un 95%, Hungnam en un 85%…. La amenaza de un uso americano de la bomba atómica estuvo siempre presente. En noviembre de 1950 Truman amenazó públicamente con ella para contener a los chinos. En mayo de 1953, en vísperas del armisticio, Eisenhower y el Estado Mayor estadounidense seguían barajando la posibilidad. En víctimas el balance final de la contienda fue enorme: más de 4 millones de muertos, de los que más de 2 millones eran civiles. 36.940 soldados americanos muertos, 400.000 surcoreanos y 2 millones de norcoreanos, la mitad civiles.
Amenaza nuclear permanente
El actual régimen norcoreano, con su espantoso historial en derechos humanos y su ambición nuclear, es inseparable de toda esa memoria. Durante décadas, las maniobras con escenario de utilización de armas nucleares contra Corea del Norte han sido rutina en la región. Los operativos “OpPlan 5027” y “OpPlan 5026” contemplaban el lanzamiento de ataques nucleares preventivos contra Corea del Norte, con derrocamiento de su régimen y formación de un gobierno militar. Nixon, en 1976, y Clinton, en 1993, volvieron a formular la amenaza de un ataque militar contra el régimen, pero la disolución de la URSS, con la pérdida de la disuasoria protección del paraguas nuclear soviético, alteró el problema fundamentalmente: dejó de nuevo al régimen expuesto a una amenaza existencial. En Yugoslavia e Iraq, Estados Unidos pudo atacar porque el país concernido no tenía bomba atómica. De todos los misterios de Corea del Norte, el de su ambición nuclear es el menos misterioso y el más racional. Que no sea percibido así por la opinión pública es un mérito de los medios de comunicación.
En la península de Corea, en Asia nororiental en general, la cuestión nuclear no es sólo un problema norcoreano. Como dice Gavan McCormack, de la Universidad Nacional de Australia, “el problema norcoreano nunca podrá ser entendido mientras sea definido únicamente en términos del programa nuclear de Corea del Norte. Ese país era objetivo nuclear mucho antes de que comenzara a moverse hacia la adquisición de armas nucleares. Su referencia a una “disuasión” debe ser tomada en serio”.
Un régimen brutal que busca el cambio
Dicho esto, ¿cómo calificar al régimen norcoreano? Desde los años setenta se estima que mantiene en cárceles y campos de trabajo a una población de entre 100.000 y 200.000 reclusos. Por lo menos 600.000 murieron en las hambrunas de los noventa que como el “gran salto adelante” de Mao parecen haber sido una mezcla de calamidades naturales y responsabilidades políticas. Corea del Norte es un estado hipernacionalista y postcolonial, obsesionado por la amenaza en la que siempre ha vivido, en el que los valores confucionistas han desembocado en algo parecido a una secta religiosa que venera a su padre fundador. Sus ciudadanos no son los autómatas de los desfiles y juegos florales que nos transmiten periódicamente las imágenes de archivo de las televisiones globales, sino gente de carne y hueso, sufrida y oprimida. Tanto la sociedad como el régimen desean profundamente una distensión que permita reconducir los enormes potenciales del país fuera de la jaula militar en la que se encuentran. El horizonte es una reforma a la china. Sin un acuerdo de paz y garantías mínimas de supervivencia tal reforma es imposible. En una circunstancia similar ninguna dictadura asiática de los años ochenta habría podido evolucionar, bien hacia la reforma y la apertura (China), bien hacia la democratización (Taiwan, Corea del Sur).
Gracias a la bomba, el mundo se toma en serio a Corea del Norte, el régimen se ha vacunado contra una invasión o el cambio de régimen inducido, y se ha dotado de una carta con la que negociar. De una u otra manera, hasta que esa supervivencia y reconocimiento internacional no estén garantizados, la bomba seguirá donde está. Es el seguro de vida del régimen.
A nadie le interesa la guerra
Alguien tan poco sospechoso de parcialidad como el ex Presidente americano Jimmy Carter explica así esta semana la disposición a la negociación del régimen, tras su última visita a Pyongyang del pasado julio:
“Expusieron su deseo de desarrollar una Península Coreana desnuclearizada y un alto el fuego permanente. Transmití ese mensaje a la Casa Blanca. Los dirigentes chinos manifestaron su apoyo a este debate bilateral. Funcionarios de Corea del Norte han dado el mismo mensaje a otros visitantes americanos y han permitido el acceso de los expertos nucleares a un centro avanzado para el reprocesamiento de uranio. Los mismos funcionarios me dejaron bien claro que esta serie de centrífugadoras estaría “sobre la mesa” para las discusiones con Estados Unidos. Pyongyang ha enviado un mensaje coherente de que en unas negociaciones directas con Estados Unidos, está dispuesta a un acuerdo para poner fin a sus programas nucleares y concluir un tratado de paz permanente que reemplace el alto el fuego “temporal” de 1953. Debemos considerar la respuesta a esta oferta”.
Respecto a China parece que su vínculo con Corea del Norte aumenta más que disminuye, pese al desagrado ocasionado por las pruebas nucleares y los ocasionales tiroteos. ¿Cual es el motivo de esa actitud? Lo último que quiere Pekín es una Corea reunificada bajo influencia de Estados Unidos con la que tendría frontera directa. El declive global de Estados Unidos ya es de por si muy imprevisible como para abrirle oportunidades en el propio patio trasero. Una intervención militar de China en Corea del Norte, comprometería su imagen de gran potencia “blanda” y no militarista en Asia y el mundo. Así, lo único que queda es mantener la situación y trabajar para crear las condiciones a una solución negociada que no altere el equilibrio regional. Eso es lo que hace China.
Una guerra no interesa a nadie. Para China sería una amenaza a su principal prioridad desarrollista. Para las dos Coreas significaría u
na promesa de mutua destrucción. Empantados en Irak y Afganistán, y con la energía agresiva que aun le resta centrada en Irán, alrededor de la primera región energética mundial, Estados Unidos no está para más bailes en Asia. La negociación directa con Pyongyang es la única solución, y para recordarlo, en un mundo con muchos otros frentes abiertos y una crisis financiera en su centro, Corea del Norte tiene que lanzar de vez en cuando algunos inquietantes fuegos de artificio.