Como en “Las buenas conciencias” de Carlos Fuentes, no importa que la gente “decente” sea pervertida, sino que se cuiden las apariencias. Eso es lo que clama Felipe Calderón; lo importante no es que Ernesto Cordero haya desempeñado el papel de “reventador” del Pacto por México, sin duda por instrucciones expresas o tácitas del ex presidente, y que esté socavando el liderazgo de Gustavo Madero porque firmó y promueve el cumplimiento del Pacto, sino que ese conflicto no salga de los círculos de poder interno del PAN, como si así, ahogado en el cristiano y pueblerino silencio, el enfrentamiento no existiera y no afectara –como sin duda ya lo hizo– las perspectivas de triunfo de los candidatos panistas en las elecciones locales de varios estados en julio próximo.
A Calderón no le gusta el Pacto porque pone de relieve todo lo que él no hizo y debió hacer, más aún cuando su triunfo fue tan apretado (menos del 1%) y cuestionado. Él no supo o no pudo convocar a todas las fuerzas políticas del país en torno a un conjunto de propósitos cuya necesidad nadie puede objetar: reformas profundas para el crecimiento económico, mejor distribución del ingreso, educación, empleo, energía, hacienda pública. No pudo, porque más que un político, Felipe Calderón es un hombre dominado por sus prejuicios, obsesiones y rencores. Y su vida está regida por una misión: combatir al PRI y a todo lo que de él provenga, porque su padre le enseñó que de allí proceden todos los males del país y de su propia familia.
Como presidente, permitió alianzas del PAN con el PRD y contra el PRI, no obstante que a este último partido debía y debe el haber llegado a la Presidencia con cierta normalidad, pues si los legisladores priistas no se hubiesen presentado a la sesión solemne del Congreso General el 1 de diciembre de 2006, Calderón no habría podido rendir protesta y se habría desatado una crisis constitucional de consecuencias impredecibles. Los diputados y senadores priistas de la época acudieron al Congreso e hicieron posible la toma de posesión formal, no como un favor a Calderón, claro, sino como un deber político para evitarle al país males mayores. Pero ni siquiera por eso el nuevo presidente se abstuvo de atacar al priismo desde el principio: ¿recuerda usted al panismo belicoso de Germán Martínez y César Nava? ¿Recuerda el compromiso incumplido en el Estado de México?
A pesar del recuento en una buena cantidad de casillas, nadie sabe si en realidad tuvo más votos Calderón que López Obrador, o fue al revés, porque la diferencia es estadísticamente irrelevante. Precisamente por eso la legitimación del nuevo gobierno –su aceptación general como tal– tenía que buscarse a partir de la convocatoria a todas las fuerzas políticas para unirse en busca de unos cuantos objetivos irreprochables, sin renunciar por ello a las diferencias entre partidos ni menos a la lucha electoral. No lo hizo Calderón porque todas sus hormonas al unísono le gritaban que debía acabar con el PRI, y optó por otra vía para legitimarse: declarar la guerra al narcotráfico, y así nos fue.
La cruzada de Cordero contra el líder de su partido y el Pacto ya ha dividido a la bancada del PAN en el Senado de la República y esa división se está contagiando a la fracción parlamentaria del PAN en la Cámara de Diputados, a los círculos dirigentes del partido y a las campañas políticas. Si no se produce una especie de milagro, ese partido continuará perdiendo espacios electorales debido a que si bien Calderón dejó de ser presidente, no se ha liberado de sus obsesiones y tiene una cabeza de playa en el universo político del país.
Con todos los ajustes que sean necesarios, el Pacto sigue siendo el acuerdo político más completo y articulado, y marca un rumbo que, en principio, no admite objeciones, como no sea las de los anti-priistas a rajatabla como Calderón o las de quienes consideran que el sistema económico y político está agotado y es preciso destruirlo para construir otro sobre sus ruinas. Las posibilidades de éxito de éstos dependen de numerosos factores internos y externos y probablemente tengan que transitar por la vía de la violencia política, que en el México de hoy, se agregaría a la violencia delictiva y no sé cuánto del país dejaría en pie, si fuera viable.
Los que no parecen tener remedio, son los anti-priistas intolerantes, pues no cuentan con un proyecto alternativo de nación y el mecanismo dirigente de eso que se llama Pacto, ha demostrado ser lo suficientemente flexible para procesar todas las objeciones y hacer los ajustes necesarios u obligados. El agregado formalmente redundante pero políticamente indispensable sobre la abstención de todos los gobiernos a dar un uso electoral a los programas sociales, es la más reciente prueba de ello. Poco antes, los ajustes que sufrió la reforma en materia de telecomunicaciones demostraron que el Pacto llega hasta donde la correlación de fuerzas políticas y económicas lo permite, lo cual sacrifica algunos avances a cambio de la viabilidad de otros; también demuestra que el panismo calderonista, representado principalmente por Cordero, es el principal promotor de los cambios cosméticos.
Es poco probable, pero no imposible, que Cordero derrote políticamente a Madero, lo invalide como posible candidato a un nuevo período en la Presidencia del PAN y se convierta él mismo en dirigente de su partido. Eso polarizaría al panismo y lo más probable es que lo debilitara, pero cerraría a los conservadores mexicanos, que no son pocos, la opción política relativamente moderada que hasta ahora ha representado ese partido.