La crispación aumenta, la desesperación cunde; no sólo por la pandemia, sino por el desempleo y la falta de circulante para mantener al día las necesidades básicas de las familias. A lo anterior hay que sumar hechos de violencia y visiones contradictorias. En el ámbito internacional, como si el tiempo se hubiere retrotraído a los años sesentas de la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos, las protestas por la ejecución de George Floyd a manos de un policía, se suceden a lo largo y ancho de Estados Unidos. El movimiento “Black lives matter”, es consigna y grito de guerra que recorre el mundo, en contraste con la frivolidad y delirio de Donald Trump, quien, desde su bunker, descalifica y repudia el despertar social. Suele suceder.
En nuestro país, las cifras oficiales y las no oficiales reportan un aumento de contagios y muertes alarmante. Cada instancia trae “sus datos”, todos preocupantes. El rockstar López-Gatell quedó ya totalmente rebasado por la necia realidad. En Oaxaca, hasta el sábado 6 de junio, se reportaban 4,684 notificados, 1,835 negativos, 759 sospechosos, 2,092 confirmados, 1,399 recuperados y 277 defunciones.
En este escenario, el Gobernador Alejandro Murat lanzó un mensaje que se resume en #YomeguardoporOaxaca. Convocó, apelando a la solidaridad y racionalidad, a realizar un mayor esfuerzo de resguardo voluntario del 5 al 15 de junio; sin presiones ni medidas coercitivas; convocatoria que puedo afirmar ha tenido una respuesta positiva: mercados, taxistas, comercios, medios de comunicación y sociedad en general se han sumado, sobre todo en los valles centrales, donde el covid-19 ha alcanzado el mayor número de víctimas fatales.
La convocatoria contrasta con las decisiones de gobernadores de otras entidades y destaca en su sensibilidad para encarar la emergencia sanitaria más relevante de la historia contemporánea. Murat no recurre a la estridencia, la fuerza, o la confrontación; suma voluntades, dialoga y negocia con el gobierno federal para no chocar en las definiciones. La presencia de presidentes municipales y de la Senadora con licencia Susana Harp (representante del Presidente López Obrador y de su pariente, Alfredo Harp Helú, beneficiario del Fobaproa y saqueador del patrimonio cultural de nuestro estado) en el acto, tienen un simbolismo especial.
No podemos soslayar el talante autoritario en las medidas adoptadas por el Gobernador de Jalisco, Enrique Alfaro, en el combate a la pandemia que al día de hoy se le han revertido, convirtiendo a Guadalajara en una batalla campal, con repercusiones en la Ciudad de México y, lo que es peor, con jóvenes desaparecidos y violentados. Meritorio también mencionar las visiones demenciales de Miguel Barbosa, Gobernador de Puebla. Cómo andarán las cosas por aquel estado vecino, que ya hay un coro que reclama: “Diódoro, regresa de Secretario General”.
En este contexto, también de reflexiones permanentes sobre el Día de la Libertad de Expresión (que al día de hoy deja mucho que desear en cuanto a libertad. A menos que no sea conservadora), me llamó Garganta Abismal para comentarme con preocupación sobre el desenlace que pueda ocurrir en el ámbito económico, una vez que la curva se aplane.
Ya entrados en las remembranzas, recordamos una comida en junio de 1995, cuando éramos diputados federales, en el restaurante medieval La Rioja. Ese día degustamos, de entrada, delicias riojanas, pimientos rellenos de bechamel y jamón york y cogollos de tudela con anchoas; de plato fuerte entrecot con salsa de cabrales y salmón a la pimienta rosa. Para los postres, coincidimos en unas peras naturales al vino blanco; por supuesto nuestro Carlos I y exprés cortado, con tuist de limón y una cereza en trébol.
“Si recuerdas” (me dijo Garganta Abismal), “en aquella mesa platicamos de nuestros tiempos universitarios. En especial de 1971, cuando eras Presidente de la FEO y yo un activista. Eran momentos claves en las conversaciones con el gobierno estatal y el federal para que se aprobara la reforma a la ley orgánica de la universidad que le concediera la plena autonomía, la elección del Rector a propuesta del Consejo Universitario, no del gobernador, los órganos de gobierno paritarios y el aumento del subsidio para construir la primera etapa de Ciudad Universitaria”.
Prosiguió Garganta Abismal: “la noche del 10 de junio, estábamos cenando tortas en Los Guajolotes, aquella lonchería del señor Nájera que administraba nuestro compañero Geraldo Estrada, también integrante de la FEO; cuando nos llegó la noticia: por la tarde se había reprimido la marcha estudiantil convocada en un principio en apoyo a los universitarios de Monterrey, que habiendo elegido a su Rector de acuerdo a una nueva ley orgánica, el gobierno del estado la había derogado e impuesto a otra que suprimía la autonomía. Sin embargo, ante la movilización nacional, el 30 de mayo el entonces gobernador Eduardo Elizondo, había renunciado, y el 5 de junio se aprobó una nueva ley orgánica que restituía los derechos”.
“Las noticias eran confusas. Se hablaba de decenas de estudiantes muertos y heridos. En esos tiempos no había celulares, internet, ni redes sociales. Y como le dijo el Presidente a Epigmenio Ibarra; “los grandes medios nacionales estaban controlados”. El tema no era menor, el Presidente Luis Echeverría había declarado una apertura democrática y su respeto a los movimientos estudiantiles. En nuestro caso se había pactado una reunión con él para concretar el tema de la autonomía”.
“Ya por la madrugada y mañana, se fueron conociendo detalles. Un grupo paramilitar conocido como Los Halcones, entrenado y controlado por el Coronel Manuel Díaz Escobar, Subdirector de Servicios Generales del Departamento del Distrito Federal (por cierto, nombrado desde 1966 por el entonces Secretario de Gobernación Echeverría), había agredido a los estudiantes ante la pasividad de los granaderos, que incluso les abrieron paso y la indiferencia del ejército, que rodeaba la zona con tanques antimotines”.
“Primero fueron varas de bambú y palos de kendo, al ser rechazados por los estudiantes, volvieron con armas de alto calibre. Fue una masacre. El saldo oficial reportó 120 muertos y cientos de heridos; lo cierto es que fueron mucho más”.
“Mientras la matanza se consumaba, el Presidente Echeverría degustaba en Los Pinos exquisitas viandas de nopales y huitlacoche al estilo impuesto por la compañera María Esther con el gabinete presidencial, con los procuradores y con el Jefe del Departamento del DF, Alfonso Martínez Domínguez, quien de elevadorista, había escalado a los primeros planos de la política nacional. Como diputado, le impuso la banda presidencial a Gustavo Díaz Ordaz”.
“En 1968, Martínez Domínguez había asumido la presidencia del PRI nacional, para desde allí llamarle fuertemente la atención, con amenaza de despido, al entonces candidato a la presidencia Luis Echeverría por haber convocado a guardar un minuto de silencio por los caídos en Tlatelolco en la Universidad Nicolaita de Michoacán. La afrenta, Echeverría se la cobró el 15 de junio de 1971, adjudicándole políticamente la responsabilidad y diciéndole “vaya usted y dígale a su mujer que va a servir al Presidente y que va a renunciar””.
Sin duda, tiempos intensos en que tuvimos que aplicarnos para conseguir la autonomía de nuestra Universidad. Pero esa es otra historia que algún día platicaremos.
Ya para despedirnos, Garganta Abismal, con su clásica ironía, me dijo: “en el Día de la Libertad de Expresión, celebro y aplaudo el reconocimiento del Presidente López Obrador a Rocío Nahle, Octavio Romero y Manuel Bartlett por las críticas de la prensa conservadora, al expresar “los tres me ayudan mucho para el rescate del sector energético. Claro que son clientes de la prensa conservadora, pero eso debe significarles un timbre de orgullo””.
Nos despedimos. Siendo domingo, paso a disfrutar un Jack Daniels, lamentando no poder aplicar aquella frase emblemática de Germán Dehesa: “Es viernes. Hoy toca”.
Volveremos a abrazarnos.