Los temas fijados eran económicos. Ni siquiera el cambio climático o el ébola tenían en principio mucho espacio en los planes del pragmático y polémico primer ministro australiano, Tony Abbott, para el G20. Pero entonces llegó Ucrania, con vientos gélidos que barrieron la temperatura de 30 grados que registró ayer Brisbane.
Aunque los debates entre los líderes del G20, que reúne a los principales países desarrollados y emergentes, giraron en torno a la preocupación por el escaso crecimiento que se registra en el mundo pese a que ya pasaron seis años desde el inicio de la crisis financiera global, al final, como ocurrió el año pasado con Siria, Ucrania proyectó su sombra sobre los principales dirigentes mundiales.
Un diario sensacionalista local eligió incluso para su portada la imagen de un oso con un gorro ruso y un canguro preparados para enzarzarse en una lucha. Y la prensa australiana en general publicó en detalle la presencia de cuatro barcos rusos que se situaron muy cerca de Australia en un gesto considerado inquietante, aunque sea absolutamente legal y hasta cierto punto habitual.
Las reuniones se sucedieron entre distintos líderes. Abbott actuó como el perfecto anfitrión y saludó calurosamente al presidente ruso Vladímir Putin pese a haberlo acusado el día anterior de querer volver a los tiempos del imperialismo soviético, pero al final quedó la sensación de que existe una parálisis en el conflicto difícil de romper.
La canciller alemana, Angela Merkel, mantuvo una larga reunión con Putin centrada en el conflicto ucraniano, aunque aparentemente de ella no se desprendió ningún cambio significativo. Según el vocero del Kremlin, Putin volvió a aclarar de forma exhaustiva los matices de la postura rusa respecto al conflicto. La canciller ya había admitido antes del encuentro que no esperaba que se produjera “ningún cambio cualitativo repentino” por parte del gobierno ruso.
Rusia no está dispuesta a abandonar su influencia en Ucrania, mucho menos a permitir que entre en la órbita de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), y lo muestra claramente. En respuesta a lo que ve como avances de la Unión Europea (UE) y de Estados Unidos sobre su zona de influencia, despliega aviones y barcos sobre las zonas de dominio de la otra parte.
Y cierra acuerdos económicos con América Latina para sustituir los productos que ya no compra a la UE por las sanciones económicas. Es decir, a una región considerada desde siempre el ámbito de actuación de Washington.
El secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, fue bastante claro en su advertencia al pedir a Estados Unidos, Rusia y la UE encontrar una salida pacífica al conflicto. Es una crisis en el corazón de Europa como lo fue la guerra fría, que pone en peligro la paz y la economía mundiales, subrayó.
Pero las posiciones parecen irreconciliables, con ambas partes hablando de “imperialismo” y “agresión”. El conflicto deja ya más de 4 mil muertos sin que se hayan hasta ahora producido avances para resolverlo.
El año pasado ocurrió algo similar con Siria. En el último minuto, el estadunidense Barack Obama y par ruso Putin se reunieron y acordaron una solución al tema de las armas químicas a fin de evitar una invasión estadunidense. Pero en aquel momento a Washington le interesaba no verse obligado a inmiscuirse militarmente.
“Hay progresos, pero a veces mucho más lentos de lo que quisiéramos”, comentó una fuente de la organización humanitaria Oxfam con respecto al G20.
En tanto, Siria y Ucrania siguen sumando muertos sin que el G20 actúe de forma más concreta. Tal vez no sea esa su tarea, como subrayan sus defensores, pero tampoco hay nadie más que asuma ese papel.
Agencias