David García Hernández, organizador de la delegación de las Chinas Oaxaqueñas de los Valles Centrales, afirmó que la Guelaguetza -máxima fiesta de las y los oaxaqueños que se lleva a cabo en el mes de julio- constituye una celebración de hermandad para las ocho regiones, donde los jóvenes participantes representan orgullosos a sus comunidades con sus bailes tradicionales.
La tarde parecía tranquila, con el sol y calor húmedo, típico de la temporada. Algunas nubes negras rodeaban el extenso valle, sin que los eternos guardianes repletos de verdor, testigos del ir y venir de la vida diaria de sus habitantes parecieran importarles.
La cita fue en la Cruz de Piedra, el corazón mismo del Barrio de Xochimilco. Ese fue el lugar elegido para reunir a las chinas oaxaqueñas engalanadas con sus trajes y sus canastas ataviadas de flores, con representaciones del Rey David, de la Virgen de la Soledad, de la tierra, de la fertilidad y por supuesto del Sagrado Corazón de Jesús. Los hombres por su parte, con su traje típico de calzón y camisa de manta, acompañados de las marmotas y faroles.
Pocos minutos habían pasado cuando una fuerte lluvia cayó en el lugar, con truenos y relámpagos que cimbraban la tierra. Los arcos del antiguo acueducto, funcionaron como refugio de las frías gotas que caían. Mientras que muchas Chinas aprovechaban el momento para acomodar sus mascadas, aretes y largos collares dorados. La lluvia fue cediendo poco poco, y con ello la oportunidad de seguir una tradición que año con año se festeja.
En palabras del propio David, la importancia de su participación radica en preservar costumbres y tradiciones, ya que Oaxaca es un lugar cultural por naturaleza. “Hay muchas cosas que se tienen que rescatar, por ejemplo, en nuestra delegación de Chinas Oaxaqueñas, se rescatan alhajas que ya no usan las mujeres en este tiempo, trajes de hombres para conservarlos y recobrar su significado, así como las canastas que cargan las mujeres que son ofrendas florales. Por eso es que lo hacemos en calendas para mostrarlas a toda la gente”, dijo.
Una ligera lluvia aún cubría la Verde Antequera, pero el convite tenía que iniciar. El lugar, la explanada de Santo Domingo unas cuadras más abajo. Por su paso en las calles de García Vigil, más y más gente se iba uniendo a la celebración no importando la constante llovizna. Para el momento de estar enfrente del templo de los Dominicos, muchas personas aguardaban el momento en que los tambores, trombones y trompetas empezaran a sonar.
Los hombres encabezaban el contingente, quienes ya cargaban las marmotas, representando al mundo y los continentes, así como a los faroles que danzaban al ritmo de la música. El ambiente era de alegría y fiesta, poco o nada importaba la lluvia constante. Si no era la música, el espectáculo visual lleno de colores, el estruendo de los cuetes o el mezcal que se regalaba en “jicaritas” y en vasos de carrizo, hacían entrar en ambiente de fiesta y tradición a las y los espectadores.
La comitiva avanzaba hacia la Alameda del León, mientras que el cielo se iluminaba con fuegos artifíciales que anunciaban la llegada al clímax de la celebración. Todos los participantes de esta gigantesca puesta en escena centraron toda su energía en los bailes, desde los más jóvenes hasta los más veteranos mantenían la misma sonrisa franca y cálida que caracteriza a los oaxaqueños.
La noche del 3 de julio llegó a su fin y con ella el inicio del mes de la Fiesta del Cerro. Este 4, 10 y 11 de julio, habitantes y extranjeros podrán apreciar nuevamente este convite que parte de la Cruz de Piedra a las 18:00 horas y que invita a preservar las tradiciones oaxaqueñas y llevarlo a todo el mundo.