En nuestro querido Oaxaca -¿o habremos de llamarla querida?- las cosas se cuecen aparte. No es solo picaresca el dicho de que “hasta la comida enredamos” en clara alusión a nuestro típico “quesillo”. Desde siempre la conflictiva nos envuelve, nos trasciende. Para un Juárez, hizo falta un Díaz y Ricardo Flores Magón tuvo mucho que ver en la caída final de aquel.
Nuestra envidiable riqueza cultural y biológica tiene solo parangón con nuestra compleja realidad política. Los usos, las prácticas propias de un temperamento que pareciera genético, nos circunscriben al conflicto, al enredo a una dialéctica cuya síntesis es más conflicto.
La política como actividad es omnipresente; es nuestra única industria. Nuestra realidad pasa inevitablemente por ella: la economía, el deporte, la cultura, la vida social y familiar, la educación, etc. Nuestros políticos han sido nuestra maldición, quizás porque los tenemos incluso fuera de los partidos, aunque muchos terminen de alguna forma al cobijo de alguno de ellos.
En medio del desorden, los oaxaqueños convivimos en medio del milagro. Habitamos una tierra sin ley o, para no exagerar, con la menor ley posible. Tenemos mucho derecho legislado pero escasamente cumplido. Tenemos notables excepciones de oaxaqueños indispuestos a cumplir la ley y gobiernos de excepción indispuestos a aplicarla si no es selectivamente.
La gran mayoría de los ciudadanos hacen de esa categoría política sacralizada por la ciencia política una entelequia. La ciudadanía no existe en toda la extensión de la palabra y el término “pueblo” pierde la relevancia que para la Teoría del Estado tiene como portador de derechos y obligaciones. La ley se supedita indiscriminadamente a la política, a una mala política. Es fácil sacrificar a los más cuando los menos son los que tienen la disposición de organizarse para alcanzar algún fin.
En la democracia oaxaqueña, contrario a toda lógica, no decide la mayoría. Las votaciones son los únicos espacios que en su fugacidad liberan el descontento, el hartazgo, las frustraciones que debían ser colectivas, pero que ante la apatía y la desorganización se vuelven individuales, personalísimas. Un ciudadano, un voto. Un ciudadano, un agravio, una frustración, una inconformidad, un hartazgo.
Seguimos siendo un “pueblo” a merced de una clase política conflictiva, intransigente, vengativa y egoísta. Su único referente es el poder y con él, el dinero. No puede ser de otro modo. Los gobiernos no están dispuestos nunca a poner la otra mejilla ante una oposición que con el mismo referente solo espera arrebatar o reconquistar el mismo poder.
Ya no es siquiera problema de partidos. En Oaxaca no los hay en toda la extensión de la palabra. Existen organizaciones que compiten por el poder, cada vez con menos sesgo ideológico. Los ideales ya ni siquiera se supeditan a los fines. No hay ideales. Solo una misión. Gobernar o volver a gobernar.
Hoy nos siguen gobernando priistas. Pasa algo parecido a las disputas religiosas. Hermanos divididos ganan adeptos que roban a otros. Nuestros partidos se parecen cada vez más a las facciones de antaño. Hume y Bolingbroke teorizaron sobre su característica definitoria: el egoísmo.
No es extraña, por ello, la dificultad de ubicar a nuestro gobernador en algún punto del espectro político, independientemente del sinsentido de la coalición izquierda-derecha que le llevó al cargo. Nadie, políticamente sensato, se atrevería a afirmarlo categóricamente de derecha, de izquierda o de centro.
Gabino es un político pragmático notoriamente incómodo ante etiquetas ideológicas. En ser gobernador de Oaxaca encontraba su destino y habiéndolo conseguido se termina la historia. Gabino cumplió su designio el 4 de julio de 2010, en adelante no había ya historia por escribir de su parte.
Su gobierno seguirá como hasta ahora: gris, frívolo, displicente. El gobierno seguirá siendo un juego de estrategias fáciles. La circunstancia le favorece en demasía. Partidos políticos pulverizados, ausencia total de oposición, cero presiones y una sociedad aletargada, apática, ya sin fuerzas, acostumbrada y resignada al desencanto, con expectativas por el subsuelo, ocupada, en sus individualidades, por el día a día.
Con Peña Nieto no será diferente. Seguirá siendo gestor, vínculo, interpósita persona en lo que la federación tenga, en recursos económicos y proyectos, reservado para Oaxaca. El único interés del Presidente es tener en calma al país, así sea en medio de la parálisis y la frivolidad de entidades como la nuestra. En su visita próxima, se dirá amigo del gobernador. Más que realidad, será intención. En Oaxaca no pasaba nada antes del 1 de diciembre, no tiene por qué pasar en adelante.
¿Qué es lo que se necesita para que las cosas comiencen a cambiar? Primero, cultura política en el ciudadano, valores y creencias necesarios para la participación de la mayoría en las decisiones públicas que no se ahoguen en el conformismo ni en la resignación que dejan manga ancha a partidos y organizaciones sociales para seguir jugando con los gobiernos a cambio de dinero o reducidos espacios de poder. Segundo, voluntad de las élites partidistas de postular ciudadanos ejemplares y conscientes de la responsabilidad a los cargos de elección popular para que sea una competencia entre los mejores. Tercero, un gobierno determinado aplicar la ley desprovisto del triste criterio del cálculo político.
Para lo primero, se requiere una nueva actitud; que el ciudadano deje de ser el Gregorio Samsa que un mal día despertó siendo. Para lo segundo es menester que en esas mismas élites se encuentre parte de los mejores y respecto de lo tercero, no hay más que la disposición de anteponer la obligación del gobernante sin importar los calificativos, ni las probables consecuencias en la próxima elección.
Si al ciudadano no le interesa, menos interesará a las élites; de los gobiernos ni hablamos. Todo buen gobierno empieza por el orden y Oaxaca sigue siendo el estado más quesillesco de todos. Es el origen filosófico del cambio: que todo cambia para seguir igual.
¿Cómo votará entonces usted – amable lector- en las próximas elecciones?
@MoisesMolina