El más preocupado por la victoria de Donald Trump sobré la acusación de la líder legislativa demócrata Nancy Pelosi debe ser el gobierno mexicano. La apuesta secreta era la posibilidad de destituir al presidente estadunidense para interrumpir los planes de reelección. Trump salió fortalecido y casi hecha su campaña de reelección, sin que exista en el escenario estadunidense un líder demócrata capaz de derrotarlo. El desmoronamiento del vicepresidente obamista Joe Biden ha sido la pista más importa de la reelección presidencial.
El problema que tiene la crítica mexicana respecto a Trump es el enfoque de origen. Todos los análisis parten de criterios nacionalistas mexicanos, es decir: de suspicacias, resentimientos locales y deseos negativos. Pero Trump es un producto histórico del american way of life y como tal se le debe enfocar. El dato mayor indica que Trump ganó sobre el saldo sobresaliente de los ocho años de Barack Obama, el primer presidirme afroamericano de una sociedad racista hasta 1968.
La gran pregunta es sencilla de plantear: ¿cómo un racista ganó sobre la herencia de un afroamericano? La respuesta se encuentra en tres escenarios: la baja calidad política de la candidata Hilary Clinton como abanderada del obamismo, el despertar del estadunidense medio y bajo que detesta al Estado y la existencia de una conciencia conservadora racista en el subconsciente del ciudadano imperial. La frase de “Hagamos grande otra vez a América” dio en el blanco del estadunidense cansado de humillaciones del mundo en su contra y contra su país, de terrorismos en territorio estadunidense y de venganzas históricas.
Los estadunidenses no fijan sus posiciones electorales en idealismos tercermundistas ni en sentimientos de culpa, sino en el espíritu de superioridad que ha sido el común denominador de los EE. UU. desde que se lanzo a la conquista del oeste por encima de diez millones de indios originarios asesinados. Y en este escenario quedó atrapado México en el largo periodo de desunión nacional 1936-1948 para perder la mitad del territorio que Washington anhelaba desde la batalla del Alamo en 1836.
Cada determinado tiempo histórico los EE. UU. encuentran el espacio para precisar su alcance imperial por la confluencia de tres factores determinantes: el dólar como moneda mundial, la capacidad militar ofensiva y la explotación sin rubores de las riquezas naturales y humanas del planeta. Los EE. UU., Rusia y China son tres países con características de potencia, pero carecen de recursos, de moneda y de voluntad imperial tipo estadunidense.
En este contexto se coloca México, con la peor de las adversidades: la vecindad geográfica de 3 mil kilómetros de frontera entre la potencia económica numero 1 del planeta y México entre los países subdesarrollados. La más grave falta de independencia de México respecto a los EE. UU. se localiza en la relación del tipo de cambio: México está obligado a mantener una tasa inflacionaria equiparable para evitar carestías del peso que induzcan fuga de capitales y éstas lleven a devaluaciones.
Los modelos de desarrollo mexicanos del siglo XX han estado subordinados a los estadunidenses, porque a México le ha facetado capacidad industrial, desarrollo tecnológico y empresas competitivas. El Tratado comercial en funcionamiento desde 1994 no logró potenciar el desarrollo; al contrario, la empresa industrial mexicana se achicó en posibilidades, pasando de una participación de componentes mexicanos en las exportaciones de 45% en 2991 a aproximadamente 36% en 2019, una disminución de 9% que indica que México sigue enfilado a economía maquiladora y no productora de bienes para la exportación.
La relación de México con los E. UU. ha sido asimétrica, con tendencia a la dominación estadunidense. El TCL 1993-2019 no logró convertir a México en una potencia media en desarrollo y el TCL 2.0 aprobado a comienzos del 2020 tampoco va a beneficiar a México. En este sentido, la Casa Blanca con Trump ha enfocado a México como un problema de descontrol fronterizo en materia de drogas, contrabando y sobre todo migraciones no legales. Los primeros tres años de Trump han sido de reclamos a México, de acusaciones agresivas, de desdenes ostentosos y de discriminaciones sin precedentes. La campaña presidencial del 2016 la hizo Trump contra México y logró enardecer a los sectores racistas de la base estadunidense, sobre todo los antimigrantes en los estados fronterizos.
La campaña presidencial de Trump en este 2020 para las elecciones de noviembre está reconstruyendo el escenario que le dio resultados en el 2016: desdén al presidente de la república, discursos en el sentido de que México obedece a Washington en todo, criminalización de los migrantes mexicano, culpa a México del aumento de la migración centroamericana y el argumento de que la Casa Blanca debe de tener a México siempre con la bota imperial en el pecho.
México ha vuelto a optar por el camino de la resistencia pasiva y silenciosa, ninguna respuesta a Trump, ni una iniciativa diplomática para deslindar a México del escenario electoral, cumplimiento de la exigencia estadunidense para convertir a México en un muro de contención de la migración centroamericana y acatamiento de las reformas al TCL para beneficiar más a las empresas estadunidenses. Como dato mayor, el subsecretario para Asuntos de América del Norte de la cancillería mexicana es Jesús Seade, un negociador del tratado; es decir, México no tiene en su estructura diplomática a un estratega de la geopolítica, lo que lleva a que las relaciones comerciales decidan los asuntos diplomáticos y de seguridad nacional.
Nada bueno para México saldrá de la campaña de Trump, salvo los indicios para reforzar las percepciones negativas sobre el escenario del segundo gobierno en los EE. UU. Existen buenos espacios para redefinir una estrategia nacional, pero el gobierno mexicano nada quiere que haga sobresaltar la relación con Trump. Lo malo, sin embargo, es que no se trata de manera estricta de una relación sino de una confrontación ventajosa de Trump con México para usarlo como parte de su campaña electoral.
De ahí que no le esperan a México buenos tiempos con Trump en el periodo 2020-2024, incluyendo el ultimo año de su primer periodo. Pero nadie en el gobierno está pensando en una estrategia de seguridad nacional.
Política para dummies: La política es no esperar nada de fuera, construyendo las bases del futuro dentro.