A pesar de la crisis económica, política, y de todo tipo por la que estamos pasando. A pesar de que nuestros bolsillos están casi vacios ante el incremento en los precios a todo; ninguno quiere dejar pasar la afectuosidad navideña con los compañeros de oficina.
Diciembre, es un mes que nos marca dos ritos, y hay que cumplirlos, según las normas de afecto: la reunión con los compañeros de oficina, y el intercambio de regalos.
Ante estas dos costumbres, nadie puede negarse a expresar sus muestras de cariño, y menos, en estos de días de paz, dicha, prosperidad y amor.
Desde luego que para que se demuestre la afectuosidad, se necesitan ciertos requisitos, de lo contrario, no serás aceptado por el grupo de compañeros de trabajo. La norma es que estés dispuesto a intercambiar regalos con otra persona, sin importar si puedes o no puedes. Eso de que tienes otros compromisos económicos mucho más fuertes no importa, porque ante todo, tienes que demostrar tu afecto con un regalito, y posponer la solución a los problemas familiares un poco más tarde.
En estos últimos días de diciembre, si entramos a cualquier restaurante de medio pelo para arriba, encontraremos a oficinistas alrededor de varias mesas juntas, departiendo la última cena, la última comida o el último desayuno del año. Invariablemente, el jefe es quien se sienta en la cabecera de la mesa, y a sus lados los subjefes, poco más allá, los que dependen de los subjefes hasta llegar a los de menor jerarquía.
Ahí están todos los trabajadores, listos para comer porque es diciembre, porque hay que estar juntos y brindar y escuchar uno que otro horrendo discurso de algún orador despistado. La mayoría de esos discursos son algo parecido al de los políticos: bien hipócritas.
Las mujeres, con sus mejores ropas y el más escandaloso perfume. Los jefes, de saco o por lo menos cuello y puños almidonados. Los que le siguen, intentan imitar a los jefes, y los de abajo, lo más retirado de los de más categoría.
Todos los trabajadores están presentes porque lo más probable, es que mediante un oficio se les haya informado que se les descontó una lana como cooperación para la tradicional comida de fin de año.
El otro rito es el intercambio de regalos. Las mujeres de la oficina, son las que casi siempre se encargan de que se lleve el trueque. Además, casi siempre también, son las que deciden quién le regalara a quién y sobre el precio del obsequio.
Y a la hora del reparto, aparecen unas caras felices o otras no tanto, porque por ejemplo, al mensajero le dieron un lápiz labial creyendo que el nombre Guadalupe era el de una chica. Que a la que gastó 100 pesos, recibió apenas una pluma de esas que venden en la banqueta de la esquina. Hasta entonces se dan cuenta que casi nadie respetó la sugerencia del precio ni investigo si se trataba de compañero o compañera.
Así pues, que al trabajador más humilde, puso cara de angustia al abrir su caja, pues se encontró que ahora era dueño de una rasuradora de tres cabezas pero que no usará porque es lampiño.
Casi siempre así son las fiestas de fin de año. De puro compromiso. Tal vez, estas reuniones son por el dicho aquel: “prefiero el más hipócrita regalo, a un sincero abrazo”.
Comidas e intercambio de regalos navideños: Horacio Corro Espinosa
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