Aunque era hombre del sistema y fue cincelado por Carlos Salinas de Gortari para representarlo en la continuidad del proyecto salinista neoliberal, Luis Donaldo Colosio Murrieta fue asesinado cuando se disponía a abrir el sistema político a una democratización que hubiera acotado el neoliberalismo.
A veintitrés años de su asesinato, los datos consolidados dan otra lectura política. Colosio no iba a romper con Salinas, ni regresaría al PRI al populismo, ni perseguiría a nadie de la familia salinista, ni anularía el neoliberalismo y el tratado con los EE.UU., ni les cerraría la política a los salinistas.
Sin embargo, el entorno político de Salinas envenenó al entonces presidente saliente de la república para preocuparlo por la relación abierta del candidato Colosio con figuras conocidas por su hostilidad a Salinas y a su proyecto. Pero Colosio simplemente estaba buscando espacio de gobernabilidad por sí mismo y ya no como títere de Salinas. El problema no fue que le vendieran a Salinas el argumento de la traición de Colosio a Salinas por sus contactos con Cuauhtémoc Cárdenas y Manuel Camacho Solís, sino que el conflicto estuvo en que Salinas sí compró así esas preocupaciones.
El asesinato de Colosio le quitó a la sucesión presidencial de 1994 la posibilidad de retrocesos políticos. Colosio efectivamente sí había llegado a un acuerdo con Manuel Camacho Solís, sí le había ofrecido la Secretaría de Gobernación y sí hubo el compromiso de distensionar el sistema político priísta con una reforma democrática. Pero hasta donde se tuvieron algunos indicios, esa reforma no pasaba por la anulación del salinismo económico, ni la finalización del tratado, ni el regreso al populismo.
De todas las preocupaciones del entorno salinista sólo hubo una que sí preocupaba a Salinas: la decisión de Colosio, comentada a no más de diez personas, de impedir que Joseph-Marie Córdoba Montoya, el superasesor político y estratégico de Salinas, se quedara en el gobierno; y los primeros datos se tuvieron cuando Colosio se distanció ostensiblemente de su jefe de campaña y principal operador de Córdoba: Ernesto Zedillo Ponce de León.
Y si bien el compromiso salinista en teoría era que Colosio fuera presidente en el sexenio 1994-2000, le debía seguir Zedillo como candidato para el 2000-2006; fuera de las decisiones de poder, Colosio tenía una buena relación con Zedillo; sin embargo, Zedillo nunca fue él mismo, sino que siempre se movió como un activo militante de Córdoba. Por esa razón Colosio alejó a Zedillo de la campaña y por eso Zedillo, el 19 de marzo, cuatro días antes del asesinato, le aconsejó a Colosio que pactara con Salinas. ¿Por qué el candidato enfilado ya hacia la victoria debía de pactar con quien lo puso? Por la razón de que Salinas parecía haber roto con Colosio.
Al final, las circunstancias criminales colocaron a Zedillo como el beneficiario del asesinato de Colosio. Y fue más que claro que en términos de las tradiciones clave del sistema político el presidente saliente Salinas no había podido poner presidente –puso a un candidato y lo perdió en la campaña– y que el asesinato de Colosio dejó ver que la candidatura final de Zedillo le había trasladado a Córdoba el poder para poner presidente de la república.
La interpretación política del magnicidio político del 23 de marzo de 1994 sigue colocando ese hecho como un crimen del poder y la figura de Córdoba en el trasfondo.
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