Colosio 30: John Womack acusa a la nomenklatura del PRI || Carlos Ramírez

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Autor del libro clásico Zapata y la Revolución Mexicana y uno de los intelectuales más importantes de Estados Unidos, el historiador John Womack Jr. escribió el 2 de marzo de 1997 en el suplemento Enfoque de Reforma un largo análisis sobre su versión de Lomas Taurinas y en síntesis emitió dos juicios que siguen latentes: “la verdadera guerra por el poder se da interior del PRI” y los responsables del asesinato fueron “miembros de la nomenklatura del PRI”.

 

Womack nunca ocultó su relación personal con Carlos Salinas de Gortari y su análisis fue desvirtuado en su momento por criterios de amistad, pero la capacidad de analítica y el conocimiento de la historia de México –Zapata fue víctima de un asesinato del poder– le otorgaron suficientes méritos para que su sistema analítico estuviera basado en información y conocimiento del régimen mexicano.

 

Para Womack, el asesinato de Colosio fue producto “del enfrentamiento entre un grupo de reformistas encabezados por Carlos Salinas y los duros representados por Ignacio Pichardo Pagaza, Fernando Ortiz Arana y Alfredo del Mazo”.

 

El historiador de Harvard señaló que la reforma económica de Salinas tocó muchos intereses creados “y el plan de Salinas era establecer un nuevo poder popular en México”. Y si bien el presidente negoció con sectores duros, también “tomó la ofensiva contra los cárteles de la droga” y “afectó intereses”.

Escribió además Womack: “la rebelión en Chiapas del 1 de enero de 1994 polarizó a México y puso en peligro el nuevo equilibrio de poder en el PRI. Mientras un buen número de miembros de la oposición y del PRI simpatizaban con los rebeldes y exigían que el gobierno negociara con ellos, los jefes y sus bases demandaban la represión militar. Después de ordenar el envío de fuerzas armadas a Chiapas, Salinas detuvo la acción militar y abrió las negociaciones, lo cual alarmó a los jefes y les dio valor para actuar. Entre la simpatía popular por los rebeldes y el enorme rencor que existía dentro del PRI, la campaña de Colosio se desarrolló de manera deficiente”.

 

En su análisis, Womack consideró la designación de Zedillo como parte del poder de Salinas y asumió que el arresto de Raúl Salinas de Gortari el 27 de febrero de 1995 fue parte del reacomodo de fuerzas autoritarias del poder dentro del PRI.

 

Para Womack, la nomenklatura del PRI era el grupo de poder más importante, inclusive por encima de los partidos de oposición que “son pequeños, están divididos y carecen de solvencia”. Además, “los jefes del PRI no son los dinosaurios que sus críticos han descrito como antiguos caciques provincianos, sino políticos profesionales, experimentados y sofisticados que manejan miles de millones de pesos en contratos y concesiones, y negocian todo el dinero y el voto corporativo que requieren en cualquier carrera electoral donde ellos mismos o sus protegidos se postulan”. Entre la nomenklatura nombró a: Gustavo Carvajal Moreno, Fernando Gutiérrez Barrios, Francisco Labastida Ochoa, Alfonso Martínez Domínguez, Fernando Ortiz Arana, Alfredo del mazo, Augusto Gómez Villanueva, Javier García Paniagua y otros”.

El proyecto de Salinas fue la modernización productiva y buscó la configuración de un nuevo poder político del margen del PRI. El señalamiento de Womack de que los miembros de la nomenklatura que habrían estado detrás del asesinato de Colosio dio el contexto del “triunfo de los duros” y estos caciques políticos se encargaron de distorsionar y manipular las investigaciones del fiscal Pablo chapa Bezanilla.

 

En este contexto, el asesinato de Colosio estuvo en el escenario de una disputa por el poder entre la nomenklatura de caciques priistas que habían perdido áreas de poder con la modernización salinista y los sectores modernizadores del régimen priísta.

 

Para Womack, Zedillo quedó atrapado entre los intereses de la nomenklatura y este grupo logró apoderarse y desactivar a Zedillo y puso la mira en la continuidad de los viejos políticos en la sucesión presidencial del 2000. “Mientras Zedillo –escribió Womack en 1997– no comprenda la relación que existe entre leyes y política, no perciba las diferencias entre amigos y enemigos políticos y no actúe de manera eficaz contra los jefes, la lucha interna por la reforma continuará en declive. Y si finalmente fracasa, la responsabilidad será suya”.

La maldición de Womack se cumplió: la nomenklatura se apoderó de la sucesión presidencial del 2000, pero Zedillo se fugó hacia adelante y apoyó la alternbancia presidencial hacia el PAN y con ello marcó el fin del ciclo de la nomenklatura priista.

 

 

 

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