En todo lo que va de este sexenio, el gobierno federal se ha encargado de mantener al país en vilo.
Un día sí, y otro también, nos atosiga con noticias que a veces son ciertas, muchas-muchísimas otras son falsas, acusaciones, descalificaciones, agresiones, sacrificio humano ejecutado en nombre de una 4-T aun a prueba; hechos de gobierno improbables y polarización social…
Denuestos a la prensa crítica y a sus operarios en ejercicio de su libertad de expresión, acusados por Palacio Nacional de ser el ejército adverso a una causa transformadora, que al final de cuentas no es causa, sino efecto…
El efecto de muchos años en los que los ciudadanos mexicanos fuimos alejados de la democracia; del sentido exacto y universal de lo democrático y cómo vivir en democracia.
Por décadas se daba todo por hecho. Se decía que al final de cuentas el que decidía estaba en Palacio Nacional. No fuimos ni somos parte integral de la democracia porque simple y sencillamente millones de mexicanos no actúan, viven y exigen en democracia, que es ley, que es Constitución.
Esto es así por lo menos entre millones de los ciudadanos de a pie que día a día subsisten para llevar el pan de cada día a la familia, la casa, el sustento, la educación, la medicina, el solaz…
Ocupados en la lucha por la vida, estos mexicanos dejan de lado la responsabilidad democrática para centrarse en sus menesteres vitales. Y es así, y así tiene que ser, si no fuera porque un ciudadano debe estar consciente de su valor y responsable de sus actos y de los actos de gobierno.
Así cada uno en sus luchas cotidianas, sus victorias o quebrantos, mantiene la ilusión de que un día las cosas por sí solas habrán de cambiar para el bien de todos, para el bien personal y el de la familia, los hijos y nietos. Pero no es así, como tampoco para el resto de los ciudadanos todos.
Millones de mexicanos suponen que ser demócrata se agota en acudir a las urnas el día de alguna elección y votar –si es que van- y dejar ahí su semilla, para ver qué se puede cosechar. Y nadamás. Millones ni siquiera acuden a la urna, ya por desprecio a los candidatos o decepción política.
Al día siguiente la democracia no sigue ahí porque, con el voto o la abstención, se ha entregado a otros la decisión de vida. Y ese ganador hará y deshará a sus anchas porque el ciudadano que le votó ha puesto su vida y su futuro y su decisión y seguridad y su libertad en manos de un gobierno, que no siempre son las mejores manos.
Y entonces cada uno ve lo que hacen los políticos con ese poder otorgado, ese mandato aportado, y deja hacer y deja pasar porque dice que ya no está en sus manos lo que sigue: es víctima o victimario, pero a distancia y sin derecho a proponer o exigir…
Porque eso es la democracia, además del voto periódico, es el derecho de todo ciudadano a exigir cuentas a su gobierno, a exigir que las cosas se orienten hacia el bien nacional y sin venganzas o resentimientos.
Que el supremo mandato otorgado es para beneficio de todos los mexicanos, los que hubieran votado a favor o en contra: es un derecho por el sólo hecho de ser mexicanos: hoy la mayoría de los legisladores dejaron de ser interlocutores y representar a sus electores: no.
Somos 130 millones de seres humanos que vivimos en este territorio nacional mexicano. Es un país con enorme territorio: 1.973 millones km². Son 32 estados del país que conviven de acuerdo con el Pacto Federal y que cuentan, asimismo, con su propia soberanía. Y con un padrón electoral y lista nominal a junio de 2023 de poco más de 96 millones de mexicanos al grito de guerra.
Millones de seres humanos que tienen una gran responsabilidad. La tienen para sí mismos, para su entorno social, colectivo, familiar, estatal, municipal y nacional. Son millones de ellos los que han dejado hacer y han dejado pasar. Que han permitido agravios a su entorno, violencia criminal, falta de empleo –transformado en empleo informal-, crisis de salud y educativa; el odio de unos a otros.
¿Qué puede hacer un ciudadano en estas condiciones? Mucho: actuar como demócrata.
Ser consciente de lo que significa su voto y a quien-quienes se lo otorga, y sobre todo saber que la democracia es mucho más que el voto, es una forma de vida, es una forma de entenderse en colectividad, en gobierno y en construcción de país y de futuro.
Es saber respetar, pero también es saber exigir. Es saber que quien manda en México es cada uno de los habitantes del país y en particular cada uno de los ciudadanos con derecho a voto.
Ya están a la vista las elecciones de 2024. Todos los actores políticos echan su cuarto a espadas para la contienda. El gobierno de la 4-T aportará todo lo que está a su alcance, con recursos públicos y apoyos de Estado para hacer ganar a su candidata.
La oposición quiere abollar el triunfo de Morena y quizá no obtenga la presidencia pero sí podría conseguir que el congreso-los congresos sean contrapeso y no una mayoría obediente hasta la indignidad, como hoy mismo ocurre en las Cámaras legislativas.
El mexicano, todos los mexicanos, tenemos la obligación-responsabilidad-tarea de votar por el mejor gobierno. El que cada uno considere, pero que ese voto sea consciente, inteligente, responsable, cargado de amor por México y por su futuro.
Y nunca más repetir la vieja historia del principio: de votar y dejar hacer. Lo que sigue puede ser muy grave para México. Hacerlo con seriedad, consciencia, responsabilidad y sin la ambición momentánea de una ayuda económica. Sólo así se construirá un mejor futuro. Todavía es tiempo. Y es tiempo suficiente para no lamentar después por lo decidido: entonces podría ser muy tarde.