Casi 20 años y en México la situación está peor: Álvaro Sebastián Ramírez

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El loxicha acusado de tener vínculos con el EPR insistirá en la búsqueda de justicia social

Y luego de 19 años, para Álvaro Sebastián Ramírez, el “Loxicha” -aquel que fuera perseguido y encarcelado por sus supuestos vínculos con el Ejército Popular Revolucionario- , las condiciones en México van de mal en peor y, aunque asevera que luego de tantos años de reclusión su afán inmediato es disfrutar a sus hijos, su corazón combatiente le motiva para hacer escuchar su voz y la del pueblo que vive en la pobreza extrema.

Han pasado poco más de 10 días en que Álvaro,  junto con su compañero Abraham Ramírez, fueran liberados tras cumplir las dos terceras partes de su condena (27 años) y, su ánimo, así como sus ganas por disfrutar la vida se reflejan en la enorme sonrisa que pinta su rostro.

Mientras disfruta su desayuno, al lado de su inseparable Erika, su hija; el dirigente moral de la Organización de Pueblos Indígenas Zapotecos (OPIZ),  echa una mirada al pasado y comenta a Libertad Oaxaca: “siento que la situación sigue igual o quizá peor, porque la pobreza extrema, la desesperación, la muerte y desilusión hoy afecta no solo a mi región sino al país entero, es el mismo dolor en un escenario peor”.

Originario de San Agustín Loxicha, a sus 59 años Álvaro refiere un dolor muy grande por la situación del país, su preocupación no es nueva, a los 8 años él ya cuestionaba a su padre acerca del costo de los productos básicos, poco después, espiaba las asambleas de su pueblo y “paraba orejas”, dice, para saber qué tanto se hacía en ellas y preguntar a quién y por qué elegían a las autoridades municipales; Álvaro iniciaba así, su andar en la lucha por lograr justicia para su pueblo.

Evangelizar, ese era su objetivo, enseñar a los suyos no solamente a leer y escribir para salir de la ignorancia, sino particularmente para que aprendieran a defenderse a través de la palabra y reclamar lo que por derecho les corresponde; para lograrlo, a los 16 años y con la secundaria terminada el “loxicha” se acercó a la SEP buscando una oportunidad para convertirse en maestro.

“Te falta para maestro, deja de todas maneras tus papeles, te falta un año me decían y ya con eso me iba contento porque me anotaron, cuanto faltaban 4 meses para cumplir 17 años me llamaron para cubrir un interinato, de octubre a diciembre de 1975 en Colosal Magdalena, Loxicha, una comunidad muy lejana, pero tenía muchas ganas de enseñar a los niños”, cuenta.

La primera vez que le llamaron maestro, fue para Álvaro una de las emociones más grandes de su vida, a pesar de la soledad en la que se encontraba los primeros días, una soledad que quedó atrás cuando conoció a sus primeros 60 alumnos.

Jazmín del Potrero, Pochutla, fue la segunda comunidad que lo tuvo como maestro rural, era enero de 1977, año que marca no solo el inicio de su carrera magisterial de manera formal sino lo que sería después un gran movimiento que congregaría a cientos de oaxaqueños que aspiraban a mejores condiciones de vida, la OPIZ.

Desde la primera reunión en esa comunidad alejada de toda civilización, a la que para llegar había que caminar dos horas entre la densa neblina, escuchó todo tipo de demandas, la más sentida era la escasez de agua, que provocaba que las y los niños caminaran cuesta abajo durante una hora a traer el vital líquido para su subsistencia, la gestión fue inmediata.

En San Antonio Cofradía, Santa Catarina Loxicha; la Nueva Esperanza, San José la Unión y su tierra natal, San Agustín Loxicha, la realidad no era distinta, para 1980 el hambre, la desnutrición, las ropas roídas y los pies descalzos de sus alumnos, provocaron en Álvaro la enorme necesidad de reforzar sus tareas de organización y gestión, la justicia tenía que alcanzar a esos pueblos.

“Caminos, escuelas, luz, alimento, todo era necesario en esos pueblos zapotecos, me duele porque lo viví y eso me obligó a trabajar junto con los padres de familia, con los habitantes de cada comunidad al ver sus necesidades, la gente me daba poder, yo fui representante de mi comunidad algunos años, fui regidor de educación en el municipio de San Agustin Loxicha, eso me llevó a organizar más pueblos por sus demandas económicas sociales y políticas”, dice el entrevistado.

Para septiembre de 1986, Sebastián Ramírez renuncia a su tarea como maestro porque el trabajo en las comunidades lo rebasa y se dedica de tiempo completo a la Organización de los Pueblos Loxicha, hasta lograr la convocatoria de cientos de almas en toda la zona e incluso en la Costa que formarían posteriormente (29 de julio de 1984) la OPIZ.

La OPIZ llegó a concretar a miles de militantes avecindados en las comunidades de la Sierra Sur y Costa e incluso Valles Centrales, zonas donde sembró semillas que confía hayan germinado con los principios que promovió: igualdad, respeto, responsabilidad, humildad y solidaridad, a 19 años de distancia no tiene la certeza de que así sea, pero guarda la esperanza.

La presión a los gobiernos federal y estatal, fue vista como una afrenta en aquel entonces, el temor al crecimiento de la OPIZ era evidente cuando se observaba que tan solo la Comisión Coordinadora reunía alrededor de 100 personas.

“La aparición en distintas partes del país, del Ejército Popular Revolucionario (EPR) en 1996, fue el pretexto perfecto para desaparecer nuestra organización, porque luego del ataque en la Huatulco, se vinieron contra nosotros, nuestras demandas eran muchas y lo más fácil fue acusarnos”, sostuvo.

Agregó que nunca fueron parte del EPR, que su pecado fue formar una organización democrática en la región a la que pertenece,  mucho menos fue cierto, que estuvieran amparados por gente extranjera, dijo.

Indicó que ha habido una contradicción del Estado, porque en todos los medios y en todos los modos, a toda la región la tacharon de guerrillera y en especial a él y sus compañeros, sin embargo, en lo jurídico el trato fue distinto.

 “Debimos ser acusados de rebelión y no fue así, porque Jacobo Silva Nogales que sí se declara como rebelde, que sí se reconoce como parte un grupo armado dura en prisión 10 años y le otorgan la libertad, para nosotros fue mucho peor, el estado nos acusó de ser parte de un grupo armado y forman expedientes como si fuéramos parte de la delincuencia organizada.

Y es que según él, de haberlo dejado con cargos por rebelión su condena habría sido menor, amparados en el artículo 137 del Código Federal que de alguna manera privilegia a los rebeldes.

No tiene duda, se trataba de una persecución política contra la cabeza de una organización que estaba tomando mucha fuerza.

Delincuencia organizada, terrorismo, homicidio calificado, conspiración, acopio de armas, secuestro, robo de auto, entre otros, son parte de los 11 delitos que se le configuraron, excepto rebelión.

Álvaro  reconoce que hubo gente armada en la zona pero que nunca estuvo vinculada con la OPIZ, por tanto no pueden asegurar si eran parte o no de un grupo armado y mucho menos si fueron parte de un ataque.

A la distancia, el “Loxicha”  siente el mismo dolor que antes, ese que le provoca la injusticia, empero, con la experiencia adquirida en el encierro, sabe perfectamente que si algo queda de la OPIZ nada tiene que ver con aquella que en su momento encabezó, ante ello y, consciente de que lejos de demeritarlo, el encarcelamiento fortaleció su liderazgo moral, retomará su tarea evangelizadora, la de sembrar consciencia entre el pueblo mexicano, junto a quienes forman el Congreso Nacional Indígena.

  “Hago un llamado a los pueblos originarios de este país y del estado y a todas las personas de buen corazón a cerrar filas, para pasar a la ofensiva, a desmontar el poder de arriba y a reconstituirnos como pueblo, como país, desde abajo, a la izquierda, a sumarnos en una sola organización, en la que la dignidad sea nuestra palabra última y nuestra acción primera civil y pacífica”, concluyó.

Jaqueline Robles