Ella, al pasar frente a la casa de su exnovio, no hallaba dónde poner los ojos. Sentía una mirada que la acosaba, y por lo mismo, sus piernas se le agarrotaban.
Todos los días le sucedía lo mismo. Si por ella fuera tomaría otro camino pero no lo había. Era el único.
Al llegar a su casa se sentaba a la mesa y tomaba papel y lápiz con la intención de escribir una carta para él. Con eso, se decía, dejaría de martirizarse ante el imaginario acoso de él con su mirada.
Abigail, escribía de una y de otra manera para dirigirse a él, y al no encontrar lo que buscaba, dejaba la carta para mejor ocasión. Y volvía a probar: “Mi querido Gonzalo”, ¡no! Así no puedo empezar. A la mejor ya no es mío y yo todavía intento decirle “mi querido”, como si fuera todavía de mi propiedad. “Bernardo”. No, está demasiado seco. “Amor mío”, no, es demasiado cursi, además, suena a título de canción y se puede imaginar que todavía quiero con él. Y así, Abigail, iba de propuesta en propuesta hasta que en una ocasión pudo encontrar las palabras que le brindaron seguridad para escribir todo lo que le tenía que decir: “Querido Bernardo”, así está mejor, dijo. Aquí me tienes como todos los días, pensando en ti en todo momento. Te escribo cuando todavía estoy viviendo mis días de luna de miel.
Supe por María, que estabas enterado que me iba yo a casar, y también supe por ella misma, que tenías ganas de desaparecer de aquí. La verdad es que cada vez que paso frente a tu casa me siento culpable por no haberte dicho directamente que me iba a casar con Gonzalo. A veces pienso que María me mintió sólo para hacerme sentir bien. Pero cuando piso las mismas piedras que tu pisas y veo los mismos rincones que tu vez, siento que tú, desde algún lugar de tu casa me estás observando, y a la vez, me maldices. Pero yo te lo advertí, ¿te acuerdas? y no me lo quisiste creer. Te reíste de mí y me dijiste que estaba loca.
Pues si no supiste por María que me iba a casar, te has de haber enterado por otros medios. Quiero decirte que te escribo para quitarme de encima estas culpas. Me casé con “ese tipo”, como tú una vez lo llamaste, porque después de 8 años de noviazgo, tú sólo estabas ocupando mi tiempo sin darme ninguna seguridad. Primero me dijiste que cuando saliéramos de la preparatoria. Luego me prometiste que cuando terminaras tu carrera. Más tarde me aseguraste que en cuanto tuvieras un capital. Cuando tuviste tu coche me dijiste que ya estabas ahorrando para una casa. Pasó un año y luego otro y tú nunca me diste ninguna seguridad de matrimonio. Y un día apareció Gonzalo, quien sin imaginármelo, me propuso matrimonio, y eso te lo comenté, ¿te acuerdas? Incluso, hasta dudaste de mí. Eso me dio coraje y te advertí que si tú no me asegurabas nada me casaría con él ¿te acuerdas?
Ya no te puedo seguir escribiendo más historia, tú la conoces. La verdad es que no me arrepiento porque me lleva a los mejores restaurantes, no permite que yo mueva un dedo… No te imaginas toda la ropa que me ha comprado y ahora soy una señora respetable y con dinero.
Con esta carta, Bernardo, quiero dejar de sentir la culpa que tú me orillaste a hacer. Y aunque no me lo quieras creer, él me sabe querer con más fuerza que la tuya. Lo triste del asunto es que él será el padre de tu hijo. ¿Te acuerdas de lo que pasó el 14 de febrero?
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