Ayer 12 de agosto, fue el centésimo noveno aniversario del natalicio del gran Mario Moreno “Cantinflas”, uno de los mexicanos más universales de la historia moderna. Cantinflas tuvo quizá una de las carreras más prolíficas dentro del cine nacional, teniendo sus orígenes en las carpas y que eso, no le impidió llegar a Hollywood, donde en 1956 conquistó el Globo de Oro, premio que otorga la prensa extranjera por su interpretación de Passepartuot en la cinta “La vuelta al mundo en 80 días”, adaptación cinematográfica de la afamada novela de Julio Verne.
Escribir sobre Cantinflas resulta complicado, pues ¿qué se puede decir que no se haya dicho ya? Sabemos de su gran influencia en el cine nacional, de sus triunfos internacionales, que se codeaba con lo más selecto del jet set a nivel mundial, que era elogiado por el mismísimo Charles Chaplin, que presidió la ANDA y que fue el primer Secretario General del Sindicato de Trabajadores de la Producción Cinematográfica. Fue un actor prolífico, lleno de logros y hasta donde se sabe, una persona que después de toda su fama, se dedicó a hacer filantropía de manera desinteresada.
El valor que se le da al personaje ha rebasado lo que en crítica o comentarios cinematográficos se puede decir del más grande cómico del cine moderno. El predominio de Cantinflas va más allá de lo que se personificó en el celuloide, pues la representación de los más bajos extractos sociales del México de mediados del siglo pasado mediante su interpretación del vagabundo, pronto se convirtió en un símbolo del cine nacional y en una parte medular en la identificación con las masas. Así, con la variante del mismo personaje, Cantinflas fue peluquero, bombero, fotógrafo, profesor, sacerdote, cirquero, torero, médico, bolero, policía, cartero, espía, elevadorista, conserje o voceador; oficios referidos con personas comunes y corrientes, que desencadenaron la euforia por el actor y sus historias, hoy entrañables.
Cantinflas es representante de un cine ingenioso en casi toda su etapa cuando sus películas eran en blanco y negro, pero también fue una figura utilizada por el gobierno para inculcar “valores morales” con sus personajes y sus historias, en la última etapa de su carrera. Fue la gran aceptación que tanto el actor, como el personaje tenían con el público, lo que llevó a que su imagen fuera una especie de bandera hacia lo que las autoridades querían que se pensara en aquellos días. Aún con eso, su genialidad, universalidad y cariño de la gente hacia él, fueron decisivos para que esos mensajes fueran poco valorados al ponderar su figura que representaba la comedia del absurdo y el valor para salir adelante pese a las adversidades.
Conocido como el “Mimo de México”, Cantinflas creo que nunca fue tal cosa pues para nada era mudo; hablaba hasta por los codos y lo hacía como nadie, porque en efecto, nadie le entendía. Es por ello que la Real Academia de la Lengua Española, introdujo el verbo “cantinflear” que define como “hablar sin comunicar nada útil o con frases incoherentes y absurdas”. La “cantinfleada” también es un adjetivo que ha acompañado por años al sustantivo Cantinflas, el hombre y el nombre de la persona que es, ha sido y será uno de los grandes emblemas del cine nacional y de la comedia internacional.
En su artículo, “Cantinflas: mito, gestualidad y retórica despolitizada de lo popular”, el doctor en estudios latinoamericanos Juan Carlos Silva Escobar, define al gran cómico como “Cantinflas se autoconstruye como un producto cultural propio del caos urbano, donde despliega su particular forma de estar en el mundo.” Y en este mundo, la comicidad de Mario Moreno sigue haciendo falta, porque como lo he dicho en diversas ocasiones, Cantinflas es una de las mejores cosas que le han pasado a México.
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