En México existe una gran inconformidad con el Estado, con la política y los políticos, en parte debido la expansión de vicios como la corrupción, que en el imaginario colectivo es privativa de lo público, y en parte por la omnipresencia de la ideología del mercado, que predomina en el gobierno desde el decenio de 1980.
En esos años se inició el desmantelamiento de las instituciones de fomento económico y bienestar social, lo que en la práctica significó el abandono del proyecto de país derivado del movimiento social de 1910-1917. En su lugar se adoptó un proyecto de no-país con el mínimo posible de Estado, que nos ha convertido en un área de ensamblaje de industrias como la automovilística y abastecedor de petróleo crudo, para satisfacer la demanda externa de energía, en especial de Estados Unidos, así como para financiar cuatro de cada diez pesos de gasto público.
Con la política económica de mercado se redujo drásticamente el crecimiento económico, los industriales mexicanos se convirtieron en representantes y distribuidores de mercancías de importación, la oferta de empleos en la economía formal se contrajo al tiempo que se expandía la informalidad y, con ella, la evasión fiscal y fenómenos delictivos como la piratería, el contrabando, el robo de mercancías en las carreteras.
El Estado de bienestar que se construyó en la posguerra fue eliminado casi del todo, con la desaparición o el envilecimiento de las instituciones de política social: la educación, la salud, la seguridad social, la vivienda.
Para el común de la gente, lo anterior representó una doble carencia: por una parte disminuyeron o se pervirtieron los servicios sociales que proveía el Estado y, por la otra, la empresa privada ofreció menos empleos y abatió los salarios reales, las prestaciones y la certeza laboral.
Se amplió como nunca la distancia entre el cincuenta por ciento más pobre de la población y el uno por ciento más rico y se cerraron las perspectivas de ascenso en la escala social, económica, laboral, cultural y de prestigio. La clase media se estratificó y las diferencias son ahora más marcadas.
Con el trasfondo de un Estado debilitado, la delincuencia crece con inusitada rapidez, se extiende por el territorio nacional, forma enclaves de predominio y trae consigo un grado de violencia e inseguridad para la población, que no se conocía en tiempos de paz formal.
La conjugación de bajo crecimiento y pésima distribución del ingreso, hizo que se agravaran viejos problemas sociales, como la pobreza, la ignorancia, el aislamiento geográfico, y que se cancelara la movilidad social que mantuvo en paz y trabajando al país hasta los años setenta.
En este tiempo se desarrollaban nuevos medios de comunicación de masas, especialmente la televisión, que es un vehículo inevitable de aculturación y que a diario demuestra a los desposeídos que existen formas de vida más deseables, tanto en el país como en el extranjero, con lo que alimenta gota a gota el rencor social.
Los jóvenes expulsados de la economía formal y de la educación superior, o los que tienen carrera pero no empleo, forman el grupo de los llamados “ninis”, de los que se habla cada día menos.
La pudrición social explica la lumpenización de los movimientos sindicales y la corrupción en masa de grandes grupos de trabajadores, como el magisterio o los petroleros, cuyos líderes fueron creados y fortalecidos en el sistema corporativista del siglo XX y que hoy “venden” protección a los gobiernos, habilidad que desarrolló como pocos “La Maestra”, entre cuyas hazañas se cuenta haber contribuido a la derrota electoral de un candidato presidencial del PRI: Roberto Madrazo Pintado.
El lumpen sindical que se apoderó del Zócalo de la ciudad de México por varias semanas, y que sigue bloqueando viaductos y autopistas en todo el país, no está dispuesto a perder sus privilegios, en especial el de tener una plaza con valor en el mercado y contar con un sueldo seguro sin capacitarse ni trabajar.
Después que Calderón cerró Luz y Fuerza del Centro, los miembros del sindicato han hecho de la presión violenta e incluso del ataque a la población civil, una manera de vida.
Es posible que maestros y electricistas “democráticos” estén en la lógica de los movimientos guerrilleros como el EPR, tema del que no tengo información, pero confío en que la tenga el CISEN.
Los jóvenes encapuchados que se hacen llamar “anarquistas”, son “ninis” y tal vez sean hijos de ninis y nietos de delincuentes callejeros. De la misma estirpe son los millares de jóvenes que hacen parte de los ejércitos de matones al servicio de narcotraficantes, secuestradores, extorsionadores, asaltantes.
¿Qué vamos a hacer, como sociedad y como Estado, frente a la descomposición social?
El único camino es la dupla educación-empleo, pero rinde frutos a largo plazo y los problemas nos están estallando ahora mismo. Además, tenemos miles de “maestros”, como los que secuestraron a la ciudad de México, a quienes con evaluación o sin ella, no se les puede confiar la educación de los niños y jóvenes, a menos que se quiera que los formen como nuevas versiones de ellos mismos.
Somos una sociedad enferma, entre cuyos males está la incapacidad de los médicos y la falta de medicinas.