* La muerte pareciera ser antidemocrática al ensañarse con los menos aptos y con los pobres al ser más vulnerables inmunológicamente. Sin embargo, no lo es, al hacernos finalmente iguales.
* Consecuentemente, para qué tanta soberbia y ambición desmedida por el poder y el dinero, sin límite ni llenadera alguna, olvidando que al lado de la cuna nos acompaña siempre la tumba.
La celebración del Día de Muertos obliga hacer un alto en el camino recorrido, volver la mirada atrás y hacer un balance. Compartimos, por tanto, algunas reflexiones sobre la vida y la muerte.
La vida y sus placeres es la más hermosa de las aventuras jamás imaginada. Bendita sea la vida y la muerte. Irónica y paradójicamente en vida somos iguales existencial, pero no vivencialmente.
No obstante, desde que aparecieron sobre la faz de la tierra los seres humanos le temen a la muerte y les aterroriza. Es un miedo cerval al misterio de lo desconocido en el que no hay vuelta atrás.
En este punto radica la trascendencia de creer en la ciencia y en la religión que enseñan que la energía vital no perece sólo se transforma. La religión llama a esa energía vital alma y espíritu.
En ese sentido, una y otra aceptan a su manera la existencia de la eternidad en otra dimensión y en otro plano. Aquí radica, pues, la eterna grandeza de los seres humanos de ayer, de hoy y de mañana.
La muerte pareciera ser antidemocrática al ensañarse con los menos aptos y con los pobres al ser más vulnerables inmunológicamente. Susceptibles, por tanto, a contraer más enfermedades.
Sin embargo, en estricto sentido, la muerte no es antidemocrática, al hacernos finalmente iguales.
La mayor certeza que todos los seres humanos debemos tener es que algún día moriremos.
Como enseña Momo, la niña protagonista que lucha contra los hombres de gris que roban el tiempo de los seres humanos, por más años que vivamos finalmente no serán más que unos miles de horas.
Consecuentemente, para qué tanta soberbia y ambición desmedida por el poder y el dinero, sin límite ni llenadera alguna, olvidando que al lado de la cuna nos acompaña siempre la tumba.
Veamos: Mueren por igual los niños, jóvenes y ancianos, hombres y mujeres, ignorantes y letrados, pobres y ricos, poderosos política y económicamente, y personas del pueblo sencillo y humilde.
En esencia, de poco o nada sirve el poder político y económico a los gobernantes y a los grandes capitanes de la industria y del comercio. Al igual que todos, finalmente, algún día morirán.
La muerte es la única y real igualdad, largamente anhelada por los seres humanos de todos los pueblos y todos los tiempos. Las mentes más preclaras se han esforzado por hacerla realidad.
La igualdad sigue siendo una de las mayorías utopías humanas al igual que la justicia. No han logrado conseguirlo ni la democracia ni el Estado de Derecho. Ante la ley algunos son más iguales que otros.
Aun con estos vicios de origen, ambas superestructuras, democracia y Estado de Derecho, permiten acercarnos a la igualdad humanamente realizable, más en los Estados de Derecho democráticos.
Los seres humanos somos iguales existencial, pero no vivencialmente. En consecuencia, no se debe dar el mismo trato a quienes se esfuerzan por superarse y ser productivos que a quienes no lo hacen.
Ello no significa, de ninguna manera olvidarse de ellos y abandonarles, por el contrario, en un acto de estricta justicia social es obligación de pueblo y gobierno apoyarles y motivarles a superarse.
Tampoco se trata de desvirtuar y malentender la caridad cristiana y la solidaridad del asistencialismo con el manipuleo del clientelismo populista, que coopta y compra votos, a través de las dádivas.
Los mexicanos y oaxaqueños viven hoy esta nefasta deformación con el Movimiento de Regeneración Nacional en el gobierno de la llamada Cuarta Transformación de carácter populista.
Por razones político-electorales se convierte en minusválidos emocionales, totalmente codependientes del Estado y del gobierno, manipulados por estos para comprar y vender su voto.
A los gobiernos populistas de izquierda o derecha no interesa reforzar y fortalecer la seguridad en sí mismo y menos la autoestima de sus gobernados, mucho menos que sean libres y autónomos.
Totalmente entendible, jamás justificable, porque siempre ha sido más fácil y sencillo manipular política y electoralmente a los minusválidos emocionales y a los codependientes económicamente.
No lloremos, pues, a nuestros seres amados muertos, lloremos por nosotros y nuestros hijos. Por nuestra soberbia y egoísmo les estamos heredando un mundo cada día más salvaje e inhumano.
La inmensa mayoría de los seres humanos somos incapaces de enseñar a nuestros hijos a vivir y morir en defensa de la vida, la libertad y la dignidad humana; a luchar por la verdad y la justicia.
Debemos prepararnos porque sin alarmismo fatalismo cosas peores vendrán para el mundo entero y para México como consecuencia de nuestros cotidianos yerros. ¡Dios salve a México y a Oaxaca!
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