Estos son los tiempos en los que abundan las llamadas ‘noticias falsas’. Esa información está esencialmente basada en una apariencia, y lo que busca es influir en el ánimo de las personas para que asuman cierta postura o tomen alguna decisión, independientemente de la veracidad o mentira de lo que se difunda. Por esa razón, pareciera que estamos viendo el arranque formal de una nueva era, en la que ya no es suficiente quedarse con la información publicada, sino que todo tendrá que resumirse en la verificación de la información a manos de terceros. La desconfianza, en un extremo, y la manipulación en el otro —ambas como expresiones simultáneas de la posverdad—, reflejadas en su máxima expresión.
En efecto, hoy es un fenómeno mundial el de las noticias falsas. En los Estados Unidos, casi todos los días su presidente acusa a algún medio de información de propagar noticias falsas, aunque en realidad ha habido pruebas fehacientes de que él mismo —Donald Trump— es quien recurrentemente recurre a la información falsa para tratar de reforzar alguna de sus posiciones, o de sus locuras. De acuerdo con el sitio web verificado.mx, en Estados Unidos, durante el proceso electoral que llevó a Trump a la presidencia, más de 10 millones de electores potenciales tuvieron acceso a noticias falsas difundidas en redes sociales.
Hoy sabemos, apunta la iniciativa Verificado 2018 en su texto de presentación, que sí hubo “intervención rusa” en esa elección, precisamente sembrando noticias falsas. Y que los propios equipos de campaña de los partidos Demócrata y Republicano las usaron como estrategia electoral para quitarle votos a sus adversarios. No solo eso. También hay falsos periodistas que crean sitios dedicados a propalar noticias falsas básicamente para ganar dinero y que, aun cuando no sea esa su intención central, influyen en electores dispuestos a creer casi cualquier cosa. A esto se suman las estrategias de bots en Twitter, que impulsan hashtags a favor de uno u otro candidato. O la difusión de memes con imágenes descontextualizadas.
Verificado 2018 reconoce que más de un medio de comunicación ha caído en la difusión de noticias falsas por la premura que imprimen los tiempos digitales o se ha hecho eco de encuestas falsamente firmadas por una empresa conocida. En México, señala, todavía no es un fenómeno masivo. Y la injerencia rusa es —por el momento— solo una posibilidad, no un hecho. Pero aun así, la mayoría ya hemos leído que la esposa de Andrés Manuel López Obrador “es venezolana”, lo que es falso. O conocemos una versión editada de algún video de Ricardo Anaya hablando en inglés, en el que supuestamente respalda el muro de Trump.
El propio López Obrador ha criticado a medios de comunicación por no denunciar a su adversario del PRI, pero ha usado como ejemplo un video editado, en el que “se le hace decir” a José Antonio Meade lo contrario de lo que en realidad dijo.
Las noticias falsas, imprecisas o malintencionadas y las campañas de desinformación serán vida cotidiana en esta elección, la más grande en la historia de México, en la que se disputan más de 3,400 cargos de elección popular y podrán votar casi 88 millones de personas. No solo está en juego la Presidencia de la República, sino también todo el Congreso y nueve gobiernos estatales. La iniciativa Verificado 2018 tiene como objeto ‘cazar’ noticias falsas para tratar de aclararlas.
Hasta ahora, la experiencia ha sido agridulce, ya que se acusa que en realidad ha sido un sitio que le ha dado preferencia a la información relacionada con López Obrador, desdeñando la verificación de los datos falsos que se difunden sobre otros candidatos presidenciales, particularmente José Antonio Meade del PRI.
TIEMPOS DE VERIFICACIÓN
“Todo es reputación”, dice Gloria Origgi en un interesante texto (https://bit.ly/2IsdXVI) publicado en la edición electrónica de la revista Letras Libres. Hay, señala, una paradoja infravalorada del conocimiento que desempeña un papel fundamental en nuestras democracias avanzadas e hiperconectadas: cuanto mayor es la cantidad de información que circula, más confiamos en lo que llamamos aparatos reputacionales para evaluar esa información. La paradoja reside en que la enorme disponibilidad y acceso a información y conocimiento que tenemos hoy no nos ha empoderado o hecho cognitivamente más autónomos. Más bien, nos ha hecho más dependientes de los juicios y evaluaciones que hacen otros de la información a la que nos enfrentamos.
Experimentamos un cambio paradigmático fundamental en nuestra relación con el conocimiento. Estamos pasando de la “era de la información” a la “era de la reputación”, donde la información tendrá valor solo si está ya filtrada, evaluada y comentada por otros. Hoy día, la reputación se ha convertido en el pilar fundamental de la inteligencia colectiva. Es la guardiana del conocimiento, y las llaves para abrir esa puerta las tienen otros. La manera en que la autoridad del conocimiento se construye en la actualidad nos hace dependientes de las opiniones inevitablemente subjetivas de otras personas, que generalmente no conocemos.
El cambio de paradigma desde la era de la información a la era de la reputación se debe tener en cuenta cuando intentamos defendernos de las fake news y otros tipos de técnicas de desinformación que están proliferando en nuestras sociedades contemporáneas. Un ciudadano adulto de la era digital no debería ser competente en señalar y confirmar la veracidad de las noticias, sino que debería saber reconstruir el camino reputacional del fragmento de información en cuestión, evaluando las intenciones de quienes lo hicieron circular, e imaginándose los objetivos de las autoridades que le prestan credibilidad.
Cuando estamos a punto de aceptar o rechazar nueva información, deberíamos preguntarnos a nosotros mismos: ¿De dónde viene? ¿Tiene buena reputación la fuente? ¿Quiénes son las autoridades que le dan validez? ¿Qué razones tengo para no estar de acuerdo con estas autoridades? Este tipo de preguntas nos ayudarán a entender la realidad de mejor manera que buscar directamente la fiabilidad de la información en cuestión.
En un sistema hiperespecializado de producción de conocimiento no tiene sentido intentar investigar por nuestra cuenta, por ejemplo, la posible correlación entre las vacunas y el autismo. Sería una pérdida de tiempo, y probablemente nuestras conclusiones no serían rigurosas. En la era de la reputación, nuestras valoraciones críticas deberían dirigirse, no hacia el contenido de la información, sino más bien hacia la red social de relaciones que ha dado forma al contenido y le ha dado un cierto “rango” merecido o inmerecido en nuestro sistema de conocimiento.
FAKE NEWS
Todo está tan al alcance de un clic en los botones “like” y “share” (me gusta, y compartir) en cualquiera de nuestras redes sociales. ¿Hemos asumido la importancia que ese aparente acto inocente tiene, cuando no podemos saber el origen de cierta información?
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