Ahora que me entero que una superpotencia ha jurado colonizar la luna mientras que otra sigue empeñada en desentrañar el secreto de la vida, me asalta la angustia por las consecuencias que tendrá el uso de tanta nueva tecnología.
Me preocupa también la mentada globalización. ¿Se da usted cuenta de cómo nos están cambiando el internet (nótese la irreverencia de escribirlo con minúscula), los cientos de canales de “televisión directa al hogar” (¿alguna no lo es?), las computadoras que son obsoletas apenas acabamos de aprender a operarlas, la telefonía digital (que se deja grabar, incluso si uno es gobernador) y las decenas, cientos, miles, millones de adminículos que nos tienen enchufados? Recién atestigüé cómo un amigo evolucionó a la inversa: dejó de carajear a sus subordinados por celular y ahora lo hace a través del twitter.
Los aficionados al cine de ciencia ficción quizá recuerden la escena de la película Congelados en donde la muy correteable mujer policía Nina (Sandra Bullock) lleva al fortachón agente resucitado del pasado John Spartan (Silvester Stalone) a su departamento de soltera y sin mayores rodeos le propone una sesión amorosa. El tarzán se relame los carrillos cuando la dama aparece en una ajustada bata de satén… y se desinfla en el momento en que ésta produce dos cascos de videojuegos para un encuentro de sexo virtual. ¡Dios mío! ¿Será que para allá vamos?
Casi en la neurastenia me planteo interrogantes sin fin. ¿La identidad nacional y nuestros valores serán licuados, homogeneizados y condensados por las nuevas tecnologías? ¿La disolución de las fronteras dará lugar a un mundo en el que no tendrán cabida más que los cibernautas? Si en Europa circula una moneda común, ¿será que en América el spanglesh –con una salpimentada de portugués- sea la próxima linguae franca que arroje al castellano al basurero de la comunicación y que los shopping centers sustituyan a las centrales de abasto?
¡Alto! Paréntesis para un momento de reflexión. Debo darme tiempo para reconsiderar. Es posible que la época que me tocó vivir no sea tan negra como la percibo. Es más, quizá algo de Renacimiento tenga –en el sentido que le dieron Vico y Michelet-, y pudiera incluso ser fuente de optimismo más que de desesperanza.
Ya algunos macabeos se organizan en la defensa de su mundo. Por ejemplo, desde la Alta California mi amigo RB escribe:
“Yo no quiero que se me pueda localizar cuando no quiero ser localizado. El celular es intruso; uno no lo controla, sino al revés: el aparato controla a uno. La computadora, en cambio, la domino yo, siempre consciente de sus vulnerabilidades y de las violaciones personales a que me expone. Me permite realizar trabajos que hace muy pocos años eran impensables; no así el celular, que no me permite hacer absolutamente nada sustancial que, con un mínimo de paciencia, no podía hacer ya perfectamente bien con el viejo aparato de antaño.”
Pero al otro lado del globo se dio un caso que nos dice otra cosa. Li Datong, editor de un periódico chino, denunció en la página web del diario un plan del PC para retener el salario de reporteros incómodos al sistema. La noticia corrió como reguero de pólvora en mensajes de texto de celular a celular y el alud crítico fue de tal magnitud que las autoridades dieron marcha atrás… sin arrestar a Li Datong. Al dispersar la información, las nuevas tecnologías por lo menos hacen la vida difícil a los censores en la tierra del llorado camarada Mao.
Aquí en México hace unos días el despido de una de las más escuchadas periodistas radiofónicas por razones que a lo menos provocan preguntas provocó un tsunami ciberespacial que eclipsó cualquier posibilidad de análisis razonado.
¿Y qué me dice usted de los recientes episodios en el norte de África? Un joven verdulero es abofeteado por una mujer policía. En la desesperación se incinera a lo bonzo frente a la comandancia. El hecho es referido de inmediato vía mensajes SMS, correos electrónicos, twitter y otras redes sociales. El gobierno cae y la insurgencia se extiende a países vecinos. Es increíble que apenas hayan pasado 56 años desde aquel primero de diciembre que en Montgomery la joven Rosa Parks nos diera un memorable ejemplo de valor cívico que carburó el movimiento de derechos civiles en Estados Unidos. Hoy con las nuevas tecnologías se multiplican las Rosa Park y los Mohamed Bouazizi del mundo.
Entonces quizá habría que comenzar por cuestionar el significado que damos al término nuevas tecnologías. La imprenta de Gutenberg fue una nueva tecnología. Antes de la aparición del tipo móvil, en toda Europa había apenas unos cuantos cientos de miles de libros y una gran biblioteca podría presumir quizá de 600 títulos, por supuesto en manos de las clases dominantes. Pero bastaron breves décadas para que el acervo bibliográfico del Viejo Continente creciera a millones de ejemplares, gracias a la nueva tecnología. La máquina de escribir multiplicó las posibilidades de comunicación epistolar que se tenían con la tinta; el telégrafo y el teléfono rebasaron los muros que separaban a los países y brincaron los mares que dividían a la humanidad; los satélites y las naves espaciales nos confirman la dolorosa pequeñez de la brizna de tierra en la que navegamos en la infinitud del espacio.
Creo que lo que quiero decir es que, como lo quería Santayana, debemos atender a la memoria histórica para enriquecer el presente. Toda nueva tecnología sólo tiene sentido si es puesta al servicio del Hombre y de la Libertad. Así, con mayúsculas.
Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias Sociales de la UPAEP Puebla.