América Latina, neoliberalismo en retirada: José Murat

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El año 2021, aciago por la pandemia sanitaria, fue también un punto axial en el retorno de la izquierda en América Latina y el consecuente retiro del neoliberalismo como doctrina individualista en la concepción del Estado y en el diseño de las políticas públicas del continente. Al triunfo de Pedro Castillo en las elecciones presidenciales de Perú, el 19 de julio, y de Xiomara Castro en Honduras, el 28 de noviembre, sucedió la victoria de Gabriel Boric, en Chile, el domingo 19 de diciembre.

Los triunfos de Castillo, Xiomara y Boric se suman al obtenido el año pasado por el ahora presidente de Bolivia, Luis Arce, de Movimiento al Socialismo, y por Alberto Fernández, de centro-izquierda, en Argentina, en 2019, lo que confirma una tendencia progresista que podría consolidarse con los triunfos de partidos de la esfera laboral y socialdemócrata en Brasil y Colombia el próximo año.

Lejos quedaron los tiempos en que hablar de políticas promotoras de la igualdad social y la universalización de derechos, al amparo de los propios mecanismos de la democracia, se veía como una excentricidad de círculos universitarios, en el discurso entonces hegemónico de la derecha, fincada en su mayor poder de resonancia mediática.

El común denominador de los triunfos de la izquierda en el subcontinente latinoamericano, ahora y en los últimos años, es el repudio de los sectores más desfavorecidos a las nuevas tendencias de un capitalismo global que ha ralentizado el crecimiento económico y, en especial, ha agudizado la desigualdad social y la distribución del ingreso, un fenómeno mundial denunciado y documentado ampliamente por el economista francés Thomas Piketty en sus dos obras icónicas: La economía de las desigualdades y El capital en el siglo XXI.

La globalización ha abierto los mercados y generado riqueza en la dimensión macro, pero al mismo tiempo ha concentrado el ingreso en cada vez menos personas, y más aún en tiempos de penuria y emergencia sanitaria que el sentido común pensaría estimularían la solidaridad mundial y el apoyo a los que menos tienen.

Las cifras del contraste social en América Latina son elocuentes y la pandemia del Covid-19 no hizo más que agudizar las diferencias.

Según la base de datos de la revista Forbes, mientras en la lista anual publicada en marzo de 2020, justo cuando empezaba la pandemia, había 76 multimillonarios en América Latina y el Caribe, con un patrimonio neto combinado de 284 mil millones de dólares; en marzo de 2021, el número de multimillonarios alcanzó la cifra de 105, con un patrimonio combinado de 448 mil millones de dólares. Es decir, casi se duplicó su fortuna en apenas 12 meses, los más difíciles para la mayoría de los habitantes del subcontinente.

Para la última actualización hecha por la revista, al cierre del primer semestre del año, el número de multimillonarios en el área latinoamericana llegó a 107 y su fortuna acumulada es de 480 mil millones de dólares, esto es, una sólida tendencia al crecimiento de fortunas privadas.

En contraste, el Banco Mundial proyecta un incremento de la pobreza en la región de América Latina y el Caribe de 24 por ciento en 2019 a 27.6 por ciento en 2021. Mientras, con sus indicadores, la Cepal observó, en el periodo 2019-2020, un incremento de la pobreza moderada de 30.5 al 33.7 por ciento, así como un aumento de la pobreza extrema de 11.3 a 12.5 por ciento, una tendencia desfavorable que se mantiene.

Lo más grave: el Programa Mundial de Alimentos, una agencia humanitaria que proporciona asistencia alimentaria a más de 90 millones de personas, estima un incremento de 269 por ciento en el número de personas de la región que, ante la reducción de sus ya de por si exiguos ingresos, enfrenta la penuria de una inseguridad alimentaria severa.

Estas cifras de la desigualdad económica creciente evidencian el fracaso de un modelo económico diseñado por los organismos financieros internacionales en la década de los 80 y aplicado desde entonces en la mayoría de países del subcontinente, una doctrina resumida en el decálogo del llamado consenso de Washington y que no es más que un eufemismo para camuflar el rostro descarnado del neoliberalismo friedmaniano, concebido por la escuela de Chicago e impulsado por la derecha internacional.

La economía de mercado –dejada no a sus propias reglas, sino a los criterios definidos a modo por las élites económicas y la búsqueda de los equilibrios ficticios en la macroeconomía–, no produjo la dinámica benigna de una marea que hará que suban todos los barcos, más bien hizo más abismales las diferencias entre los ingresos de los deciles de la población, medidas puntualmente por el índice de Gini.

La concentración del ingreso y el crecimiento de las franjas de la pobreza moderada y la pobreza extrema, un fenómeno recrudecido por el flagelo de la pandemia, es la principal causa del repliegue del neoliberalismo como doctrina dominante en América Latina y el Caribe. Es un gran mensaje para hoy y para el futuro: la política tiene que servir a las causas sociales, no a los intereses de las élites.

Que 2022 sea un año pleno de felicidad, armonía y seguridad familiar. Pero, sobre todo, esté colmado de salud en estos tiempos de contingencia sanitaria. ¡Abrazo fraterno y mis mejores deseos para todos ustedes y su familia!

* Presidente de la Fundación Colosio

La Jornada