“Ambulantes”: Horacio Corro Espinosa

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Antes, todos entendíamos que ambulantes eran los que iban de un lugar a otro sin residencia fija. Pero hoy, los ambulantes no significan lo mismo que antes. Parece que al lenguaje lo han pervertido.

En otros tiempos, un vendedor ambulante era el que caminaba de pueblo en pueblo vendiendo baratijas. Llevaba su tienda sobre la cabeza o en la cintura. Peregrinaba constantemente y sólo se detenía, si acaso, en los pueblos mientras duraban las ferias.

El vendedor ambulante andaba sin rumbo fijo por las calles o con un itinerario determinado. Se detenía sólo para atender al cliente. Nunca se apoderaba de ninguna banqueta ni de crucero importante. No se establecía como inquilino en accesorias o en zaguanes. No tomaba la vía pública como asiento fijo y propio. Se sabía que para estar de fijo estaban los mercados donde supuestamente hay sectores bien definidos: aquí las frutas, allá las verduras, más allá las cocinas, las hierbas curativas, en fin…

Pero ahora resulta que los vendedores ambulantes no son los que ambulan, ya no son los que llevan al hombro la tabla de dulces o la batea con el surtido de frutas, la sandía y la piña en rebanadas, los limones, los nanches. Tampoco los que empujaban un carrito con el camote y el plátano asados. O los que portaban gelatinas en sus vitrinas de mano.

Los vendedores “ambulantes” ahora ya no caminan. Se plantan en cualquier acera, en la mitad del zócalo o de la plaza, o se desbordan sobre los arroyos y allí se quedan, y si les es posible por toda la vida. Además, poco a poco van construyendo, y cuando menos nos damos cuenta ya tenemos nuevos vecinos.

Así, las aceras ya no son para caminar, sino para vender tacos, aguas frescas, ropa de pacas, y toda suerte de chucherías.

El zócalo, por ejemplo, ya no es para descanso, ahora es el lugar preferido por los “ambulantes” para que el cliente, con toda tranquilidad, bajo la sombra de los árboles y en medio del canto de los pájaros, elija su producto hecho en China.

Supongo que el primer “ambulante” que se estableció, era de píe plano el pobre, por lo que un día decidió apropiarse de un pedacito de banqueta, y de ahí le siguieron 10 y luego cientos de “ambulantes” quienes tomaron posesión de todo el centro de la ciudad, claro, bajo el consentimiento de las autoridades municipales.

Los “ambulantes” como todos sabemos y hemos visto, se organizan en bandas y usan los puños cuando se pretende desplazarlos de su ilegal alojamiento. A pesar de todo, allí siguen nadie los mueve porque siguen pagando religiosamente protección a sus líderes y estos, a su vez, a los inspectores y etcétera.

Cada vez que dicen las autoridades que van a retirar de las banquetas a todos los ambulantes, incluyendo a los objetos que impiden el paso peatonal y vehicular; en lo personal, no estoy de acuerdo con ello, ya que, gracias a esos artículos estorbosos, nos hemos conservado en buen estado de salud físico. ¿Quién no ha escalado peligrosas alturas, quién no ha aprendido a caminar con paso de gato para no romper ollas, comales y demás objetos de barro instalados en las aceras, quién no ha aprendido a conservar el equilibrio físico y no digamos emocional con todo lo que se nos atraviesa en el camino?

Entonces, ¿por qué quieren quitarnos un servicio que nos prestan los “ambulantes”? ¿Por qué pues, por qué?

 

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