Cuando se estudia la administración pública como ciencia se dimensiona y se entiende la importancia de la especialización, la responsabilidad y el profesionalismo a la hora de ejercer un empleo, cargo o comisión.
El fin supremo de la administración pública como institución y como organización es el bien común mediante la atención de las necesidades sociales de bienes y servicios. Ahí está el fundamento de las políticas públicas, cuando la atención de las necesidades comunes alcanza su grado más alto de especificidad.
La administración pública está subordinada al poder político. El jefe de la administración pública estatal es el gobernador y su instrumento principal para definir, organizar y estructurar las tareas administrativas es, después de las constituciones federal y local, la Ley Orgánica del Poder Ejecutivo.
Alguien dijo alguna vez que Oaxaca es un pequeño continente, una especie de mundo aparte, un “laboratorio” político y social donde nuestra rica diversidad se traduce en más de una ocasión en conflicto y desigualdad, la dispersión demográfica complica la solución de nuestra situación socioeconómica y nuestra orografía hace de las vías de comunicación, auténticos milagros.
En medio de este panorama nos llegaron los terremotos y la pandemia.
Es lo que nos hace, a los oaxaqueños, diferentes de quienes habitan otras latitudes y se despiertan cada día en otra realidad.
Pocas veces pensamos en que somos 570 municipios y más de 10 mil comunidades.
¿Cómo nos mantenemos unidos, en paz y sorteando las malas pasadas del destino? Porque así es nuestra vocación, nuestro talante, nuestro genoma cultural e histórico.
Somos pueblos en resistencia. Siempre hemos vivido en medio de tensiones. No por nada Juárez, Díaz y Magón son los embajadores plenipotenciarios de nuestra historia y nuestra naturaleza.
Esta realidad demanda siempre un plus, un extra, un esfuerzo exponenciado del que gobierna Oaxaca.
Por eso muchos gobernadores no han podido, no han sabido o no han querido estar a la altura de nuestra realidad.
A Alejandro el destino lo puso en uno de esos momentos álgidos de nuestra historia y ha sabido responder. No descansa, no pierde el ánimo, no desfallece. Llegó a gobernar Oaxaca en el momento correcto. Tiene juventud, está preparado, es sensible y sabe escuchar. Alejandro escucha más de lo que habla.
Fuimos a San Juan Ozlotepec, el municipio más afectado por el sismo. Le sugerí que con una de sus rodillas lesionada hiciéramos la mitad del recorrido, que fue subida, en coche. Y el regreso a pie. No quiso. Caminamos todo, entró a las viviendas, vio el llanto de una mujer desesperada y de una doctora del pueblo inconsolable también ante la impotencia de no tener un espacio digno donde atender mujeres embarazadas.
El gobernador escuchó al final del recorrido al pueblo que se reunió al pie de su catedral colapsada para hablarle así como lo hacen ellos para el tratamiento de sus asuntos, en asamblea.
Escuchó, se comprometió y dejó a Amando Bohórquez, director del Instituto del Patrimonio Cultural de Oaxaca, como responsable del gobierno para atender personalmente y sin despegarse de la zona, las necesidades más apremiantes de salud, alimentación y reubicación temporal de la población en riesgo en albergues.
A nuestro regreso, las familias de Santo Domingo, el municipio contiguo, se apersonaron a nuestro paso. El gobernador pidió bajar. Escuchó y mientras una de las abuelitas le regalaba una bolsa de duraznos a Javier Lazcano, iniciamos un nuevo recorrido bajo la lluvia.
De eso se trata el gobierno. Y por ello, sin descuidar sus responsabilidades administrativas, todos los integrantes del gabinete legal y ampliado estará presencialmente atendiendo la emergencia acompañando a las autoridades municipales, mientras Alejandro Murat sigue visitando municipios.
¿En qué otro estado se hace esto? En ninguno. Pero ¿qué otro estado hay como Oaxaca? Ninguno. Ni de cerca.