Lo que este país y sus habitantes necesitamos es abatir la pobreza, dar certidumbre a las clases medias, reducir la desigualdad económica, cultural, educativa. Para ello hay que duplicar o triplicar el ritmo de crecimiento económico, mejorar la formación, cultura y actitud de los maestros para elevar la calidad de la educación y avanzar en muchos frentes más. Eso fue lo que acordaron el gobierno y los dirigentes de los tres partidos políticos más grandes al firmar el llamado Pacto por México.
Entiendo que López Obrador no apruebe el pacto porque necesita repudiarlo para formar su partido. Entiendo que los zapatistas, el EPR y otros grupos armados, lo rechacen porque prolongaría el sistema que quieren erradicar para construir uno más justo. También entiendo el anti-priismo profundo de mucha gente e incluso el de personajes como Carmen Aristegui y Lorenzo Meyer, cuyo liderazgo social depende de desaprobar cuanto provenga del poder político y de Televisa.
Lo que no entiendo es que algunos politólogos rechacen un acuerdo político que recoge lo que ellos mismos han propuesto durante muchos años. Y menos aún que alguien tan informado y a menudo brillante como Jesús Silva-Herzog Márquez descalifique el pacto porque cree que el gobierno lo promovió como “instrumento”, en cuyo caso es una “herramienta inadecuada”, o como ”objetivo”, que, afirma sin demostrar, “encallará pronto como tantos otros abrazos infértiles de nuestra historia reciente”.
Hasta ahora, el pacto ha logrado reformar la Constitución y algunas leyes y crear otras que son cimiento jurídico para fines más tangibles, como abatir la inequidad, reconstruir el sistema educativo, fortalecer la transparencia y rendición de cuentas en los tres órdenes de gobierno y los tres poderes, y un largo etcétera.
Los acuerdos entre personas, grupos o naciones son medios, no fines. Por eso es un disparate descalificarlos porque el gobierno los usaría como “instrumentos” para cumplir los compromisos que hizo el presidente en su discurso de toma de posesión. El propio Silva-Herzog Márquez lo admite, quizá sin plena conciencia, en el párrafo final de la primera de sus cinco reflexiones, que nadie sabe por qué denomina “Nueces”: “El consenso puede ser palanca de algunas reformas en las que efectivamente hay un acuerdo de la clase política, pero también puede ser un cerco, cuando se concede a cada fuerza política el poder de veto”.
Claro que el consenso no lo puede todo, pero ya ha facilitado “algunas reformas” y las pendientes fueron aceptadas por todos en el papel, pero si alguna resulta inaceptable, será sin duda negociada con otras fuerzas políticas.
El pacto no reúne todas las voluntades políticas e incluso hay corrientes del PRD que reprochan a Zambrano por haberlo firmado, lo que no sorprende ni a nadie, pues en ese partido, la lucha por el poder interno –ellos mismos se estrechan los accesos al poder externo– significa descalificar a los adversarios y a todo lo que hacen. No obstante, el pacto es un paso muy importante para la gobernabilidad en el climade desencuentro que hace mes y medio había entre el Ejecutivo y el Legislativo y entre aquél y los estados y municipios no panistas.
Su primera premisa lleva al articulista a afirmar que “el consensualismo es una anomalía democrática” y que “Acción Nacional y el Partido de la Revolución Democrática recibieron el mandato de ejercer oposición. No sé si “consensualismo” sea una categoría política, pero supongo que el articulista la entiende como exceso de acuerdos, pues asegura que “también es indispensable cuidar los desacuerdos” y tal vez sea lo que cuida con su artículo del 7 de enero pasado en Reforma.
Dice que quienes votaron por el PAN y el PRD dieron a estos partidos el mandato de “ejercer oposición” que, a su juicio, debió “marcar distancia frente al pulpo que pretende abrazarlo todo bajo el discurso de laconciliación”. Pero si eso fuera cierto, los votantes por esos partidos –que sumados superan a los del PRI– habrían estado seguros desde el principio de que serían derrotados, y todo indica que no fue así: muchos partidarios de López Obrador creyeron que su candidato había ganado. ¿Por qué le habrían dado elmandato de ejercer oposición?
Dejo para el final una afirmación: “el gobierno no buscó formar una coalición gobernante: la ensambladura de una mayoría suficiente para un paquete compacto de reformas relevantes. Por el contrario, quiso abrirse simultáneamente a sus dos flancos y proyectar la imagen de un gobierno de unidad nacional que no impone sino que dialoga y acuerda”.
Y es cierto, el gobierno no es de coalición, sino de mayoría, como lo establecen la Constitución y el Cofipe, y en el tema de “Gobiernos de coalición”, el pacto dice que “Se impulsará una reforma constitucional para otorgarle al Presidente la facultad constitucional de optar entre gobernar con minoría política o gobernar a través de una coalición legislativa y de gobierno”, con base en un programa común, una agenda legislativa y un gabinete de coalición.
Tal vez por ser el principio del año, pero esta vez el nieto de don Jesús Silva Herzog, que fue fundador y maestro de la Escuela Nacional de Economía de la UNAM, faltó al rigor y la penetración a que nos tiene acostumbrados.