Estamos por iniciar un nuevo ciclo escolar en las principales facultades de derecho de Oaxaca.
Miles de jóvenes llegarán por primera vez a una “escuela de leyes”.
Cada uno con su propia motivación, con sus propios sueños o sin ellos.
No todas las historias son iguales, ni siquiera parecidas, especialmente en la universidad pública.
He tenido en mis clases a jóvenes que desde el primer día de clases tienen la firme intención de convertirse en abogados, aunque muchos de ellos no sepan bien a bien de que va la carrera, ni qué les espera en el transcurso y al final de los 8 o 10 semestres.
También los he tenido, quienes están ahí, en la facultad de derecho, porque en su primera opción -que es generalmente una ingeniería – no alcanzaron lugar.
Y es que el ideal de que cualquier joven pueda estudiar lo que desee, sigue quedando en solo eso: en un ideal. La educación como un derecho humano se revela en la práctica como un privilegio de quienes tienen “buena cabeza” o de quienes pueden pagarla.
Con todo, yo puedo presumir de un alumno que, después de fracasar en su intento por entrar al Instituto Tecnológico, hoy está resuelto a ser un gran abogado, y sin duda logrará serlo.
Cada abogado tiene su historia, la suya propia. Solo cada uno de nosotros sabe qué hubo detrás del ejercicio profesional. Estudiar derecho en la universidad pública de Oaxaca es un deporte de alto riesgo.
El universitario público está generalmente solo, indefenso, a la intemperie; lleno de dudas, aunque todavía inconsciente de muchas de ellas que poco a poco se irán revelando.
Su única salvación es el maestro y sus ganas. No funciona lo uno sin lo otro. El entusiasmo sin buenos maestros será sólo energía mal encausada; y buenos maestros sin la correspondiente actitud arrojarán buenas semillas en un páramo.
La vida se trata de decidir. Y maestros y alumnos deben tomar buenas decisiones. En la universidad pública cada uno tiene lo que elige.
El maestro debe elegir enseñar bien lo que bien sabe, pero además debe estar consciente de que debe ser un motivador. El derecho se trata de justicia, de libertades, de igualdad y los valores no sólo se enseñan sino se transmiten con pasión.
Un maestro que no sea un apasionado de los fines del derecho como escribió Burgoa no puede ser un jurista que alumbre el camino de las conciencias jóvenes, sino un simulador del derecho que debe dejar su lugar so pena de cometer un crimen. El profesorado también tiene su deontología.
Y el alumno debe elegir ser un autodidacta para quien el maestro revela sólo los caminos que cada uno habrá de recorrer también con pasión, porque el derecho se aprende estudiando.
Mi generación se formó antes de la era digital, donde investigar y aprender costaba exponencialmente más que lo que debería suponer ahora.
Por ello es también un crimen que los teléfonos celulares, con todo su potencial, sean usado sólo para llamar, mensajear y perderse en la frivolidad del instagram y el tik tok.
Hoy el alumno tiene bibliotecas enteras en la palma de su mano. Y debemos hacerlo consciente de que puede aprender cualquier cosa en cualquier momento y en todo lugar.
Y esa es tal vez la parte ingrata de la docencia: predicar en el desierto.
Pero los maestros no tenemos derecho a capitular. Siempre que haya un alumno, uno solo, que aspire en contra de su historia de vida y de su pasado familiar, a ser un buen abogado, todo habrá valido la pena.
Es cuando cobra sentido la frase de Rodó: “Hablar a la juventud es un género de oratoria sagrada”.
Ahora que estamos en la víspera de una nueva aventura académica quiero decirle a los jóvenes estudiantes que siempre habrá alguien esperando en el aula para hacer lo mismo que sus maestros hicieron con él.
Los maestros de la universidad pública sabemos que nuestra única y más valiosa paga son nuestros nombres en el recuerdo generoso de nuestros alumnos.
Feliz inicio de clases.
*Magistrado de la Sala Constitucional y Cuarta Sala Penal del Tribunal Superior de Justicia de Oaxaca