A la maestra y el maestro oaxaqueños, en su día Martín Vásquez Villanueva

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Maestra, maestro,

 

Hoy es un día muy especial para usted y para todos nosotros. El Día del Maestro —y de la Maestra, habría que enmendar— es una de las fechas más representativas del calendario cívico de México. La nación conmemora así a uno de sus pilares fundamentales, agente indispensable de su perpetuación y símbolo por excelencia de sus más altas aspiraciones.

 

Lo interesante del onomástico es que no sólo celebra una profesión, un gremio, una tradición, sino que coloca en su centro conmemorativo a una persona viva, una persona de carne y hueso, una persona con nombre y apellido: la maestra, el maestro. Es decir, usted. Por lo tanto es a usted, de manera personal, a quien dirijo mi más respetuosa y enfática felicitación el día de hoy.

 

Como usted sabe, fueron dos diputados, el teniente coronel Benito Ramírez G. y el doctor Enrique Viesca Lobatón, quienes en 1917 postularon, ante la XXVII Legislatura —la primera legislatura constitucionalista— la iniciativa de ley, aprobada posteriormente por amplia mayoría, para que el país conmemorara a los maestros el día 15 de mayo de cada año. Como diputado federal, comparto con estos ilustres antecesores míos el interés por honrar a quien dedica su vida a una de las tareas más nobles a que se pueda entregar un ser humano —cultivar la sustancia espiritual del bien más preciado de un pueblo: sus niñas y sus niños, sus jóvenes— y hago mías las encendidas palabras con que dieron fin a su histórica alocución: “¡Cuanto más se ame al maestro, tendremos una Patria más grande!”

 

En nuestra patria chica, nuestra querida Oaxaca, lamentablemente se ha ido perdiendo este sentir. Me lastima comprobar que la sociedad ya no sólo parece no amar a sus maestras y maestros, sino que, por el contrario, se ha acostumbrado a verlos con desconfianza y aun con rencor.

 

No comulgo con esos sentimientos. Comprendo el hartazgo de la sociedad oaxaqueña por las constantes movilizaciones del magisterio, comprendo su desesperación por ver las aulas tan a menudo vacías y comprendo su preocupación por el bajo desempeño escolar a todos los niveles. Pero en el origen de esta crisis que viene arrastrando nuestro sistema educativo desde hace ya demasiado tiempo, reconozco factores y responsables múltiples. Habrán tenido ustedes, las maestras y los maestros, su parte de responsabilidad, es cierto, pero también la hemos tenido nosotros los políticos y también la han tenido las autoridades educativas y los líderes sindicales del sector. Culpar a las maestras y los maestros del rezago educativo, culparlo a usted, es equivocar el diagnóstico y por lo tanto confundir el remedio. La autocrítica es obligación de todas las partes involucradas y es urgente encontrar salidas a una situación grave que debemos admitir sin excusas: la creciente orfandad educativa de las nuevas generaciones.

 

Estoy consciente de las difíciles circunstancias en que frecuentemente tiene usted que desarrollar su trabajo. Considero del todo legítimas sus aspiraciones a un salario digno y su exigencia de condiciones mínimas de infraestructura y equipamiento. Lo que me parece inadmisible, y en esto estoy seguro que usted estará de acuerdo conmigo, es que dichas aspiraciones y exigencias sean utilizadas para interferir con el proceso docente al punto de hacerlo inoperante. El pleno ejercicio de sus derechos por parte del magisterio no puede implicar la violación del derecho fundamental de nuestros niños y jóvenes a recibir, día tras día, semana tras semana, la educación que les debemos para que puedan enfrentar con éxito la vida adulta, en un mundo como el de hoy, donde la sociedad del conocimiento determina no sólo el bienestar de los pueblos sino su viabilidad misma. Y no estamos bien: bajo la óptica que se le quiera ver, nuestro rezago educativo es el mayor en un país de por sí rezagado en la materia.

 

Si bien es cierto que Oaxaca es un territorio de enorme complejidad, dadas su aspera orografía, su pluralidad étnica y por tanto lingüística, su profunda desigualdad social, su legendaria pobreza, factores todos que se esgrimen con frecuencia para explicar nuestros rezagos, también es cierto que es una tierra pródiga en talento. ¿Cómo olvidar los grandes hombres que ha dado Oaxaca a la historia de nuestro país? Hoy mismo, son legión los oaxaqueños que se desempeñan con éxito, tanto a nivel local como nacional y aun mundial, en la ciencia y en las artes, en la política, en la economía, en los medios de comunicación, en el mundo del entretenimiento. Los retos que enfrentamos son muchos, sí, pero son más nuestras oportunidades de superarlos.

Es en este contexto, el de las grandes oportunidades, que sitúo la reciente reforma educativa impulsada por el Presidente de la República, licenciado Enrique Peña Nieto, una reforma largamente anhelada y cada vez más urgente y necesaria. Como diputado me tocó revisar la iniciativa, a continuación debatirla y finalmente, tras convencerme profundamente de ella, votar por aprobarla. 

 

Las virtudes de esta reforma me parecen tan evidentes, que no alcanzo a comprender la enconada oposición que ha manifestado en su contra el magisterio oaxaqueño, sobre todo a la luz de los argumentos con que se pretende justificarla. Se insiste, por ejemplo, en que promueve la privatización del sistema educativo. Más allá de que, como usted puede comprobar, no hay un solo párrafo, una sola línea de la reforma que así lo sugiera, ¿no es más bien el desprestigio y la inoperancia de la educación pública el principal estímulo para el florecimiento de la educación privada? Sería suicida para el Estado mexicano renunciar a uno de los pactos más primarios que ha suscrito con la sociedad y a una de las funciones que históricamente le han resultado más redituables; la reforma, en todo caso, opera en sentido contrario, es decir hacia el apuntalamiento de la rectoría del estado en materia educativa y la reiteración de su compromiso por garantizar una educación gratuita a todos y cada uno de los niños y jóvenes mexicanos.

 

He oído decir también que la reforma atenta contra los derechos de las maestras y los maestros. Establecer la carrera magisterial como un servicio civil de carrera, dar la oportunidad a cada docente de ascender por sus méritos en el escalafón y, a través de la evaluación objetiva de sus conocimientos, destrezas y habilidades, restaurar su prestigio social y reconocer su peso intelectual, ¿no es acaso, de nuevo, exactamente lo contrario, es decir el ejercicio de los verdaderos derechos de un profesional de la educación?

 

Particular sensibilidad ha suscitado el tema de la evaluación, como si fuera una herramienta perversa para sojuzgar a los docentes y no, como lo considero yo, un instrumento indispensable para legitimar la práctica profesional. Como médico que también soy, me he pasado la vida de rigurosa en exhaustiva evaluación. Un médico no puede concebir la vida profesional sin evaluaciones periódicas de sus conocimientos, destrezas y habilidades, dado que, al fin, la vida de las personas está en sus manos. Más aún, son los propios médicos los que exigen gremialmente que se certifique a todo aquel que quiera ejercer la profesión, y que luego se vuelva a certificar si quiere ejercer una especialidad, y que cada determinado tiempo vuelva a certificarse para mantenese al día. ¿Se dejaría usted operar del corazón por alguien que no tuviera las credenciales para hacerlo? ¿Es muy diferente la decisión de colocar el espíritu de un hijo en manos de una maestra, de un maestro?

 

Pero bueno, es tanto lo que hay por hacer para alcanzar el nivel educativo que nos merecemos los oaxaqueños, que, como han señalado numerosos analistas, la reforma a los artículos 3 y 73 de la Constitución es sólo un primer paso en el camino correcto. Las modificaciones a la Ley General de Educación, la creación del Instituto Nacional de Evaluación de la Educación (INEE) y el establecimiento del Servicio Profesional Docente señalan el rumbo para lograr una nueva regulación de la profesión magisterial. Vendrá más adelante el reto de la equidad en el acceso a los servicios educativos, el mejoramiento del rendimiento escolar y la formulación de un marco pedagógico que hoy no existe como tal. Los retos son inmensos, sí, pero muy grandes son también, debe usted creerlo, las oportunidades que tenemos delante para superarlos. Sólo necesitamos darnos la oportunidad.

 

Creo en nuestro sistema educativo. Creo en la democracia. Creo en el sindicalismo. Pero sobre todo creo en usted, esa persona de carne y hueso con nombre y apellido que ha dedicado su vida a la enseñanza de nuestras niñas y niños, de nuestros jóvenes oaxaqueños. Permítame conminarle el día de hoy a regresar, en la soledad de su pensamiento, al texto de la reforma y reflexionar de nueva cuenta sobre el futuro de nuestras aulas. Lleve después sus reflexiones a donde sea menester llevarlas para que se le escuche, sea la reunión con los padres de familia, sea la asamblea seccional, sea los medios de comunicación, sea la reunión con las autoridades. Me pongo a sus órdenes para fungir como conducto hacia un diálogo necesario y esclarecedor con todos los involucrados en nuestro destino educativo y hago votos por que muy pronto podamos volver a decir, parafraseando a los diputados visionarios de 1917: “¡Cuanto más se ame a la maestra, al maestro, más grande será Oaxaca!”

 

¡Felicidades!