A diferencia de las crisis política, económica y hasta de gobierno, el presidente Enrique Peña Nieto llega a su cuarto informe y primera aduana de las elecciones presidenciales de 2018 con una crisis estructural del sistema político priísta. Lo que sostiene al gobierno es la ausencia de una alternativa opositora.
La característica principal de la crisis del sistema radica en que tiene su origen al interior de la estructura de poder. Las anteriores fueron contra el PRI: del 68 de estudiantes contra los granaderos, la de 1982 con los banqueros y aplacada con la expropiación de la banca, la de 1987 se superó con la salida de Cuauhtémoc Cárdenas, el alzamiento zapatista de 1994 no pudo lidiar con la funcionalidad del sistema, el colapso posdevaluatorio se superó con la alternancia y el PRI supuso el fin de sus problemas con el regreso a la presidencia en el 2012.
La crisis de hoy se localiza en la estructura de poder del sistema-PRI, sobre todo de los sectores invisibles del sistema. Los maestros de la CNTE son empleados del gobierno, los campesinos forman parte de la CNC priísta, los intelectuales críticos reciben becas del Estado, el gobierno de los EE.UU. critica al gobierno priísta por la corrupción, la iglesia ha ayudado a legitimar al PRI desde 1988 y ahora lo confronta en las calles, los medios de comunicación ya no son voceros del régimen ni aparatos ideológicos del PRI y la oposición trabaja para la alternancia.
Los gobernadores se han alejado del control autoritario del centralismo presidencialista y han construido virreinatos, repúblicas separatistas o califatos. Ahora mismo gobernadores priístas enfrentan acusaciones graves pero el sistema priísta carece de instrumentos de autoridad para relevarlos.
La presidencia de la república era el factor de cohesión nacional, inclusive después de conflictos con Díaz Ordaz, Echeverría y López Portillo. Hoy la institución presidencial es vista como un obstáculo para el funcionamiento democrático de la república; y los ejecutivos estatales son ofendidos, castigados y hasta agredidos.
El sistema político priísta ha dejado de ser una garantía de estabilidad y hoy aparece como el factor de inestabilidad. Y la razón radica en la despriización de la sociedad. El PRI reconoce 5 millones de militantes –aunque entregó al INE un padrón de 9.9 millones– en una población total de 120 millones de mexicanos y apenas el 6% del total del padrón electoral vigente.
La crisis del sistema-PRI ha sido acumulativa, comenzó formalmente en 1968 y llegó a su piso en el 2006 cuando quedó en tercer sitio de las elecciones presidenciales. Peña Nieto ganó la presidencia con el 28% de votos para el PRI y subió 9 puntos más con el Partido Verde.
Peña Nieto entendió la lógica de la crisis antes de las elecciones y ofreció una presidencia democrática que implicaba la reestructuración del sistema político; sin embargo, le dio prioridad a las reformas estructurales productivas y ahí desgastó su capital político al posponer las reformas del poder. Las reformas productivas terminaron por diluir los mecanismos de control político institucional.
Al sistema-PRI le queda un año para definir la reforma política para la instauración de un nuevo sistema/régimen/Estado y tendría la candidatura presidencial del 2018 para potenciar su liderazgo. Si no, el 2018 será de alternancia.
indicadorpolitico.mx
@carlosramirezh