Frecuentemente, todos expresamos el amor y el orgullo que sentimos por nuestra tierra, muchos nos inconformamos con los rezagos persistentes y con la forma como se han venido haciendo las cosas desde hace varios años, otros tantos hablan de resolver los problemas, pero pocas veces visualizamos cómo generar la transformación que Oaxaca requiere, y no hablo de un trienio, ni de un sexenio, me refiero a visualizar una meta común a largo plazo.
La pasión que tengo por los temas de orden público, con el paso del tiempo ha ido encontrando cauce en una misión e identificando objetivos claros. En consecuencia, no dejo de preguntarme: ¿Qué veo en Oaxaca dentro de cincuenta años, cuando nuestros hijos estén por ver a sus nietos? Hoy quiero compartirles algo de esta visión.
Veo a una sociedad que ha creado riqueza, y no sólo empleos o mejor dicho subempleos; una riqueza que, al igual que las de Finlandia, Japón, Singapur o Dinamarca, encuentra sus raíces en la innovación y el emprendimiento, en las industrias de la creatividad y del conocimiento; una riqueza que nace, como en los ejemplos que cité, de la educación; de una profunda, pensada y original renovación educativa, diversa y adaptada a esa herencia única, milenaria de nuestras culturas: una renovación emprendida medio siglo atrás, es decir, hoy.
Veo una Oaxaca que ha sabido conservar sus increibles bosques, selvas, pastizales, ríos, costas y desiertos, sin contaminación, sin destrucción, que ha sabido reestablecer el equilibrio de sus ecosistemas; una Oaxaca movida por energías renovables, no contaminantes, que son también fuente de beneficios económicos para las comunidades que las albergan; una sociedad que ha aprendido a vivir coherentemente con lo mejor de sus valores y conocimientos ancestrales, tomando lo mejor de las ciencias y las tecnologías contemporáneas; una Oaxaca convertida en uno de los más hermosos jardines del mundo, pulmón de la humanidad.
También veo una Oaxaca más igualitaria y justa, donde el millón de niñas que hoy son menores de 18 años haya vivido una vida de equidad y armonía con sus compañeros hombres, en igualdad de oportunidades; una Oaxaca sana, con una alta calidad de vida, donde las carencias y vicios de la alimentación sean una página, cada vez más lejana, de la historia; una Oaxaca longeva, con ancianos –los jóvenes de hoy-, que vivan sus días dignos y felices, plenamente integrados a sus comunidades, enriqueciéndolas con su sabiduría.
Una Oaxaca genuina, leal a sí misma e integrada sin reservas al mundo; abierta, dialogando, interactuando con él desde su autenticidad; una Oaxaca que sabe transformarse y a la vez, conservar lo mejor de sí misma; una Oaxaca donde el arte y la cultura, el conocimiento y la vida espiritual constituyen el centro de la vida social, el objeto de su desarrollo. Una Oaxaca que ha transformado a sus instituciones de gobierno, que las ha vuelto eficaces, transparentes y que honren el servicio público.
Miro de frente a esa Oaxaca de 2066 con claridad, entre otras cosas, porque la reconozco en mí, en el deber moral con mi generación como joven y como oaxaqueña, en el orgullo y el agradecimiento a mis raíces. Como abogada, formada en grandes Universidades, entiendo que es mi turno de retribuir lo aprendido, y dejar un Oaxaca mejor para todos. Reconozco esta visión también como madre, porque lo que quiero para Sebastián lo quiero para todos los hijos de Oaxaca, esto es lo que motiva mi actividad pública.
Hoy como abogada, como servidora pública, estoy convencida que las leyes pueden y deben transformar al mundo; traer esa tranquilidad que anhelamos, a veces con desesperación, los oaxaqueños y los mexicanos; erradicar la impunidad, la corrupción, la desigualdad, la inseguridad, el crimen; volver real esa justicia que, sin duda, es uno de los reclamos más legítimos y urgentes de la sociedad.
Indudablemente, la ley, que nos iguala a todos en derechos, jugará un papel decisivo en los años que vienen para Oaxaca, entre otras cosas, porque es el instrumento más potente, el más eficaz, para reestablecer ese respeto sin restricciones, sin condiciones, sin distinción ni privilegios, que nos debemos unos a otros; ese respeto donde radica, como bien se ha dicho, la dignidad, la paz y la convivencia social armoniosa.
Hoy, tengo claro que llegó el momento de hacer realidad éste, mi más grande sueño, y sumarme al esfuerzo de tantos oaxaqueños en lo que llamaría la “gran transformación oaxaqueña”. Oaxaca está lista para romper los viejos paradigmas que nos lastiman y limitan el desarrollo del Estado. Oaxaca está lista para ponerse a la vanguardia como un Estado que mira hacia el futuro con los pies puestos en su presente, no en el pasado. Oaxaca quiere que su riqueza sea la calidad de vida de sus hijos y no el oropel de las burbujas. Ante esta realidad, y con la fuerza que me da el ser una oaxaqueña hecha y derecha, forjada en la cultura del esfuerzo, plenamente identificada con la realidad que vive el Estado, cercana a las voces istmeñas, mixtecas, vallistas, costeñas, serranas, de la cuenca y de la cañada, que en mi caminar se han venido sumando a este proyecto, que no es otro sino el de darle alas a Oaxaca, las alas de la justicia y de la libertad que nos permitan ser quienes somos y ocupar el sitio que nos corresponde en la historia; así es como manifiesto con toda convicción, mi intención de postularme como candidata representando a mi partido, para la Gubernatura del Estado, para ofrecer a la ciudadanía una plataforma política viable, honesta, responsable, en la que valga la pena confiar.
Para Oaxaca, por fin llegó el día de pasar la página y ver al futuro, más allá, incluso de nosotros mismos, y de nuestras reyertas: llegó el día de ponernos en movimiento para proyectar la Oaxaca del 2066 con la que soñamos, porque la suerte y el bienestar de los pueblos no se construye por el mero paso del tiempo, sino por la decisiones que tomamos hoy y los esfuerzos que emprendemos.
Y ustedes, ¿Qué visualizan para Oaxaca en el 2066?