Frenar el ascenso de la ultraderecha neofascista, en el ejercicio del poder o en la amenaza temeraria de seguir ganando posiciones mediáticas y fácticas, es uno de los principales desafíos del año y de la década para las fuerzas progresistas, abiertas, democráticas y defensoras de los derechos humanos universales. Es un fenómeno mundial, con enclaves específicos en Europa, Asia, África y América.
El más reciente episodio es la complicada formación del gobierno español, la toma de protesta de Pedro Sánchez el 7 de enero con diferencia de apenas dos votos, 167 frente a 165, luego de una coalición del PSOE con la organización Unidas Podemos y la abstención del grupo independentista catalán Esquerra Republicana, además de los independentistas vascos de Bildu.
La alianza con Unidas Podemos llevó a Pablo Iglesias a vicepresidente y a otras figuras al nuevo gobierno, un ejercicio de concertación de un frente amplio de izquierda y centro que califica a Pedro Sánchez como un político abierto, tolerante y constructor de alianzas por España.
Sin embargo, no podemos dejar de observar el tono discriminatorio y descarnado de las declaraciones de los voceros de la derecha española derrotada, que nos hace recordar los peores momentos de la dictadura franquista, y de sus matrices hitleriana y mussoliniana.
España no tiene la obligación de atender a 400 millones de inmigrantes
, expresó Iván Espinosa de los Monteros, vicesecretario de Vox, partido de ultraderecha, que se convirtió en la tercera fuerza más votada del país, al sumar 52 escaños, una cifra que supera con mucho los 24 diputados que había obtenido en abril pasado, cuando por primera vez alcanzó representación en el Congreso, lo que nos advierte de una ultraderecha en ascenso en España.
Suprimir las ayudas a los inmigrantes
es uno de los mantras más repetidos por Vox, que han tenido eco en las declaraciones del presidente del Partido Popular, Pablo Casado: La inmigración pone en riesgo la sostenibilidad de los servicios sociales
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Pero no sólo es el caso español, también está Boris Johnson en la Gran Bretaña, quien ratificó su triunfo en las elecciones parlamentarias del 12 de diciembre pasado, con lo que obtuvo la fuerza para concretar la salida de su país del bloque económico continental, la Unión Europea, en contra de los sectores jóvenes y progresistas, además de Irlanda, Escocia y Gales, lo que podría derivar en una balcanización de la primera potencia mundial del siglo XIX.
Ahí, la intolerancia del nuevo gobierno contra los inmigrantes, incluidos los que provienen de lo que fueran sus colonias, trae a la memoria la lucha que dieran Nelson Mandela en Sudáfrica y Mahatma Gandhi en India, una lucha por la independencia de sus países y también por el respeto universal a los derechos humanos, lo que los erigió en íconos de la lucha de todos los pueblos por la igualdad racial, social y cultural.
Pero no sólo son España y la Gran Bretaña, en Italia el político derechista Matteo Salvini y su agrupación Liga Norte, que enarbola los valores más reaccionarios, antidemocráticos y xenófobos de ese país, hicieron alianza con el movimiento 5 Estrellas para alcanzar la mayoría parlamentaria y constituir gobierno, con una agenda antinmigrante en el núcleo de su propuesta. Si bien en septiembre pasado 5 Estrellas erigió un nuevo gobierno en alianza con el Partido Democrático, de orientación moderada, dejándolos fuera del ejercicio del poder, Salvini no ha cesado en su cruzada antinmigrante.
Además, en Francia, Marion Le Penn, presidenta de la Agrupación Nacional, ha radicalizado la postura de su padre Jean-Marie y ha fincado su discurso xenofóbico en una embestida contra la población inmigrante, lo que la dejó muy cerca de acceder al poder en las pasadas elecciones presidenciales de 2017, compitiendo en una segunda vuelta con el actual mandatario Emmanuel Macron.
En el continente americano, al gobierno de Brasil arribó el presidente derechista Jair Bolsonaro, con un mensaje racista, misógino y contrario a las políticas ambientalistas y los derechos humanos, lo que ha venido minando su aceptación y popularidad de manera sostenida, creando las condiciones objetivas y subjetivas –para usar la terminología marxista– para el retorno de la izquierda al poder en el proceso de 2022, bajo el liderazgo de Lula, sea candidato presidencial, luego de su liberación el pasado 8 de noviembre. Sin embargo, es un gobierno en funciones que hará todo lo que esté a su alcance para que continúe la narrativa ultraderechista en un país estratégico de América del Sur.
En Chile, todavía se mantiene un gobierno afín a las políticas de libre mercado, pese a que el país vive ya meses de crisis social. La lectura generalizada de los inconformes es que las clases bajas no fueron partícipes de un capitalismo sin rostro humano.
Finalmente, en Colombia, las reformas de pensiones, laboral y educativa, todas de orientación neoliberal, siguen suscitando protestas.
En suma, lo que ocurre en Europa, algunos países de América y de los demás continentes, es una severa llamada de atención para las fuerzas progresistas de América Latina, el Caribe y México, respecto de que la ultraderecha gana cada vez más espacios y, por tanto, los derechos de los inmigrantes, los pueblos indígenas, las mujeres y las clases sociales desfavorecidas estarán cada vez en mayor riesgo si no se frena la embestida derechista, xenofóbica y neofascista, la nueva ola mundial.
* Presidente de la Fundación Colosio.
La Jornada