En la suposición de que el México de junio del 2018 –dentro de veintiún meses– será el mismo de esta semana, el escenario de candidaturas electorales podría resumirse en un a palabra de muchos significados: deprimente. Luego del colapso del sistema/régimen/Estado de 1994 y de la alternancia partidista en el 2000, el México del futuro se presenta con partidos y candidaturas sin carisma social, para decir lo menos.
Las encuestas presidenciales que han comenzado a difundirse este año carecen de seriedad profesional porque aún no hay candidatos oficiales; y a nivel de partidos, los sondeos recogen veleidosos estados de ánimo de la sociedad. Los análisis políticos son pocos serios si asumen que esas encuestas están adelantando ganadores y resultados.
Lo peor es que los partidos y los pre-pre-candidatos presidenciales que aparecen punteando en las primeras encuestas del 2018 son los mismos que prefiguran en la responsabilidad o corresponsabilidad de la crisis de gobernabilidad nacional del largo periodo 1994-2018.
Y todo radica en el hecho de que la sociedad que vota está conciente de ello pero emite su preferencia sin hacer ajustes con el pasado. Si acaso, todas las encuestas arrojan la cifra de más o menos un tercio del electorado que se asume como indeciso, aunque tendrá que optar por alguno de los candidatos con posibilidades de ganar.
De la gran crisis del sistema político de 1968 ha quedado una estructura electoral un poco más abierta y menos dependiente del sistema/régimen/Estado, pero sin que la sociedad haya organizado formas más democráticas de participación: los partidos son los mismos, el PRI como primera fuerza en el congreso negocia organismos autónomos electorales y la izquierda comunista fracasó en su incursión porque cedió su registro al PRD y éste se dividió en dos fracciones típica mente priístas, el PRD y López Obrador. En el 2018 las opciones electorales serán las mismas que existían antes del 68.
La sociedad mexicana padece una enfermedad política depresiva: el alzhéimer político o la capacidad para olvidar el pasado en aras de comprar expectativas para el futuro. Se trata de la misma enfermedad que padecía hasta 1997 y que le otorgaba al PRI cheques en blanco trianuales o sexenales sin ajustar cuentas con los compromisos asumidos. Hoy ocurre con el PAN: en las encuestas el PAN adelanta en las encuestas sin atender al fracaso panista en el periodo 2000-2012 que permitió el regreso del PRI en el 2012 y sin reconocer que el PAN fue el aliado del gobierno priísta de Peña Nieto en las reformas estructurales que hoy le reclaman al PRI.
En descargo de esa sociedad cómplice del continuismo político hay que decir que se trata de una sociedad dependiente de las decisiones del poder. Mientras en México no exista una empresa privada autónoma del poder y de las complicidades institucionales y dispuesta a generar una clase trabajadora conciente, México seguirá siendo rehén del régimen que condiciona programas asistenciales a cambio de votos por partidos, sea el PRI, el PAN, el PRD y Morena. En esta circunstancia se basa la percepción de que no habrá posiciones independientes con posibilidades de ganar; Jaime Rodríguez El Bronco ganó en Nuevo León por su origen priísta y por la existencia de una empresa privada no-priísta.
Así que el 2018 no traerá novedades. Ganarán los mismos para gobernar igual.
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