2 de noviembre: con buenos y bellos recuerdos: Raúl Castellanos

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Ayer fue un día en lo personal muy especial. Después de transitar cinco años, seis meses, dos días, veinticuatro minutos por mi Gulag; sumando los meses y días transcurridos desde el pasado 21 de diciembre, volví a estar en la tumba de mi adorada madre, como en añejos tiempos sentí su calor, su cobijo, su sabia comprensión para con mis desaciertos, desde los juveniles hasta los ya cometidos en la madurez, la calidez de sus manos, el eco de su voz aconsejándome con sabiduría.

Luego, el momento más intenso, complejo, difícil; llegar a la tumba de mi padre, mi sabio y querido amigo, a quien no pude acompañar en sus momentos de tránsito a la eternidad. Platicamos largo, recordamos nuestros largos viajes por la geografía del estado vendiendo en las plazas públicas, “dos jabones por un peso”. Aquellos amaneceres en Cerro Pelón, donde le gustaba detenerse a ver despuntar el alba; las noches cuando, después de una larga, jornada llagábamos a Puerto Escondido, nos estacionábamos cerca de la playa, ponía su música, le gustaba –entre muchas otras- una canción, “a la orilla del mar” que cantaba Bienvenido Granda “luna ruégale que vuelva y dile que la espero muy solo y muy triste en la orilla del mar”; aunque la paradigmática, para él, era “Quizá, Quizá, Quizá”, con la que había enamorado a mi madre y le cantó siempre a lo largo de los más de sesenta años que duró su matrimonio “siempre que te pregunto, que cómo, cuándo y dónde, tú siempre me respondes: Quizá, Quizá, Quizá”.

Ya tarde, colocábamos las colchonetas sobre las cajas de jabón y me convocaba a dormir en el “Hotel Mil Estrellas Y Cuatro Vientos”, cuarto número “sin cobija”. De vuelta a Oaxaca, nuestra mágica ciudad, en lo personal mi eterna musa, diría el trovador “la tierra donde nací y en donde están mis amores”; se alistaba, para con mi madre acudir a sus reuniones de la “Cámara Junior” donde recuerdo tenía grandes amigos que también fueron sus compadres, Jorge Villar Landa, mi padrino de primera comunión Felipe Martínez Vigil, Alfonso Canseco –de confirmación-, Lauro Arias, Salvador Mendoza, entre otros. Luego formó parte del “Club Rotario”, donde también cultivó grandes amistades, en particular recuerdo su pesar por la muerte en un accidente aéreo de Guillermo Rojas y su esposa, en el que también pereció una de las jóvenes y brillantes promesas de la política oaxaqueña, mi maestro de sociología Nicolás Castellanos. Otro gran personaje con quien mi padre se pasaba largas horas arreglando el mundo era su compadre Mario Brena Torres.

En esta época, mi padre también presidio la Mesa Directiva del Colegió Particular “Minerva”, donde estudiamos mis hermanos y yo la primaria. Gratos recuerdos conservo del Maestro Guillermo Mondragón, su fundador y director, de voz gruesa, porfirista convencido, varios años nos llevó a la ceremonia de la “Carbonera”, enérgico pero a la vez de una gran nobleza, al igual que su hermana Maty, quien llevaba la administración escolar; paradójicamente cuando todo era felicidad infantil, en sexto año, tuve mi primer encuentro con la adversidad, el dolor que produce la muerte. Un viernes nos celebraron el día del niño, Eduardo se sacó en la rifa un bat, yo una pelota y Enrique la manopla; aunque el beisbol no era lo nuestro, nos convocamos para ir al día siguiente a estrenar nuestros regalos al Venustiano Carranza; esa tarde Enrique nos avisó que saldría con su familia a Salina Cruz y no acudiría a la cita. El sábado por la noche, Eduardo llegó a mi casa, me comentó “se murió Enrique”; en la carretera la camioneta chocó con una vaca, Enrique que iba atrás -era una pick-up- salió volando; el cortejo partió de la casa de su hermano Agustín, todos sus compañeros lo acompañamos, uniformados y con flores. Hasta hoy, como siempre, guardo y lloro el recuerdo de mi primer gran amigo que se me adelantó, Enrique Arango.

También en este tiempo, mi padre, convocado por el Padre José Miguel Pérez García –mi amigo y confesor por siempre- junto con otros 11 notables del barrio de la Merced formaron el Comité Pro Ciudad de los Niños, del que fue presidente –casi vitalicio-; obra en la que se involucró con la pasión, fe, ganas hasta el límite que le ponía a las cosas en que creía. Muchas veces lo acompañé a las caravanas que realizaban por los pueblos para reunir fondos; espectáculos en que las estrellas eran Chavelita Caballero, Sarita Ramírez, Don Enrique Juárez el “Fumanchu Oaxaqueño” y el mariachi del “Chepelin”; eventos que consolidaron la obra lo fueron la Tonelada de Plata y el Kilómetro de Plata, puros pesos de plata, de aquellos, con los que se construyeron los primeros dormitorios en Viguera; luego, ya en los tiempos, mis tiempos universitarios, mi padre encabezó el Comité de Padres de Familia durante el Movimiento Estudiantil del 68; que aunque testimonial, representó en su momento una muestra de valor y compromiso con la causa de los hijos.

Así llego su momento en la Papelera Tuxtepec; en la que al lado del Ingeniero Jorge L. Tamayo se hizo cargo de las relaciones sociales con las comunidades que proveían la madera, fundamentalmente en la Sierra Juárez, la de sus orígenes, de la que conocía sus veredas, montes y riachuelos por haberlos recorrido en su infancia transportando en las mulas de mi abuelo, minerales desde Natividad hasta la capital para embarcarlos en el tren. La trágica muerte del Ingeniero Tamayo, que lo bajó –literal- del helicóptero, para que se quedara a atender a un grupo de autoridades municipales, lo lastimó emocionalmente en lo más profundo. Pocos años después, con mis hermanos Gladys y Enrique, ya para entonces Ingenieros Civiles, con maestrías en mecánica de suelos, formó y fue Director General –honorario hasta su partida- del Laboratorio de Estudios de Suelos y Materiales de la Industria de la Construcción.

2 de noviembre Día de rendir culto a quienes sólo se nos adelantaron; de nuestro entorno familiar, en especial a nuestros padres; alienta saber que nadie muere mientras vive en nuestro recuerdo; siempre presentes, de mi madre, su ternura, bondad, su dulzura y prudente comprensión; de mi padre su solidaria presencia en la adversidad, su sensatez para encarar derrotas y triunfos, los cuales –me decía- nunca serán para siempre; a quien ayer le dije: “Cuánto te extraño. Mi sabio consejero y leal amigo.”

Por supuesto y con riesgo de cometer omisiones, saludo a otros grandes y entrañables amigos: Enrique Arango Castillo, Sergio Loya, Jorge Villar Kuri, Graciela Carrillo Herrera, Efrén Rojas Hernández, Cuauhtémoc Sandoval, Pepe Jara, Alfonso Calvo, Ildefonso Zorrilla Cuevas, Aquiles López Sosa, Rubén Vasconcelos Beltrán. Con ellos y con algunos más que escapan a la memoria vivimos grandes momentos, reímos y en ocasiones sufrimos juntos; navegamos en mares tempestuosos y soñamos con conquistar utopías; me consuela saber que más temprano que tarde volveremos a encontrarnos.

Es viernes. ¡Hoy toca! Diría Germán Dehesa.

¿Alguien puede asegurar que esto ya está decidido?

RAÚL CASTELLANOS HERNÁNDEZ / @rcastellanosh