Hay que ser honestos. La primer temporada del drama de Netflix, “13 Reasons Why” que se estrenó en 2017 fue algo sin precedentes. Los capítulos estaban plagados de pistas y de un ritmo tan bestial que era prácticamente imposible dejar de verla. Cada episodio correspondía a una de las cintas que había dejado Hannah Baker (Katherine Langford) y cómo cada uno de los personajes tenía cierta responsabilidad en su suicidio. La primer temporada tampoco fue tersa y fácil de asimilar; todo lo contrario. El misterio y la atmósfera solitaria y fría daban a cada suceso un toque de belleza combinado con desesperanza. Incluso, aquél tan polémico, cuando Hannah decide quitarse la vida y que nos llenaba de advertencias por si lo veía un adolescente a solas, o bien, para poder orientar si es que conocíamos a alguien en una situación tan desesperada. Hay que decirlo, la primera temporada nos sorprendió de manera cómo, al menos a mí, hacía mucho tiempo no me pasaba; hay que aceptarlo también, la primer temporada fue tremendamente buena.
A decir verdad, pienso que Netflix debió haber dejado hasta ahí la emisión, puesto que el libro escrito por Jay Asher culmina más o menos similar a cómo concluyeron el drama televisivo. Pero fue tal el impacto, que por ello se aventuraron a realizar una segunda temporada que resultó terriblemente aburrida pese a que prácticamente todo el elenco estaba de vuelta, incluyendo a Hannah. Así, vimos que la polémica nuevamente acompañó a historia, pero porque ahora parecía que estábamos viendo una serie sin rumbo, con personajes enmarcados en el cliché y aportando quizá nuevas características a los personajes, reivindicando incluso a algunos a quienes Clay (Dylan Minnette) había dejado al descubierto como responsables directos de la decisión de Hannah y la decepcionante exoneración del gran villano de la historia: Bryce Walker (Justin Prentince). Aún con eso, la segunda temporada en realidad poco tuvo qué ver con esos capítulos perfectamente realizados en la primera. En pocas palabras: fue decepcionante.
La tercera temporada entonces no era un producto tan necesario. Vamos, ni siquiera era como de las más esperadas en la plataforma, hasta que Netflix decidió que sí y se atrevieron a lanzar la “esperadísima” tercera parte. Nuevamente centrados en un asesinato, pero ahora del personaje de Bryce Walker, la historia que desarrollan es una completamente ajena a la planteada originalmente. Y mientras en la primera entrega, la serie nos generaba pensamientos de que acontecimientos así podrían estar sucediendo en realidad, ésta vez parece que estamos siendo testigos de uno de los más acalorados dramas juveniles que producía Emilio Larrosa en Televisa en la década de los noventas. Así es, a eso ha decaído, a una telenovela juvenil espeluznantemente macabra.
Todos los personajes estaban ahí. Vemos nuevamente a Clay al lado de sus amigos: Jessica (Alisha Boe); Tony (Christian Navarro); Justin (Brandon Flynn); Zach (Ross Butler); Alex (Miles Heizer); Tyler (Devin Druid) y esta vez Ani (Grace Saif), quien se convierte en la protagonista femenina; eso sí, todos los actores rebasando de forma gloriosa a los personajes ahora escritos de manera desordenada y con ocurrencias; el elenco juvenil y su trabajo es de lo poco que ahora vale la pena. No falta ningún personaje, el problema es que la historia no tiene relación con la primera hasta los últimos episodios, eso sí, siempre y cuando no te aburra antes y dejes de seguir la emisión ahí por el capítulo cinco o seis.
Los episodios de esta tercera entrega si bien, nuevamente están perfectamente cuidados estéticamente hablando, lo cierto es que se vuelven innecesariamente largos, lo que hace que la historia se prolongue demasiado con tal de que vuelva a tener los emblemáticos 13 capítulos. Pudieron hacer algo épico y hacernos pensar que en efecto, era necesaria una temporada tres. Al contrario de eso, las razones para verla cada vez se agotan más y aunque dejaron algunos cabos sueltos para continuar la historia, hay que saber retirarse a tiempo y respetando su propio producto, sería mejor que la dejasen hasta ahí; antes de que termine siendo algo tan ridículo, que no sea recordada ni por sus mejores tiempos, sino por más bien, poetizar ya de últimas de una forma vergonzosa, el más puro amarillismo en una historia que ya no tiene razón de ser.