10 Estados sin PRI: Moisés MOLINA

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Una gran displicencia se deja sentir por parte del Comité Ejecutivo Nacional del PRI en las entidades federativas donde el otrora partido hegemónico es formalmente oposición.

 

La sujeción por lustros de la dinámica priísta de esas entidades a las decisiones del gobernador en turno explican buena parte de esa displicencia. Los priístas, acostumbrados a caminar en la ruta de la cómoda e incuestionable “línea” que trazaba el jefe político de las entidades, nunca han tenido lo que en los discursos es lugar común: las riendas de sus propios destinos en relación al partido; y en medio del pasmo causado por las derrotas, desde la primera que hace 23 años tuviera en Baja California, que no ha podido recuperar, los PRI locales han mostrado en términos generales incapacidad de autogobierno fuera del cobijo gubernamental estatal.

Además de Baja California, Oaxaca, Tabasco, Distrito Federal, Morelos, Guanajuato, Guerrero, Sonora, Baja California Sur y Sinaloa comenzarán el 2013 bajo gobierno emanados de partidos distintos al PRI y no se ve por ningún lado una estrategia integradora de trato preferencial y diferenciado por parte del comité que preside Pedro Joaquín Coldwell.

Que estas entidades poseen realidades diversas y que sus circunstancias sociopolíticas guardan particularidades que las diferencian, no son pretextos para dejar, como se ha hecho cómodamente, manga ancha al canibalismo. La balcanizada élite política, sin gobernador, ha dejado al priísmo de estos estados a la deriva y cotidianamente se refleja públicamente la imposibilidad de acuerdos entre quienes desean, a toda costa mantener su hegemonía sobre los despojos institucionales del PRI y quienes han visto en las crisis de las derrotas, una oportunidad de renovación y relevo generacional; de desplazamiento pues, de la vieja y enquistada nomenklatura recipiendaria de la responsabilidad de las alternancias. ¿En medio? Las y los militantes que se frustran o se resignan ante la nueva realidad que, en ya varios casos, no es tan nueva.

Al CEN le falta audacia. Parece más cómodo manteniendo el status quo, las cosas como están. Cada vez crecen más las opiniones en dirección de la bonanza que, para el nuevo gobierno de Enrique Peña Nieto, representan estados opositores como moneda de cambio de acuerdos políticos.

Se han hecho comunes las figuras de dirección partidista local al límite de los estatutos. Los delegados designados por el CEN con funciones del presidente, son una penosa realidad o una inminente amenaza. Ellos hablan del fracaso de la democracia interna y más aún, de un centralismo obligado, resignado. Delegados enviados con amplias credenciales desde geografías distantes solo administran el desorden, contienen las pasiones, congelan la dinámica partidista. Cualquier cosa es referible a una “masacre sin sangre” y en el eventual cálculo, una masacre a secas.

Enrique Peña Nieto justifica hoy por hoy, para esos estados, la esperanza siempre renovada. Los priístas ahí no tienen gobernador, pero ahora tienen presidente. No ha bastado el tiempo para recordar, si es que algún día se aprendió,  qué es hacer política, alcanzar acuerdos. Ante ello hay que esperar un golpe de timón, un manotazo en la mesa del hombre fuerte. Que Peña Nieto decida, que llame al orden, que se imponga. Cualquier cosa es preferible a seguir forcejeando en el mismo lugar. Esa es, vista por más de uno, la última alternativa.

Las mejores intenciones que pudieran tener los delegados no alcanzan. En natural. En un terreno ignoto, en medio de una realidad que no es la suya, en un presente donde solo tiene cabida su futuro inmediato, cumplen en lo que pueden resignados y también esperanzados. Su esperanza de que el PRI local tome rumbo no es tan grande como la de su retiro de la responsabilidad. Además saben que “arriba” no les pueden exigir mucho.

¿Tiene Peña Nieto interés real en reconstruir institucionalmente al PRI de estos estados? Solo él lo sabe, pero debería tenerlo. En medio de un obradorismo que vela nuevas armas, de un inocultable descontento popular exacerbado por los regalos “preferentes” del fin del calderonismo y  de un movimiento estudiantil alimentado desde la izquierda romántica, nuestro presidente electo necesita una defensa organizada, con estrategia, con intencionalidad que no se puede tener en estados donde el priísmo no tiene PRI y donde “los mismos priístas de siempre” están más preocupados por las delegaciones federales que por el bien partidario.

Pocas son las ideas y los sentimientos que se convierten en palabras. Y mientras, los días pasan iguales al anterior. Sin luz, sin atisbos, inciertos, lejos de la cúpula, exiliados del derecho a saber. Al presidente electo que no le distraigan hasta que pase la elección … hasta que el tribunal califique … hasta que rinda protesta … ¿luego?

Estos estados pueden ser piedras en el zapato presidencial, pueden también ser excelentes ventanas de oportunidad en un México donde la gente necesita volver a creer, nostálgicos en buen número de sus ciudadanos militantes, de la mística revolucionaria. Los PRI de los estados necesitan presidentes y secretarios generales originarios y amantes de esas mismas entidades.

En Veracruz se le ve a José Luis Rodríguez Bustamante invitando a militantes de otras fuerzas políticas  a sumarse al tricolor y anunciando reuniones mensuales abiertas a la militancia con garantía de libre expresión; en Morelos, Manuel Martínez Garrigós anuncia la defensa del relevo generacional ante la amenaza del jurásico; en Tamaulipas Ramiro Ramos Salinas inicia renovación de comités municipales y en Sonora la prensa deja constancia de que “el padrón de militantes, el voto corporativo y el PRI popular son ficciones”. Son realidades aisladas pero reveladoras; inspiradoras de nuevos esfuerzos.

El priísmo está, existe, estoicamente al margen del cobijo gubernamental, confía renovadamente en su presidente. Esperan con la oración política de Colosio “Todo el PRI, todo el tiempo, en todas partes”.

Twitter @MoisesMolina