Trump, producto del imperio: Carlos Ramírez

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Muchos sectores mexicanos con sentimientos pro estadunidenses están percibiendo a Donald Trump como una anomalía en la dirección política de la Casa Blanca, pero en realidad es producto de las contradicciones sociales del capitalismo en su fase de expansión imperial crítica.

Las protestas internas en los EE.UU. contra la prohibición de visas a nacionales de países dominados por el Estado islámico no implican un cambio en la política de dominación imperial de la Casa Blanca, sino que sólo se oponen a la afectación de personas. Es decir, las sociedades estadunidenses conservadora y liberal han aceptado el papel imperial de Washington, sólo que con atenuantes.

En este sentido, Trump representa una continuidad dialéctica de la evolución del imperio. La diferencia de Trump y Obama es de estilos porque Obama fue el primero que impuso restricciones a visas a nacionales de países islámicos radicales. Obama deportó a más de 2.5 millones de hispanos ilegales en los EE.UU. y separó familias. Obama aprobó el más profundo programa de espionaje a ciudadanos a través de la Agencia de Seguridad Nacional y no sólo mantuvo las leyes patrióticas antiterroristas de Bush Jr. –que Obama las había votado como senador– sino que las profundizó sin reparar en los derechos constitucionales de los ciudadanos.

Los que extrañan a Obama se olvidan que fue también un producto del imperio. La caracterización de los EE.UU. como un imperio nació con su independencia: en 1826 inició su expansión hacia el oeste arrasando de manera criminal con las tribus indias y en 1847 le quitó a México la mitad de su territorio. La lista de “tentativas de despojo, agravios e invasiones” estadunidenses a México contabilizada por Gastón García Cantú no debe olvidarse: nada más ni nada menos que 285 en el periodo 1799-1918, una media de 2.4 por año.

En este contexto, el expansionismo imperial de los EE.UU. siempre fue avalado por la sociedad. En este sentido, la condición de imperio ha convertido a los EE.UU. en un objetivo de ataques externos e internos. Los enfoques imperiales de Trump no se diferencian de los de Kennedy, Nixon, Reagan, los dos Bush y Obama. El único que quiso cambiar los enfoques imperiales fue Carter y salió echado electoralmente del poder por Reagan.

De ahí que inclusive como esfuerzo de análisis político no se debe aceptar el hecho de que Trump sea una anomalía histórica. Muchos analistas progresistas mexicanos insisten en que hay un lado bueno en el imperio estadunidense, pero los estilos imperiales de Obama prueban que al final de cuentas la sociedad de los EE.UU. permite figuras dirigentes diversas, pero todas con un único objetivo: el mantenimiento por cualquier vía del american way of life o modo de vida estadunidense.

En todo caso, la indagación sociológica debe enfocarse sobre la situación en la que se encuentra la sociedad estadunidense porque Trump se montó sobre los pánicos antiterroristas liberales de los años de Bush Jr. y Obama. El llamado de Trump a recuperar la grandeza americana convenció a votantes liberales, hispanos y afroamericanos. A la sociedad conservadora y neoconservadora se alió ahora el activismo electoral de la derecha tradicionalista.

Si se revisan las protestas, la oposición a Trump es contra sus excesos, no contra la condición imperial de la Casa Blanca.

 

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@carlosramirezh