Se buscan biógrafos: Miguel Ángel Sánchez de Armas

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De vez en vez la mirada cae en un texto cuya primera frase nos atraviesa el corazón y el vientre con la agridulce sensación de que eso era precisamente lo que queríamos decir y no pudimos en aquellas cuartillas nocturnas, en la conferencia de ese verano o en la clase de los alumnos notables en el otoño del 83. Esto me acaba de suceder con un artículo de mi querido amigo y colega Pepe Prats, con quien he compartido mesa y auditorios pero no suficientes tragos. Y como la ortodoxia que me guía es la del poeta que exclamó que lo suyo está en donde lo encuentra, le pedí autorización para reproducir las certeras reflexiones que comienzan en el renglón siguiente y van hasta donde se lee “profesor investigador…”, que aunque destinadas al país que Pepe hoy ve desde su mexicanidad, hablan también de nuestra propia realidad. ¡Gracias, José!

 

 

Una anécdota de cuando Virgilio Piñera repitió o dijo por primera vez que él era maricón del culo pero no de la cabeza; el cuento de por qué Pablo Neruda despreciaba a Roberto Fernández Retamar; la reacción de Lezama Lima ante unas langostas a la plancha en el apartamento de Ortega Spottorno, cuando oyó la voz de san Pablo, que le murmuraba: “¡Excédete!”; Dulce María Loynaz cuando le robaron sus abanicos; Reinaldo Arenas en la reunión que Clara Morera convocó para anunciar que se le habían caído las tetas… ¿No son indicaciones diáfanas que ayudan a una mejor intelección de sus estilos, de sus poéticas?

 

Lamentablemente, si un género literario muestra pobreza en las letras de habla hispana es la biografía. Basta compararlo con la literatura en inglés, donde a veces abundan hasta de figuras menores, para no referir las que se dedican a actores, deportistas, políticos, militares…

 

En cualquiera de nuestros países, con altas y bajas según la época o el movimiento cultural, casi abundan poetas, narradores, ensayistas y dramaturgos de fuertes resonancias. Nunca ha sucedido lo mismo con los biógrafos. Ni siquiera dentro de los historiadores, respecto de figuras clave de algún período o suceso decisivo.

 

La escasez se hace más trágica respecto de las biografías sobre escritores. Es escandalosa la lista de autores sobre los cuales apenas contamos con bocetos, que sustituyen la investigación de fuentes primarias con entrevistas o datos de segunda y hasta de tercera mano.

 

Sobran referencias alusivas o estudios sobre la obra, que de pasada dan algunos datos sobre la vida del autor. Muchos hasta se excusan de  revelar un chisme o secreto, hallado en una carta inédita o referido por un protagonista…

 

También –desde luego— hay unas cuantas biografías que exhiben una fértil imaginación, cuando no una deplorable tendenciosidad. Inventan lo que no saben. Suponen cuando les faltan horas-nalga en archivos y bibliotecas. Omiten zonas escabrosas o sencillamente dedican a un aspecto importante menos párrafos que a un viaje trivial, un amorío de ocasión o una discusión desabrida.

 

Pocas, sin embargo, que logren unir una rigurosa búsqueda y hallazgo de informaciones, con un estilo cercano a las de novelas históricas relevantes. Resulta extraño encontrar un hombre de letras –historiador, periodista, sociólogo, crítico…– que haya dedicado su vida laboral al género.      

 

Hace unos días hablaba del habanero Enrique Piñeiro, que muriera en París en 1911. Recordé que el Premio UNEAC de biografía lleva su nombre. Recordé algunos libros que han obtenido el galardón, con mayor o menor éxito, como siempre ocurre en este tipo de convocatoria, de disímiles jurados.

 

Entre los premiados estuvo Capablanca, leyenda y realidad de Miguel Ángel Sánchez, hace treinta y cinco años, en 1976. Hoy su autor prepara la edición definitiva de su notable estudio. Para ello fatiga las colecciones de periódicos y revistas de diferentes países y épocas, consulta documentos, habla con familiares y expertos, revisa, verifica, vuelve a dudar… Varias editoriales –incluida para la versión al inglés— esperan que acabe la investigación y redacte con la amenidad de buen periodista que le caracteriza…

 

Pues bien, es un insólito caso. Rara avis. Las reediciones tal cual quizás abunden, pero ¿cuántas publicaciones de biografías revisadas y aumentadas  podemos citar? El ejemplo es ejemplar, sin redundancia.

 

Si revisamos la nómina de escritores cubanos del pasado siglo, da pena observar que ninguno de los imprescindibles cuenta con una biografía insoslayable. A diferencia de autores de otras lenguas –algunos hasta con varias biografías valiosas— la literatura de habla hispana en general y la escrita por cubanos en particular, carece de tales textos. Salvo excepciones, claro está.

 

El pasado 2010, mientras celebrábamos el 100 de José Lezama Lima, observamos que aún no tiene una biografía digna de su importancia. Lo mismo ocurre con Gastón Baquero, Guillermo Cabrera Infante… Igual sucederá –al parecer— con Virgilio Piñera el próximo año, cuando sus lectores conmemoremos su 100.

 

¿Cuál autor cubano del siglo XX puede exhibir una biografía digna de su memoria? Que lo mismo –con diferencias– pueda decirse de otros países latinoamericanos o de la propia España, no justifica la ausencia, que en efecto quiere decir olvido.

 

Las causas del fenómeno –puesto entre paréntesis— se relacionan con la precariedad de las instituciones culturales, de las fundaciones y becas, del circuito editorial y el mercado del libro, de las universidades y los temas de tesis, de la hiperespecialización que fragmentó las disciplinas humanísticas bajo el equívoco de ciencias sociales… 

 

Pero también –¿por qué no?— hay algo del individualismo hispano que funciona por debajo de las razones económicas. ¿Son pocas las vocaciones de biógrafo? ¿Quiénes están dispuestos a dedicar parte de su vida al estudio de la vida de otro?

 

No agoto –ni lejanamente— un vacío cuyas evidencias causan escozor y sonrojos. Tal vez los académicos –tras la fiebre postestructuralista y demás hierbas de ilegibles estudios “semióticos” o “deconstructivistas”— puedan favorecer tesis de doctorado que sean biografías. Tal vez el auge de la microhistoria tangencialmente ayude al desolado género.

 

Sin hipocresías, hasta los descubrimientos de falsedades nos gustan, cuando se trata de un escritor cuya obra admiramos. ¿Por qué Alejo Carpentier ocultó tanto   –hasta al rey de España cuando le entregó el Cervantes— que había nacido en Lausanne, Suiza francesa? ¿No es un dato que influye en la caracterización, que incide en la valoración del intelectual y de alguno de sus personajes, como el protagonista de Los pasos perdidos? ¿Es que su teoría caribeña de lo real-maravilloso sufriría de revelarse –pensaba él—que no había nacido en la calle Maloja?

 

Hay que colocar en el ciberespacio un llamativo cartel: ¡Se buscan biógrafos! Mientras tanto releamos Sor Juan Inés de la Cruz o las trampas de la fe para saber tanto de la talentosa escritora como de Octavio Paz y de México. Y pidamos a la vez más vocaciones y atención al preterido género.  

 

Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias Sociales de la UPAEP Puebla.