¿Qué nos pasó?: Mario Arturo Mendoza Flores

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¿Qué nos pasó? En qué momento permitimos que la violencia y el miedo  se apoderaran de nuestras familias, de nuestras calles, de nuestra ciudad, de nuestro estado y ahora de nuestra nación. En qué instante dejamos que fueran otros principios y otros valores distintos a los que nos enseñaron nuestros abuelos y nuestros padres los que prevalecieran en nuestras escuelas y en nuestros hijos. Por qué creímos que el ataque a la delincuencia le correspondía exclusivamente al gobierno, al ejército y a la policía, mientras veíamos con indiferencia cómo en las escuelas los jóvenes se enfrentaban entre sí como una diversión y posteriormente como una muestra de poder y no hacíamos nada por detenerlo. Cuándo fue que nos convencieron que a la violencia se le combate con mayor violencia y dejamos de ser solidarios con el dolor ajeno por la simple razón de que no era nuestro dolor.

        

¿Qué nos pasó? Cuándo dejamos de reconocer y de respetar al empleado honesto, al obrero responsable, al empresario esforzado, al estudiante sobresaliente, a la ama de casa ejemplar, al comerciante solidario y al funcionario comprometido y se comenzó a admirar y hasta imitar al que tiene dinero, alhajas, casas de lujo, mujeres hermosas y autos últimos modelos sin interesarnos ya el origen de los mismos. En qué momento permitimos que nuestros hijos aspiraran a ser como ellos: algunos corruptos, otros delincuentes, unos más asesinos, la mayoría enviciadores sin título y sin beneficio. De ahí que se haya perdido la cultura del esfuerzo, total los hoy famosos “ninis”; los que ni estudian, ni trabajan, pueden tener todo lo que desean sin el más mérito que integrarse a la delincuencia organizada y generar violencia con su proceder, aunque con ello nos roben la paz y la tranquilidad. En qué momento descuidamos la educación y la supervisión sobre nuestros jóvenes bajo la justificación de que los de ahora “son otros tiempos”. Y sí que lo son, lo acabamos de ver apenas el jueves en el incalificable hecho registrado en Monterrey.

 

¿Qué nos pasó? Cuándo fue que perdimos la capacidad de asombro. Muertos y más muertos se siguen sumando a las listas de afectados por la violencia desatada en nuestro país, incluso por encima de aquellos países donde se desarrollan guerras civiles o militares, pero cómo no son de nuestra familia, pues aquí no pasa nada. Aunque hoy veamos que sí pasa y mucho. Es que acaso tendremos que esperar que la mala suerte nos alcance para entonces sí actuar y ser parte de la pena de quienes hoy lloran la ausencia del ser querido. En qué momento nos volvimos indiferentes y hasta insensibles a lo que acontecía en otros estados por el simple hecho de saber que no era el nuestro. Cuándo fue que nos convencimos de que no podíamos hacer nada para frenar la delincuencia ya que su combate le corresponde exclusivamente al gobierno, olvidándonos de lo mucho que podemos hacer en nuestros hogares a través de la comunicación y del ejemplo con nuestros hijos.

 

¿Qué nos pasó? En qué pensábamos cuán creímos que el asesinato del hijo del comerciante es menos importante que la del hijo del poeta. O que el secuestro del hijo del obrero es menos relevante que la del hijo del banquero. O que la muerte de la señora de edad es menos dolorosa que la del joven estudiante. Todas duelen y se sufren por igual, pero comenzamos a justificarlas y hasta minimizarlas a grado tal que hasta nos burlábamos de la “exageración” del dolor de unos y nos sorprendíamos de la “entereza” de otros. Comenzamos a ver el dolor ajeno como algo ordinario y sólo nos uníamos al sentimiento del familiar o del amigo cercano. Escenas de violencia las vemos en películas, en telenovelas, en reportajes, comenzamos a convivir con ellas y lo peor, hasta a aplaudirlas. De ahí que hoy no seamos capaces de identificar qué es lo que está pasando en nuestro país, pues suponemos que convivir en un ambiente violento ya es algo común. ¿Qué nos pasó?

 

¿Qué nos pasó? Dónde perdimos la compasión. De pronto se nos olvidó que cuando nos volvemos solidarios con quien sufre, es que tenemos compasión, porque compartimos y participamos de su pena y colaboramos en su solución, ya sea de manera material, moral o espiritual. La compasión sólo se puede dar cuando tenemos la capacidad de conmovernos ante la desgracia de alguien, capacidad que lamentablemente día tras día hemos venido perdiendo. La indiferencia nos ha ganado, se ha apoderado de la sociedad. La lucha por la propia supervivencia y la búsqueda de nuestros propios intereses nos están volviendo insensibles; y poco a poco hemos ido convirtiendo las desgracias en espectáculos. De ahí que a la violencia la vemos ya como algo “natural”. Compasión significa “tener sentimiento”; por lo tanto debemos ser sensibles para poder ser compasivos. Cuando nos ponemos en el lugar de quien sufre, entonces podemos entenderlo.

 

¿Qué nos pasó? Cuándo perdimos el valor. En la vida nos enfrentamos a muchas situaciones difíciles e incluso peligrosas, pero por lo general nos vence más nuestro temor que el problema en sí. Hoy nuestro país nos demanda el valor para señalar, para denunciar, para colaborar en el ataque a la violencia; recordemos que el valor es hijo de la prudencia, no del temor. Cuando no tenemos la valentía de resolver un problema lo único que estamos generando es que éste nos alcance, nos rebase y nos avasalle, tal y como lo estamos viendo en estos días.

 

¿Qué nos pasó? Quién o qué nos hizo creer que todo está perdido; que ya no hay nada por hacer, que debemos resignarnos. Estamos a tiempo de hacer que las cosas cambien, que recuperemos la paz que tanto anhelamos, que nos organicemos y más allá de señalar responsables, comencemos a actuar, a hacer lo que está a nuestro alcance. Por pequeño que se crea pueda ser, al final la suma de la mayoría que demandamos un país en paz habrá de imponerse a las minorías que pretenden someternos a su mal proceder.

 

Con mi solidaridad a los familiares de lo más de 50 mil muertos en ésta vorágine de violencia.

Twitter: @Mario_Mendoza_F