Políticos y periodistas: Miguel Ángel Sánchez de Armas

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El asesinato de Regina Martínez

no debe quedar impune.

 

Cuando mis hipotéticos bisnietos estudien la historia de México, quedarán pasmados si comparan la estatura de los estadistas del XIX, los de la Reforma, con la gazmoñería y el fariseísmo de sus herederos en el XX y el XXI. Por un lado gigantes que hubieran brillado en cualquier época; por el otro, una legión adocenada y raquítica llamada clase política.

Da pena atestiguar la pequeñez con la que se aborda en estos días el asunto de los debates. Los contendientes en la arena electoral se comportan como adolescentes simplones mientras las clases dominantes se frotan las manos por su buena suerte, pues estos actores garantizan que pervivirá la impunidad y la laxitud legal que les ha permitido hacerse del control social.

Mas, ¡helas!, como yo no soy analista político ni mi voz tiene peso en la república de los columnistas, nada puedo hacer para salvar a la Patria. Así que me limitaré a compartir una página histórica del inagotable acervo que se acumula desde que los primeros políticos, jefes del clan, tuvieron tratos con los primeros periodistas, aquellos que pintarrajeaban sus cosas en las paredes de las cavernas. Es parte de un libro en producción que espero, es un decir, arroje luz sobre el asunto:

Watergate no fue un accidente, como no lo es la supuración que se pone al descubierto por una incisión de rutina. Fue el resultado de una época turbulenta y de la participación de actores cuyas personalidades fueron como agentes reactivos que precipitaron y pusieron al descubierto la trama de una conspiración desde el poder.

Entre los años 1960 y 1974 se pueden ubicar tres antecedentes clave que dan contexto al episodio: la abortada invasión a Cuba en Playa Girón (también conocida como Bahía de Cochinos) en abril de 1961; la “crisis de los misiles” en Cuba en agosto de 1962, y la filtración de un expediente sobre el conflicto en Vietnam en junio de 1971 que pasaría a la historia con el sugerente título de “Los expedientes del Pentágono”.

En aquella época varios grandes diarios norteamericanos, particularmente The New York Times, se habían enfrentado en las cortes con un gobierno que veía en las revelaciones de la prensa no sólo un peligro para sus políticas domésticas e internacionales, sino el origen de la creciente inquietud social en el país.

Cuando la cia tuvo a punto el desembarco de fuerzas anticastristas en Cuba en 1961, el gobierno de Kennedy presionó al Times para detener la información y “no poner sobre aviso al dictador”. El diario acató y quedó una mancha en el honor de la casa. Un año después el episodio se repitió casi sobre las mismas líneas cuando el rotativo se aprestaba a publicar anticipadamente los pormenores de una posible operación militar contra las bases de misiles en Cuba, que finalmente no pasó de la mesa de escenarios posibles.

Kennedy era un maestro del medio electrónico y lo utilizaba para equilibrar las noticias de los medios impresos. Su secretario de prensa, Pierre Salinger, pensaba que junto con las cadenas de televisión las agencias noticiosas eran la herramienta más poderosa para controlar la agenda informativa, puesto que alimentaban a cientos de otros medios. Salinger incluyó a reporteros de estos medios en los pools presidenciales.

La administración Kennedy vivió la guerra fría y estuvo signada por constantes y delicadas crisis políticas en las que la prensa jugó un papel importante. Algunos de los actores clave de aquellos eventos reconocieron posteriormente que si el gobierno no hubiese estado preso en el pantano del secreto de Estado y la prensa hubiese tenido mayor acceso a la información y más capacidad de acción, operativos que sólo trajeron descrédito al gobierno de Kennedy, como la invasión de Playa Girón, se hubiesen evitado. Mas por otra parte en términos generales muchos de aquellos medios consideraban que era un deber patriótico mantener en reserva informaciones sobre las crisis o bajarlas de tono para no perjudicar los operativos militares de su país.

Aquí algunos momentos del rol “patriótico” de la prensa en aquellos años:

El 19 de noviembre de 1960 The Nation publicó un editorial titulado: “¿Estamos entrenando a guerrilleros cubanos?”, en donde se hablaba de una invasión a la isla. En enero siguiente The New York Times confirmó el entrenamiento, mas dijo que las autoridades explicaron que no era para invadir la isla, sino para preparar una fuerza de defensa en caso de que los castristas decidieran atacar.

En abril siguiente The New Republic hizo llegar al asesor presidencial Arthur Schlesinger las galeras de un artículo titulado “Nuestros hombres en Miami”, que el mismo Schlesinger llamó “un relato cuidadoso, exacto y devastador de las actividades de la cia entre los refugiados (cubanos)”. Schlesinger le llevó el artículo a Kennedy, quien expresó la esperanza de que se le pudiera retener. La revista aceptó, escribió Schlesinger, “en un acto patriótico que me dejó extrañamente incómodo”.

Tad Szulc, del New York Times, tuvo la nota del entrenamiento de cubanos para una invasión, misma que se publicaría en primera plana. El director del diario consultó con James Reston, quien sugirió que no se incluyera la fecha del desembarco; también se expurgó toda mención a la cia. Los editores protestaron. Nunca antes se había cambiado la primera plana del Times por razones políticas. Hablaron con el propietario, Orvil Dryfoos. Éste dijo que estaban de por medio la seguridad nacional y la protección de las vidas de los invasores.

Pese a la autocensura y restricciones voluntarias, Kennedy enfureció por lo poco que se publicó y gritó a Salinger: “¡No puedo creer lo que estoy leyendo! Castro no necesita agentes aquí. Todo lo que tiene que hacer es leer nuestros periódicos. Ahí está todo detallado”.

El desembarco en Playa Girón el 17 de abril de 1961 fue un rotundo fracaso y un severo golpe a la imagen del gobierno de Kennedy. Los invasores no pudieron avanzar más que algunos cientos de metros antes de ser sometidos por fuerzas cubanas bien pertrechadas, entrenadas y conocedoras del terreno. El alzamiento popular vaticinado por los anticastristas nunca se dio. Al comprender las dimensiones del fracaso y las consecuencias que tendría una participación abierta de soldados estadounidenses, Kennedy se negó a autorizar la intervención de la Fuerza Aérea en apoyo a los invasores.

La reacción de la prensa no se hizo esperar. Los grandes diarios se sintieron utilizados, como también el embajador ante la ONU, Adlai Stevenson, quien se presentó a la asamblea para negar los planes de invasión […] de los cuales no había sido informado:

“El Presidente fue criticado por su negativa a hablar sobre la cuestión cubana en su primera conferencia de prensa posterior (‘No creo que sirva a ningún propósito nacional que me explaye más sobre la cuestión cubana esta mañana’). Le dijo con amargura a Salinger: ‘¿Qué hubiese podido decir que ayudara a la situación? ¿Que hicimos el papelón de nuestra vida? ¿Que la cia y el Pentágono son estúpidos? ¿A qué fin creen ellos que serviría consignar eso? Vamos corregir la situación muy pronto. Los editores tienen que entender que estamos siempre al borde de la guerra y que hay cosas que estamos haciendo de las que no podemos hablar’”.

Kennedy, al fin miembro de la clase política, era de los persuadidos de que son los medios y no los hechos que los medios reportan, los causantes de los descalabros políticos. Dos semanas después del frustrado operativo contra la isla, en reuniones con agrupaciones periodísticas, dijo que Playa Girón había dado una importante lección que aprender y que en el manejo de informaciones delicadas los editores debieran preguntarse si se afectaba la seguridad nacional antes de publicarlas. El llamado no cayó en oídos amables:

“Los presentes entendieron que eso era de cierta forma una invitación a la autocensura. El Post-Dispatch de St. Louis advirtió que eso podía “hacer de la prensa un arma oficial como en los países totalitarios”. El Star de Indianápolis dijo que Kennedy estaba tratando de intimidar a la prensa. El Times de Los Ángeles juzgó que era un Kennedy ‘rumiando la adversidad’ quien con enojo trataba de convertir a la prensa en chivo expiatorio. Advirtiendo que los diarios habían aceptado las reglas de la administración, el Times escribió que en lugar de que el Presidente los reprendiera, “se debió amonestar a la prensa por dejarse engañar”.

En 1966 se supo que durante una reunión en la Casa Blanca, Kennedy dijo en un aparte al director ejecutivo de The New York Times, Turner Catledge, que si se hubiese publicado más sobre la operación de desembarco en Bahía de Cochinos se habría evitado un error colosal. Un año más tarde el Presidente le confió algo parecido al propietario del Times, Orvil Dryfoos.

En 1967 el senador Robert Kennedy expresó ante editores de diarios:

“Obviamente, la publicación de los planes de batalla norteamericanos en época de guerra pondría irresponsablemente en peligro el éxito y arriesgaría vidas [pero] la más amplia difusión en la prensa de los planes para invadir Cuba  -conocidos por muchos periodistas y patrióticamente mantenidos en secreto- hubiese podido evitar Bahía de Cochinos. Al apreciar retrospectivamente las crisis, desde Berlín y Bahía de Cochinos hasta el Golfo de Tonkin, o incluso los últimos quince años, puedo recordar pocos casos en que la revelación de grandes consideraciones políticas hubiese perjudicado al país y muchas instancias en que la discusión y el debate públicos condujeron a decisiones más meditadas e informadas”.

¿Playa Girón marcó el fin de la luna de miel de Kennedy con la prensa? Es probable. En todo caso es de destacarse que fue durante esa administración cuando se sentaron las bases del “manejo de la prensa”, es decir, las estrategias y mecanismos que con distintos grados de refinamiento son hoy la sustancia de las unidades de comunicación social públicas y privadas.

Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias Sociales de la UPAEP Puebla.

@sanchezdearmas

www.sanchez-dearmas.blogspot.com

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