¿Ola o tsunami digital?: Miguel Ángel Sánchez de Armas

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Invitado por mi amigo Gastón Melo, el pasado lunes participé en Espacio, el singular evento con que Televisa se acerca a jóvenes estudiantes para escucharlos y dialogar sobre temas de actualidad. Independientemente de la opinión que se tenga de la empresa –y me parece que la salud social de la República exige una militancia crítica frente a gobierno e iniciativa privada-, Espacio tiene el mérito indiscutible de haber incursionado con apertura y transparencia en un terreno asaz difícil, como es el parlamento con los jóvenes. En este año Espacio cumple sus primeros quince y ya tiene ramificaciones internacionales. Enhorabuena.

 

 

El tema fue educación y nuevas tecnologías. Como maestro viejo que lo mismo se planta frente a grupo que se conecta por videoconferencia, tengo particular interés en el uso de las tecnologías de la información y la comunicación para identificar indicios de que algunos paradigmas del proceso educativo se hayan modificado y qué tanto sabemos de esos cambios. Me parece que el diagnóstico no debe quedarse sólo en si estamos teniendo acceso o no a un equipo de cómputo, sino determinar si los paradigmas de lo que se enseña, de cómo se enseña y de cómo son quienes enseñan y aprenden han cambiado.

 

De acuerdo con datos de la Asociación Mexicana de internet, en México había 30 millones y medio de usuarios en 2009, cifra que hoy debe ya pasar de los 40 millones. Para determinar el acceso a internet se ha utilizado el indicador de la disponibilidad o propiedad de una computadora, tal como lo recoge el INEGI, según el cual, con datos del censo de 2010, en seis millones de hogares hay acceso a internet.

 

Ese dato no concuerda con el número de usuarios porque en una gran cantidad de hogares contar con una computadora no significa necesariamente que sea utilizada por varios miembros de la familia. Hay que complementar con información del lugar donde tienen acceso a internet los usuarios. Según AMIPCI sólo 48% de los 30 millones de usuarios, menos de la mitad, tenían acceso a internet desde sus hogares; 34% lo tenía desde un café internet y el resto en el trabajo, en el lugar de estudio o en casa de terceros.

 

Los 30 millones y medio de internautas no deben compararse con la población total, sino con la población potencialmente usuaria de internet, que asciende a 74 millones 650 mil, lo que nos indica que tenemos aproximadamente 41% de usuarios de internet.

 

Bien. La pregunta es: ¿para qué? Los usos más extendidos son las actividades sociales, el entretenimiento y el consumo de medios de comunicación. El correo electrónico, los mensajes instantáneos, el “chateo” y la manipulación de fotos y videos son de las actividades más intensivas en internet… y también es importante el porcentaje de los que intentan apaciguar su soledad buscando en la red relaciones que en la vida real no se les dan.

 

Los datos de AMIPCI no incluyen todavía las redes sociales como Facebook y Twitter que han crecido exponencialmente. En México hay 26.1 millones de cuentas de Facebook. A enero de este año había más de cuatro millones de cuentas de Twitter.

 

Un mito que se derriba: muchos piensan que el uso de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación está reservado a las clases con más recursos, pero esto no es cierto. Los segmentos D+ y D/E tienen el 44 por ciento de los usuarios. Esto concuerda con el uso creciente de las redes sociales y se complementa con el crecimiento del uso de la telefonía móvil. En México hay, según la Cofetel, poco más de 90 millones de celulares.

 

Hasta aquí las cifras y los porcentajes. ¿Qué nos dicen? Que los usos de las redes son sociales. La educación no ha colonizado la red. Existen grupos, desde luego, y el internet para la educación a distancia ha sido probado con éxito en muchos casos, pero su uso cotidiano en este terreno no se ha dado, quizá por una razón que han detectado muchas instituciones educativas: los maestros no hacen uso de las computadoras y menos de las redes sociales. En cambio sus alumnos sí las utilizan y mucho. Para esta reflexión busqué en Twitter a cincuenta y cinco renombrados investigadores de la educación, de la UNAM, del Cinvestav, de la Universidad Veracruzana, de la Universidad Pedagógica Nacional y otros de universidades españolas y de la UNESCO. ¿Resultado? Sólo 10 tienen cuenta en Twitter, aunque es muy probable que sus alumnos sean twitteros de corazón.

 

Cualquier lector podría restarle importancia a esto con el argumento de que no vamos a enseñar a través de las redes sociales, pero lo importante es que no lo podemos ignorar. Las instituciones educativas han empeñado un gran esfuerzo para cerrar la brecha digital, para capacitar a los maestros en el uso de la computadora primero y de internet después. No olvidemos que los centros de trabajo y de estudio son lugares en los que se tiene acceso a internet. Pero, si todavía estamos en la fase en que no tenemos una cobertura aceptable de maestros haciendo uso cotidiano de una computadora, la etapa en que se puede hacer uso de internet con todas sus posibilidades está todavía un poco lejos. Yo diría que somos maestros analógicos viviendo en un mundo digital. La gran mayoría de los profesores de educación básica y de educación superior no está alfabetizada digitalmente, no cumple con los estándares de competencias en TIC para docentes recomendados por la UNESCO.

 

Necesitamos un diagnóstico muy puntual de la situación. ¿Cómo se está enseñando entonces? A pesar de que hoy en foros y congresos se discuten los nuevos paradigmas educativos, de que la educación por competencias es una bandera oficial y de que se asegura que la teoría constructivista rige el diseño de planes y programas de estudio, en la intimidad del salón de clases se siguen modelos tradicionales, con una educación memorística, donde las fechas, los personajes, las fórmulas, el dato, siguen siendo los motores del aprendizaje. Sufrimos el power point como una suerte de karaoke pedagógico.

 

En una ocasión, el investigador Olac Fuentes Molinar contó que cuando estudiaba la secundaria tenía un docente que sabía de memoria los logaritmos. Era tenido como un excelente maestro y muy respetado por su conocimiento. Al paso del tiempo Olac concluyó que su maestro en realidad era un lerdo. ¿Por qué? Porque si ya desde hace mucho tiempo se cuestionaba la validez de la enseñanza apoyada en la memorización de datos, con la llegada de internet y la mundialización del conocimiento eso tiene menos sentido que nunca. El paradigma de qué enseñar debe modificarse. Tenemos que aprender a ser maestros, alumnos, profesionistas y ciudadanos digitales y pensar digitalmente. Ésta es la transición pendiente. Para qué memorizar un dato que podemos consultar en un minuto en la computadora. En cambio, deberíamos poner énfasis en las habilidades para investigar, para localizar información, para concatenarla y obtener así aprendizajes significativos. Restarle tiempo a la memorización y aumentarlo a las competencias lecto-escritoras, aunque vivimos en la dictadura de la síntesis y del lenguaje mal utilizado.

 

¿Qué tenemos entonces como tarea? En cada salón de clases, en cada escuela, en cada institución, en cada secretaría de Educación de los estados y en la Secretaría de Educación federal debemos saber con quiénes estamos tratando. Qué usan y que consumo mediático tienen maestros y alumnos. Saber exactamente dónde estamos parados respecto a nuestras competencias digitales para pasar de tener acceso a una computadora o a internet, a colonizar la red con usos educativos.

 

Tener en cuenta los nuevos hábitos de consumo de las redes para aprovecharlos en beneficio del aprendizaje de maestros y alumnos. El maestro sólo puede seguir siendo el coordinador de un aprendizaje posible si se convierte en un maestro digital. No en un maestro que hace uso intensivo y extensivo de la informática y de la red, sino en un maestro que aprovecha el lenguaje de las TIC para favorecer el aprendizaje de sus alumnos. Para todo ello nos hace falta un buen diagnóstico que nos lleve a la acción digital.

 

Profesor – investigador en el Departamento de

 Ciencias Sociales de la UPAEP Puebla.