Oaxaca de Juárez, un epicentro social sin proyecto ni liderazgos identificables: Adrián Ortiz

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Oaxaca de Juárez, la capital del Estado, vive permanentemente en una paradoja: a pesar de ser el centro de la atención y de las tensiones políticas, es un territorio que carece de un proyecto viable como ciudad, además de que adolece de liderazgos sociales y políticos con peso específico, y hoy es víctima de una inercia electoral a la que el propio destino de la ciudad, le es intrascendente. Cualquiera que sea su definición política en la jornada del 1 de julio, queda claro que la capital, a pesar de todo lo que representa, no es prioritaria para la política y para los partidos.

En efecto, a diferencia de lo que ocurre en la mayoría de las entidades federativas en México, Oaxaca no tiene otro epicentro ni vía de escape para todos los fenómenos y conflictos sociales, más que la capital oaxaqueña. Ello queda claro diariamente, cuando aquí a la ciudad es a donde llegan a hacer crisis todos los conflictos y cuestiones relevantes, para la vida de los oaxaqueños de las ocho regiones del Estado.

Cualquiera que sea el conflicto, no tiene a dónde más ir que la capital, porque además de ser el asiento de los poderes gubernamentales, es también el único polo de fuerza para la sociedad y para la opinión pública nacional. Parece terrible, pero el resto del país sólo sabe de la existencia de otras ciudades o poblados oaxaqueños cuando ocurre una tragedia, cuando hay un enfrentamiento o cuando sucede un hecho extraordinario. Pero fuera de esas circunstancias, para la generalidad en México todo lo que ocurre en el estado se reduce a la capital oaxaqueña.

Esa debería ser razón suficiente para que Oaxaca de Juárez fuera uno de los espacios más pujantes para la actividad política de la entidad. Paradójicamente, esto no sólo no ocurre sino que, además, la capital ha estado sujeta a todo tipo de vaivenes e intereses que demuestran lo poco relevante que ha resultado ser para la política partidista y, en general, para los distintos grupos de poder que han gobernado la entidad a lo largo de las últimas décadas. Aún siendo lo que es, la capital no ha tenido un proyecto propio de ciudad ni tampoco ha sido beneficiaria de la voluntad continuada por ofrecerle mejores condiciones de estabilidad, habitabilidad o desarrollo.

Lamentablemente, Oaxaca de Juárez ha sido una ciudad que no tiene proyecto de desarrollo. Por eso, cada gobernante —municipal o estatal— ha tratado de imprimir su impronta en las acciones de gobierno que considera correctas. Pero queda claro que la mayoría de esas decisiones ha sido discordante, contradictoria o, cuando menos, carente de toda lógica o sentido de continuidad o de atención entre sí, a lo que verdaderamente la ciudad necesita. Esa es una razón evidente de por qué la capital padece de todo tipo de problemas metropolitanos básicos, tales como el abasto de agua potable, vialidades insuficientes, ambulantaje, crecimiento dispar o la proliferación de asentamientos irregulares, entre muchísimos otros problemas que son propios de una ciudad, pero no de una capital como la que se supone que es Oaxaca de Juárez.

Todo eso es reflejo, en realidad, de la inestabilidad de sus gobiernos. Cuando menos en las últimas dos décadas no ha habido más que un solo gobernante de la capital que terminara su gestión —Luis Ugartechea, en medio de empellones—. La ciudad ha sido vista, sí, como un escaparate partidista y como una arena política, pero también ha sido blanco de todos los recelos posibles entre quienes gobiernan, y pretenden gobernar la entidad.

Por eso sus gobiernos municipales han sido inestables; por eso mismo, reiteradamente ha sido espacio de bloqueos, recelos y maquinaciones entre los propios grupos políticos para evitarse el avance entre sí. La debilidad del ayuntamiento ha sido siempre el punto de quiebre cuando se pretende entablar una competencia con el gobierno estatal. Y éste casi siempre ha sido el origen de las desgracias de los gobernantes de la ciudad, y de la ciudad misma.

 

TRAGEDIA CONTINUADA

Hoy no sólo enfrenta esa realidad —que se ve a diario en la confrontación disimulada, y en la tensa relación que permanentemente existe entre el ayuntamiento citadino y el gobierno estatal, aún cuando emanaron de los mismos colores partidistas, pero en medio de una historia de repudios recíprocos—, sino que además hay un problema mayor: ninguno de los aspirantes a gobernar la capital oaxaqueña en los próximos tres años ofrece un panorama alentador para la propia ciudad. Un simplísimo repaso de los nombres y las ascendencias, puede darnos luces al respecto.

Por un lado, el Partido Revolucionario Institucional decidió postular a Manuel de Esesarte Pesqueira, quien fue presidente municipal interino en sustitución de Jesús Ángel Díaz Ortega desde finales de 2006 hasta terminar el periodo para el que había sido electo como concejal. Su administración fue, en realidad, una gerencia en la que no hubo más que mantener las inercias y tratar de apaciguar los cuestionamientos que había generado la desaparición material del gobierno municipal —en aquellos momentos, debemos recordarlo, nadie sabía nada del gobierno ni de los gobernantes citadinos—, desde los inicios del conflicto magisterial de 2006.

Por eso, aun cuando pretenden presentar a Esesarte como el hombre que necesita la capital, en realidad es difícil ubicar alguna acción relevante que se hubiera logrado a favor de la ciudad, durante su breve periodo como encargado de la administración municipal. Y si no lo hizo en aquel momento, cuando ya tenía el cargo en la mano, ¿por qué pensar que ahora sí lo haría?

Un escenario aún peor ofrece Samuel Gurrión, postulado por la coalición PAN-PRD-MC. El juchiteco es un hombre sin identidad con la capital; sin identidad política y, hoy queda claro, ni siquiera con identidad partidista. Brincó de partidos tratando de lograr una postulación —a lo que fuera—, y se encaprichó con la capital pensando que ésta sí puede ser el escaparate que necesita para cumplir su acariciado sueño de convertirse en Senador, y luego en Gobernador del Estado. En términos simples, queda claro que a Gurrión la ciudad le interesa sólo como un peldaño en la construcción de su ilusa carrera política, y que por eso piensa sólo en el 1 de julio sin considerar la relevancia de pensar en el proyecto que la ciudad necesita, y del que no ha dado ni esbozos.

La mayor incógnita de todo esto, se encuentra en Morena. En las circunstancias actuales, no importa a quién postule dicho partido; no importa si el personaje postulado tiene o no arraigo o amor por la ciudad; tampoco importa si éste representa algo positivo para la gobernabilidad, o si es capaz de generar cuando menos alguna condición de mejora a alguno de los muchos problemas que tiene la entidad. La inercia de la jornada electoral, y de la ausencia de voto diferenciado, bien puede hacer que el candidato morenista para la ciudad, gane. ¿Quién es, o qué representa? No importa.

 

SÍ. NO IMPORTA

Es duro aceptarlo, pero la paradoja más importante que envuelve a la ciudad implica que lo que pase en ella, y en sus definiciones políticas, es totalmente ajeno a lo que la capital necesita. Hoy la ciudad es rehén de un proceso, el electoral, para el que la propia ciudad no es relevante. Por eso, su único escenario previsible es, como desde hace varios lustros, la incertidumbre.

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