Nuevo PRI: la restauración del viejo PRI: Raúl Castellanos

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Finalmente se produjo el parto de Los Pinos. Ayer, un sonriente Presidente de la República anunció formalmente los cambios en su gabinete ampliamente filtrados desde el domingo. Según las crónicas, de excelente humor ingresó al Salón López Mateos de la residencia oficial y soltó “hoy es un fresco pero bello día”; a continuación ponderó los méritos de José Antonio Meade Kuribreña como funcionario público, destacando su paso por las secretarías de Hacienda, Relaciones Exteriores y Sedesol; incluyendo su participación en el desastre del calderonato, que aunque no lo mencionó, flotaba en el ambiente.
Una vez cumplido el ritual de la toma de protesta de los relevos en operación dominó, le dijo a quien, si los mexicanos lo votan y Andrés Manuel comete nuevas torpezas, puede convertirse en su fiel escudero, guardián del Santo Grial de los secretos de OHL y Odebrecht –entre otros- o también cabe la posibilidad, en su verdugo; a manera de despedida y pago de marcha le recitó: “le deseo el mayor de los éxitos. Ha sido un colaborador entregado a las responsabilidades que se le han confiado y se ha entregado a estas responsabilidades siempre con una vocación de servicio y con un enorme compromiso con México. Muchas felicidades Pepe y el mayor de los éxitos”.
Se cumplió así el ritual de la obviedad del destape por parte del gran elector en la cultura priista, la que en sus buenos tiempos le permitió al partido fundado por don Plutarco mantenerse en el poder. El de ayer fue el día de la restauración del “dedazo” en el Nuevo PRI al más clásico estilo del viejo PRI. Restauración que no deja de tener, visto en la perspectiva de la dinámica política actual, de los grandes intereses que están en juego, e incluso de la geopolítica internacional, una buena dosis de mérito por la forma en que fue operada –incluyendo el pre destape de Videgaray que da la impresión haber sido una concesión a valores entendidos para evidenciar su peso en la decisión-.
Hasta el cierre de estas líneas todo marchaba como miel sobre hojuelas. Sin ser priista, Meade manejó con talento su no militancia –algo que Mancera no supo hacer-; Peña Nieto por su parte operó por nota, engañando siempre con la verdad, él fue el artífice –no podría ser otro- que pavimentó el camino, desde el cambio en los requisitos para ser candidato hasta la que será su culminación, el próximo domingo, cuando toda la nomenclatura priista, desde el Presidente de la República, gobernadores, senadores, diputados federales y locales, presidentes municipales, gabinete y por supuestos todos los colados que logren colarse, rendirán pleitesía y cantarán a coro “¡El rey ha muerto, viva el rey!”. De esta forma, Enrique Peña Nieto vivirá sus últimos minutos de gloria plena.
Destaca, en esta filigrana el que ninguno de los derrotados haya –hasta hoy- hecho algún “numerito”. Recordando las que nos han tocado observar ya con pleno uso de razón; en la sucesión de Díaz Ordaz, con todo y la crispación de 1968, el descarrilamiento estuvo a punto de propiciarlo el propio candidato Echeverría cuando guardó un minuto de silencio en la Universidad Nicolaita por los estudiantes muertos en Tlatelolco; en la de Echeverría, que se resolvió –como ahora- entre la economía y la política, los políticos que perdieron se disciplinaron, Muñoz Ledo fue al PRI y Moya Palencia, el gran perdedor, guardó sus lanzas…y los camiones que ya esperaban llenos de simpatizantes cerca de Bucareli; en la de López Portillo, García Paniagua hizo el gran berrinche, que no pasó a mayores; en la de La Madrid, surgió la Corriente Democrática y Salinas de Gortari tuvo que pactar con el diablo y hasta con el PAN para acceder al poder; la de Salinas se quebró o la quebró su grupo compacto en Lomas Taurinas, contó además con la protagónica rebeldía de Manuel Camacho y el posterior pleito a muerte –política- súbita, huelga de hambre incluida con Ernesto Zedillo; quien a su vez –Zedillo- le valieron gorro los pleitos internos y le entregó la presidencia a la derecha. Luego vino el desaseo de Madrazo, hasta la reunificación de los grupos que llevaron de regreso al PRI a Los Pinos.
En este escenario y más allá del anecdotario y de las posibilidades reales que tenga Meade (a quien muy posiblemente se sumará Margarita Zavala en la recta final si logra el registro como independiente), coincido con lo planteado ayer por Jesús Silva-Herzog Márquez, en el sentido de que la reposición del tapadismo inserta en el proceso la marca de la connivencia. Su elección pasa no sólo por la certidumbre que genera en la élites políticas, económicas y empresariales; también implica la apuesta del Tatloani de Los Pinos de que su Delfín, de ganar la contienda, avalará la continuidad de su proyecto y lo más importante, le cuidará las espaldas. Así fue durante todo el siglo veinte y así lo ha reinstituido el “Nuevo PRI”.
Abierto el juego, como sociedad civil debemos evitar dejarnos seducir por el circo mediático y no olvidar que, al día de hoy, el país no cuenta con Procurador General de la República, Ley Orgánica de la Fiscalía General, Fiscal Anticorrupción, Fiscal para Delitos Electorales, Magistrados Administrativos especializados en anticorrupción y estamos a punto de quedarnos sin Auditor Superior. Asimismo, en los días que vienen se pretende aprobar en caliente la controvertida Ley de Seguridad Interior, que más que regularizar el actuar de las Fuerzas Armadas en el combate contra el crimen, en muchos aspectos es un cheque en blanco al control militar y una claudicación del poder civil en labores de seguridad.
Dejemos de admirarnos por la lamentable restauración del destape a la usanza del viejo PRI y ocupémonos en demandar instituciones que le den certeza y estabilidad al proceso electoral y gobernabilidad del país. No nos hagamos bolas, ni nos despistemos.
¿Alguien puede asegurar que esto ya está decidido?.

RAÚL CASTELLANOS HERNÁNDEZ / @rcastellanosh

https://youtu.be/RE1WIgrg3jA