No fue suicidio, fue feminicidio: Raúl Castellanos 

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El feminicidio por definición es un crimen de odio que se traduce en el asesinato de una mujer por el sólo hecho de ser mujer. Sin duda, en sí mismo reviste una extrema gravedad, una violación flagrante a los Derechos Humanos; si bien hasta hace no mucho tiempo se presentaba con mayor recurrencia en un contexto cultural de discriminación y violencia de género, en la actualidad se ha generalizado en el escenario de extrema violencia que vive el país. Diana Russell lo definió como “el asesinato de mujeres por hombres motivados por el odio, desprecio, placer o sentido de posesión hacia las mujeres”. Al día de hoy están documentados casos de tortura, mutilación, quemaduras, una gran variedad de abusos verbales y físicos tales como violación, esclavitud sexual, abuso sexual infantil, incestuosos, agresiones físicas y por supuesto de repercusiones emocionales.

Hace un año Manolo Roca escribía “A pesar de que las estadísticas en México dependen del momento, la oportunidad y de quien las presente; sin duda en el caso de los feminicidios diversas fuentes coinciden en que los números van en aumento. Sin piedad y burlándose en la cara de una sociedad que da la espalda y esconde el rostro a las principales causas del crecimiento de este mal que ha permeado desde el seno más íntimo de un país: el hogar y sus machos”. Era enero de 1993 cuando Alma Chavira Farel con tan sólo 13 años de edad fue asesinada en Ciudad Juárez, Chihuahua, desde ese momento el término feminicidio y la alarma se encendieron; pero no lo suficiente para atender la ola de asesinatos, porque no fue hasta el diez de diciembre de 2009 que la Corte Interamericana de Derechos Humanos imponía la conocida sentencia: Campo Algodonero, la cual condenaba al Estado Mexicano por no garantizar los Derechos Humanos en tres casos de mujeres desaparecidas, torturadas y asesinadas en dicha entidad”.

“Hoy a 23 años –el texto es de octubre del año pasado- de aquel incipiente 93, las estadísticas dicen que los feminicidios en México pasaron de cuatro a siete mujeres asesinadas cada día y eso tiene relación con lo que indica María José Reyes-Retana, investigadora del Observatorio del la Ciudad de México al considerar que el fenómeno se ha naturalizado debido a relaciones de poder relativas al género que contribuyen a la desigualdad entre hombres y mujeres. Como sucedió con los innumerables nombres de mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, ahora en este 2016, Karen Esquivel fue el nombre de la mujer que ventiló la situación en la que están viviendo las féminas en el Estado de México, lugar en donde del 2007 al 2013, ocurrieron casi tres mil asesinatos de mujeres”.

Recién –ayer- Animal Político publicó un análisis detallado de Carolina Torreblanca y Pepe Merino titulado “Una propuesta para contar feminicidios en México”; en ella plantean “usando nuestra propia estimación, calculamos que al menos 8,913 mujeres en México han sido asesinadas simplemente por ser mujeres, entre 2004 y 2016; un promedio de 686 mujeres al año, 57 al mes, casi 2 al día” y agregan “La violencia que experimentan los hombres y las mujeres en México es muy distinta. Si bien es cierto que la inmensa ola de violencia que ha inundado al país desde el 2006 ha dejado en su mayoría víctimas hombres, hay una violencia constante y persistente en contra de las mujeres que la precede y sobrevive, esta violencia no sube ni baja, siempre está ahí. Es la violencia feminicida. Para poder entenderla hay que explorar las diferencias sistemáticas entre los hombres asesinados y las mujeres asesinadas.

Ante tal situación, el pasado domingo, en el marco de la conmemoración del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, la maestra Delfina Gómez encabezó en Ecatepec una marcha para exigir justicia por los feminicidios que han sido ampliamente documentados en la entidad en los últimos años. Las más de quinientas mujeres que marcharon postulaban y coreaban las frases que lamentablemente se han vuelto recurrentes en nuestro México de la barbarie: “Ni una muerta más”, “Vivas las queremos”, “No fue suicidio, fue feminicidio”.

Cualquier respuesta que podamos articular para afrontar esta problemática debe pasar por el reconocimiento explícito por parte del Estado Mexicano de la magnitud del problema. ¿En cuántas ciudades del país las mujeres corren el riesgo de ser agredidas, acosadas, violadas, o asesinadas cuando caminan por las calles, usan transporte público –o privado- o desempeñan sus actividades laborales? La primer definición que se debe aceptar y racionalizar es de que el problema no es un hecho aislado, sino que florece en un contexto, social, económico y político propicio para ello.

Quien comete un feminicidio sabe que las probabilidades de que sea, ya no digamos juzgado por ello, sino simplemente detenido, son ínfimas. Por eso sumemos voluntades y repitamos hasta que sea una realidad ¡NI UNA MUERTA MÁS!.

¿Alguien puede asegurar que esto ya está decidido?.

RAÚL CASTELLANOS HERNÁNDEZ / @rcastellanosh

https://youtu.be/Ka0KSVczVHw