Luto frente a la Tragedia de Egipto: Luis Octavio Murat

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luis-octavio-muratAl salir de Oaxaca, al finalizar algunas gestiones de la Organización de la Sociedad Civil (OSC) “Esfuerzos Coordinados por México, A.C.”; no imaginé la tragedia que iba a enlutar a doce familias en México y en Egipto. Por el contrario, en el trayecto del aeropuerto a mi domicilio observé los clásicos carritos repletos de banderas, sombreros, cornetas, escudos, vestidos de chinas poblanas, bigotes zapatistas y en fin, todo lo que se acostumbra vender y comprar para festejar las fiestas patrias que incluyen los homenajes a los Niños Héroes de Chapultepec, el Grito de Independencia, que se celebra en todos las plazas de gobierno del país, fiestas familiares que culminan con el desfile del 16 de septiembre por parte de las fuerzas armadas.

Llegó el domingo, y al escuchar los noticieros, surgen informaciones bastante extrañas y difusas. Se hablaba de ataques aéreos de la fuerza aérea egipcia contra civiles en el oeste de Egipto; se hablaba de que en el convoy turístico, conformado de varias camionetas, viajaban 12 ciudadanos mexicanos procedentes del estado de Jalisco y varios egipcios que resultaron muertos por el ataque aéreo de aviones y helicópteros; se decía que había 10 heridos.

Como sucede en estos casos de tragedia, la confusión prevalece en tanto las investigaciones se inician y terminan. Ante el desasosiego, la noticia iba creciendo, la confusión, las preguntas, -no puede ser-, se afirmaba, -no es lógico, Egipto vive básicamente del turismo, imposible que mate turistas-. Muchas y peores confusiones se dejaron correr. Hasta que salió el gobierno mexicano a tratar de calmar el agitado mar de interrogantes, ofreciendo toda la ayuda para los compatriotas y sus familiares en México para trasladarlos al lugar de la tragedia.

La SRE, en voz de su nueva secretaria, Claudia Ruiz Massieu, recibió instrucciones precisas por parte del Presidente Peña Nieto para trasladarse a Egipto en compañía de los familiares acribillados; instrucciones decididas en reunión urgente convocada por el Presidente al gabinete de exteriores; y aunque las autoridades egipcias ya habían declarado un número de fallecidos, aun se guardaba la esperanza, como sucede en los momentos de tragedia, de que solo estuvieran heridos y a salvo.

La esperanza se diluyo en pleno vuelo del avión presidencial. La secretaria Ruiz Massieu recibió la confirmación del gobierno mexicano en el sentido de que en efecto, 8 perdidas correspondían a ciudadanos mexicanos. Hubo que hacer lo que es más pesar que deber: comunicar la noticia fatal a los familiares a bordo.

Todo esto ocurrió durante el vuelo. En tierra, contrario al sábado 13, no sentí en la ciudad de México  el ambiente de festividad de otros años, por lo menos en los lugares y calles que recorrí; los carritos seguían repletos de mercaderías conmemorativas por lo que pregunté a un comerciante de adornos patrios –¿Cómo va el negocio? – Mal, la verdad no se ha vendido como en otros años– contestó.

Tampoco en restaurantes, bares y cantinas, y aunque no se aplicó la llamada “ley seca”, las reservaciones “brillaron por su ausencia”. He de agregar, que hubo llamadas telefónicas a los domicilios invitando a no asistir al Zócalo a “dar el grito” y “fuera Peña Nieto”; en los automóviles se leía en las ventanas traseras: “Nada que Festejar”.

En la nublada tarde del martes 15, con clara amenaza de tormenta, comprobé que el ánimo para asistir al Zócalo había decaído bastante, pues el aguacero amenazaba inevitable. Además, el saldo definitivo de la tragedia en Egipto se había dado a conocer y no era nada positivo: 12 fallecidos, 8 mexicanos y 4 egipcios, 6 hospitalizados; todas las camionetas del convoy calcinadas.

¿Qué festejar? Ante una tragedia como la de Egipto a causa de un error, de una confusión por parte de la fuerza aérea de ese país al confundir a turistas con terroristas, y frente a una situación como la que atraviesa México en lo económico, en credibilidad, en seguridad y en todo lo se vive en lo interno como en lo externo, pues la verdad creo que es muy poco lo que hay que festejar, aunque si conmemorar, a fin de no olvidar nunca nuestras fechas históricas que conformaron a México.

Dentro de lo poco hay noticias que dan algún aliento, por ejemplo el desalojo de las llamadas “mesas de denuncias” del Zócalo de la capital oaxaqueña, el desalojo y limpieza de los “campamentos” de la Plaza de la Revolución en la capital de la República; y una más que me parece la mejor: No más cenas palaciegas en Palacio Nacional. Proclama del Presidente y cada quien a su casa. Por fin se entendió que era ofensivo que la corte de aduladores e incondicionales estuviera cenando suculentos manjares en Palacio Nacional en tanto afuera el pueblo festejando su pobreza y aguantando la lluvia en la Plaza de la República.

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