La riqueza de ser pobre: Argel Ríos

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<<…tú le pides a la vida,

pero dime que le ofreces

y esto no lo olvides nunca mi nieto,

pídele lo que mereces…>>

Juan Salvador

 

Alejado de todo bullicio bélico, sin pensar en aquellas fantasías animadas de ayer y hoy que significan, marchas, plantones, bloqueos y uno que otro escarnio posmodernista en los héroes nacionales, me he puesto a ejercitar una parte de nuestra mente a la que pocas veces recurrimos, debido a que no está in en el Facebook o en el Twitter, y que es precisamente el pensar e imaginar.

 

Durante estos días encontré en un libro, el mejor consuelo de los que lo políticamente correcto podría definir como desocupado de larga duración o transición programada entre cambios de carrera.

 

Recorrí aquellas trincheras de la infancia, imaginé desde la cómoda hamaca del patio, las relaciones sociales entre las gallinas y los gallos del rancho, descubrí que la casa no es tan grande, pero a los ocho, era un palacio imperial.

 

Recordé —y por momentos— a manera de flashazos que el patio era una enorme sala de juegos, que aquel almendro, era el cobijo en las tardes de tierra y canicas, que las calles —hoy cubiertas de pavimento— eran el campo de soccer más sorprendente y donde lo mismo eras Pelé o Maradona que Higuita o Walter Zenga.

 

Volví a sentir en el rostro de un niño, la emoción por los cumpleaños, las piñatas y esos regalos que dejaban de ser sorpresa cuando decías lo que era al momento de entregarlos.

En este viaje, me encontré de nuevo con el aroma del campo, la convivencia con las vacas, el emocionante paseo a caballo para llegar al rancho, mientras te encontrabas a héroes de los campos, con su machete como fusil y un silbido como cántico de guerra.

Dormí, acurrucado por un manto de estrellas y un silencio en ocasiones interrumpido por el ladrido de perros y uno que otro personaje excedido en gustos etílicos y despertaba con un sol radiante que pareciera hacer al cielo más azul y a las nubes más blancas.

 

Satisfice mi hambre con un pedazo de queso y con los chiles del patio o con los huevos de aquellas gallinas socialité.

 

Sacié mi sed con los limones del patio y volví a sonreír con los saludos  de extraños que pasaban por la casa.

 

Con nostálgica sonrisa y mientras escribo estas líneas, recordé las batallas familiares para poder recibir el permiso e ir con la novia a un baile, más tarde serían discotheques.

Charlé con el viejo, y hoy más que nunca me mantuve atento a cada línea, cada frase, esas reflexiones que golpean tu mente —las experiencias son sabias— pláticas que son ya mi tesoro personal.

 

Y con este viaje comprendí que la pobreza en la que nací, me dan hoy la riqueza de pensar y seguir imaginando.

 

 

argel_rios@hotmail.com