La política como conflicto: Renward García Medrano

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El presidente Felipe Calderón es un buen orador. Tiene aptitudes naturales para comunicarse –conectarse– con quienes lo escuchan y arrancarles aplausos. Más aún si el público está predispuesto a emocionarse con sus arengas, como suelen estarlo los invitados y acarreados a los actos del presidente, de éste y de cualquier otro.

Calderón tiene una batería de datos y argumentos para probar sus afirmaciones, y los usa una y otra vez, convencido quizá de que la gente no tiene memoria o de que una  versión mil veces repetida –una mentira, dijo Goebbels– se convierte  en verdad a medida que se dice una y otra vez.

En los discursos que considera importantes, recurre a los decálogos, tal vez por la magia del número diez o acaso pensando en los Diez Mandamientos de la Ley de Dios, aunque los decálogos de Calderón se han desvanecido, se han olvidado a pesar de los cuantiosos gastos en publicidad..

El domingo pasado, en el Auditorio Nacional, volvió a mostrar su fascinación por el número diez, esta vez no para anunciar grandes cambios, sino para dar cuenta de lo que a su juicio son los aciertos de su gobierno: 1) salud, 2) educación, 3) Oportunidades, 4) mujeres, 5) vivienda, 6) infraestructura, 7) economía, 8) medio ambiente, 9) seguridad pública y 10) democracia.

Según los argumentos y los datos que contiene el discurso, el país va francamente bien en los diez temas, no obstante que los demás creamos que la violencia es cada vez peor y a pesar de que el Coneval y otras fuentes oficiales digan que la pobreza ha aumentado y que el Banco de México y la Secretaría de Hacienda reconozcan que la economía está estancada desde hace diez años.

Como lo ha hecho en otras ocasiones, el presidente culpa al “pasado” de la delincuencia y la criminalidad, pero argumenta que por fin, después de muchas décadas, le “estamos haciendo frente”. No importa –ni lo dice– que en sólo cuatro años haya habido en el país 30 mil muertes violentas ni que todos los días aparezcan cadáveres con señas de tortura ni que, el colmo, la joven jefe de Seguridad Pública de un municipio de Chihuahua haya sido acribillada. El gobierno le está “haciendo frente” a la delincuencia, como nunca antes.

Los problemas, dice el presidente, vienen de lejos, del pasado, es decir, se deben a la corrupción y la impunidad de los gobiernos priistas, de todos, sin distingos, como deben ser las afirmaciones destinadas a la publicidad. Y por si eso no fuera suficiente, el presidente afirma que “la violencia, la violencia es culpa de los criminales, es culpa de los violentos; la violencia no es culpa del Gobierno, que tuvo el valor de combatir a esos criminales y a esos violentos”.

Claro que el crimen es culpa de los criminales y el asesinato de los asesinos, pero precisamente para que los violentos, los delincuentes y los homicidas no sometan a la población al terror, existe el Estado, que dispone de la fuerza pública, incluso de las fuerzas armadas, y cuenta con recursos provenientes de nuestros impuestos para proteger a la sociedad. Y si la protección no funciona, no es culpa “de los violentos” y tal vez no sea culpa de nadie, pero evidentemente es responsabilidad del Estado.

El presidente acusa: “O la irresponsabilidad o la tolerancia o, en algunos casos, la franca complicidad de quienes tenían la obligación de protegernos a los mexicanos, y no lo hicieron, provocó que el crimen se convirtiera en la más seria amenaza para la paz y la tranquilidad de las familias mexicanas”.

Si esto es verdad, si el presidente tiene información sobre la supuesta complicidad de otros gobiernos y otros funcionarios con el crimen, su deber legal es dar aviso a la Procuraduría General de la República para que, en uso de sus atribuciones, inicie las averiguaciones previas pertinentes y someta a juicio a los culpables, pues no estamos hablando de un asunto menor, sino de un problema que a todos los mexicanos nos tiene amenazados y que, simplemente para que no crezca, nos ha costado miles de millones de pesos.

Pero si no es verdad, el presidente no debería hacer acusaciones en abstracto y en falso, pues eso le resta credibilidad al titular de la más alta institución del Estado y nos debilita a todos frente a “los violentos”. Lo que un jefe de Estado no debería permitirse es lanzar acusaciones al viento sin más pruebas que su propia palabra y sin consecuencias legales de ninguna índole.

Un asunto grave, porque compromete la calidad de vida de las personas y cancela el porvenir de los jóvenes, es la pobreza. El presidente asegura que “hay un 25 por ciento menos de personas que viven en pobreza extrema en México en estos 10 años, a pesar de las crisis económicas”. Pero el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) informa que el número de pobres en México aumentó en 5.9 por ciento entre 2006 y 2008 y la Cepal afirma que México fue el único país latinoamericano en que aumentó la pobreza en 2008.

En la era panista, que el presidente Calderón califica de “humanista”, los precios de los productos de la canasta básica han aumentado entre un 173 por ciento (aceite de cocina) y un 312 por ciento (arroz) y los precios de la tortilla, que es el alimento fundamental de los pobres, crecieron en un 217 por ciento. Han subido todos los precios: frijol, huevo, gas, energía eléctrica, diesel.

Dice el presidente que “todos los niños mexicanos tienen un lugar en la escuela. Y no sólo eso: las becas han aumentado. Hoy llegan a casi siete millones los jóvenes y niños que reciben una beca del Gobierno Federal. Esto es dos veces y media más que hace 10 años. Hoy, uno de cada tres estudiantes puede seguir sus estudios, gracias al apoyo de una beca del Gobierno Federal.

Lo que no dice es que la calidad de la educación es lamentable como lo demuestran dos pruebas internacionales, PISA y ENLACE, ni que de cada cien niños que entran a primaria, sólo 13 terminan la educación superior ni que la deserción escolar es de 22 por ciento ni que los índices educativos de México son muy inferiores a los de los países de la OCDE y a los de países latinoamericanos con economías más pequeñas que la nuestra, como Colombia, Panamá, Chile, Cuba y Argentina.

¿Por qué el presidente Calderón ofrece una versión del país que contrasta con lo que la gente vive todos los días? ¿Cuáles pueden ser los resortes que muevan a un hombre inteligente como él a distorsionar de una manera tan burda la realidad?

La respuesta, me parece, la da el propio Calderón. Ha dicho una y otra veces que los problemas de México son de “percepción” y ha anunciado en varias ocasiones la contratación de empresas extranjeras especializadas en imagen y publicidad para que proyecten una realidad distinta. Si esto es lo que él cree, con razón no se preocupa mucho por resolver los problemas reales, sino por hacer que mexicanos y extranjeros creamos que no existen.

El autoengaño es el camino más directo hacia el fracaso, y me parece que el presidente Calderón se engaña a sí mismo y quiere compartir con todos los demás su optimismo fundado en creer que no pasa nada. Pero la violencia, la miseria, el desempleo, el derrumbe de la calidad de vida, el desprestigio de la democracia debido a la pésima gestión de los gobiernos panistas, allí están y carcomen todos los días la estabilidad del país. Si el sentido común de la gente es más fuerte que la publicidad, en 2012 se terminará la oportunidad histórica que el panismo no ha sabido aprovechar para dar a la democracia un contenido que vaya más allá de las preocupaciones electorales de los políticos.