Humillación y dignidad de Juárez: Rubén Mújica Vélez

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Sólo así se puede describir la visita de Calderón a Washington. Esa visita súbita que no podía deparar más que la prueba más palpable del triste papel que el ocupante de Los Pinos desempeñó en esta aciaga ocasión. La soberanía nacional por los suelos. La dignidad nacional, pisoteada. Ese es el resultado que los mexicanos podemos deducir del comportamiento abyecto de Felipe Calderón. Su estulticia y entreguismo. No hay forma de esquivar este cuadro trágico en la historia nacional.

No solamente reveló su obsecuencia, su cortesanía ante su Majestad Obama I, sino que ante la opinión pública mundial, expuso al escarnio público a nuestra Nación. Si alguna ocasión se ha violado las normas más elementales de la diplomacia y aún de la educación, han sido ahora. Obama I ha procedido con la prepotencia de Roosvelt el de los tiempos de Porfirio Díaz o de Foster Dulles el que cínicamente externó que:

                               “Estados Unidos no tiene amigos, tiene intereses”

Nunca como ahora la historia reclamará al panismo su servilismo ante un minúsculo personaje que como Calderón, solo falta nos pretenda convencer, con una intensa campaña televisiva, el éxito rotundo de su visita. Nefastamente, la respuesta complementaria no pudo ser mejor para los intereses yanquis: permitir la explotación de los pozos petroleros “maduros”. Tema en que contó con la alegre presencia de un connotado priísta que ahora revela su carencia de nacionalismo: Francisco Labastida Ochoa. ¿Se imaginan que hubiera hecho al llegar a la Presidencia? Seguro habría rebasado el servilismo de Fox ante Bush, para después revelar sus limitaciones personales.

No es cosa de al manifestar nuestro rechazo tajante a la entrega del país,   “envolverse en la bandera nacional y cantar el Himno Nacional”. Como dirán algunos de los “globalizadores” a ultranza. No. Se trata de la dura verificación que frente a los destinos del país, se encuentra alguien que no solo merece la defenestración, sino el juicio político inapelable de la sociedad mexicana. Habrá que ser un irredento panista-yunqueto o un ignorante supino de nuestra historia para dejar pasar con desdén este episodio trágico para el país.

No obstante los aires prevalecientes en el país son de ninguneo de los valores nacionales. En  afán de la “modernización” hay quienes no toman en cuenta la trascendencia de la respetabilidad del país. No ponderan todo lo que ha costado al pueblo, no a los poderosos, mantener la dignidad nacional. Peor. Hay quienes incluso ilusoriamente, sueñan con formar parte de la bandera de las “barras y las estrellas”. Hay quienes ansían la integración a la nación norteña. Sueños que se desvanecen de inmediato. En el remoto caso de que la extinción de los mexicanos con dignidad permitiera esa aberración, se convertirían esos ilusos en norteamericanos de última.

Si acudimos al venero histórico de la dignidad nacional que significa Benito Juárez, encontramos entre múltiples pasajes de su defensa indeclinable de la soberanía nacional, una referencia que no necesita explicación alguna. El 10 de julio de 1856 escribió a Matías Romero:

“Nada extraño será que Santa Ana ofrezca sus servicios a la coalición europea para ver si así logra volver a oprimir a los mexicanos; pero las gentes en Europa, que conocen bien su torpeza e incapacidad, lo  verán con desprecio; y en caso de que les convenga el instrumento, será más bien para arrojarlo entre los mexicanos que sabrán escarmentarlo debidamente.”

Este párrafo juarista, ¿es o no aplicable, aquí y ahora?

rubenmv99@yahoo.com