Hacer: Renward García Medrano

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No hace falta demasiado esfuerzo para imaginar que la mayoría de los desempleados lo han sido por mucho tiempo y algunos nunca han tenido un trabajo en la economía formal; que pueden hacer labores muy simples y no serían candidatos para trabajar en actividades de alguna complejidad, como las de los obreros de las armadoras de automóviles o los empleados en servicios. Que su visión del hombre, del mundo y del país, sus actitudes y valores corresponden al entorno de privaciones y frustraciones en que han vivido.

 

Tampoco hay que ser intelectual para deducir que por eso es tan importante que la reforma educativa no se quede en cambios a la Constitución y a las leyes, ni se limite a elevar –ojalá se pueda– el nivel cultural y académico y desempeño profesional de los maestros, porque ellos son, lo sepan o no, modelos para los niños y jóvenes que en pocos años serán adultos, ciudadanos con voz y voto y capacidad para enrolarse en los brutales ejércitos de la delincuencia: lo que ellos elijan o, más bien, lo que las circunstancias de cada uno determinen.

Por ahora, la mayoría vive en familias disfuncionales, es decir, con padres, tíos, abuelos y parientes que, por lo general, están aún más impreparados que los maestros y en muchos casos están tan desesperanzados, que se ahogan en el alcohol y las drogas, y eso les cambia la personalidad, los orilla a abusar de sus propios niños, jóvenes, mujeres y ancianos, ya que son cotidianamente aplastados por su realidad.

Estos problemas no se resuelven con una orden del presidente de la República ni con una ley que apruebe el Congreso.

¿Cómo mejorar al ser humano, cuando el ser humano tiene que mejorarse a sí mismo y no tiene condiciones ni interés de hacerlo? ¿Qué políticas puede implantar el Estado para romper ese nudo gordiano? ¿Qué podemos hacer o proponer o promover para que los mexicanos sean más aptos para el trabajo y que lo vean no sólo como la fuente de sus ingresos y de su posible bienestar material –que ya es mucho decir– sino, también como aquello que nos justifica ante nosotros mismos como personas capaces de crear y hacer, ser útiles y reconocidos por los demás? ¿Y cómo logramos que las familias que apenas sobreviven en la más abyecta miseria y en muchos casos son analfabetas totales o funcionales, eduquen bien a los niños?

No lo sé, pero Rosario Robles debería tener respuestas más duraderas que las de sus antecesores, pues poco se avanza en el combate a la pobreza si el Estado se limita a repartir cosas y dinero. Aventuro que la solución es múltiple, pero por alguna parte hay que empezar, y esa parte, supongo, la conoce o debiera conocerla bien la señora secretaria. Pero el resto, los que no somos secretarios sino simples ciudadanos, tampoco podemos quedarnos callados.

Ya sabemos que la gran parte de la solución es la escuela. ¿Y cómo hacemos que las escuelas impartan educación de alta calidad si muchos maestros se resisten a ser evaluados y actualizar sus conocimientos? ¿Cómo hacemos si esos maestros luchan –incluso con las armas, como en Guerrero o Michoacán– por impedir que los evalúen? ¿Cómo hacemos si los normalistas de Michoacán luchan contra la enseñanza de la computación y del inglés?

No tengo las respuestas, pero si nos sentamos a esperar a que el gobierno resuelva todo, dentro de cinco años y medio estaremos como ahora, o peor. Y es que transformar la mentalidad, las ideas básicas, las actitudes, la manera de ser y pensar de la gente, no puede hacerla un presidente por poderoso que sea. Es algo que sólo podemos hacer los mexicanos: no todos, porque los millones que apenas tienen para comer algo no quieren reformar nada, sino sobrevivir y porque los 50 ó 60 millones de pobres no tienen más preocupación que llevar algo a su casa todos los días.

Pero hay quienes sí pueden y deben empezar para ir avanzando poco a poco en el cambio. Los primeros son los estudiantes. Ellos forman grupos y pueden movilizarse para aportar sus conocimientos a los demás… mientras los programas de Rosario Robles reconstruyen las bases de las familias y los de Emilio Chuayffet convencen a los maestros de que se capaciten.

Le doy un ejemplo: los estudiantes de Derecho pueden organizarse para ir a las escuelas primarias, secundarias y de bachillerato a explicar qué es el Estado de Derecho, qué son los derechos humanos, qué importancia tienen las instituciones, por qué nos conviene a todos respetar las leyes. Por qué hay que hacer las cosas bien –todas las cosas, hasta las más humildes– y librarnos para siempre de la maldición del “ai se va”.

Miles y miles de estudiantes de todas las profesiones y muchísimos jubilados se sentirían halagados si alguien –por ejemplo el presidente Peña– los llamara para que hablasen con los demás sobre el sentido práctico que tienen valores como la verdad, la honestidad, el respeto al ser humano, la solidaridad, el cuidado del medio ambiente, a cambio de nada, como no sea la satisfacción de participar en la transformación de actitudes y expectativas de los mexicanos.